El hecho de que un reconocido escritor francés produzca un libro de ciencia ficción política colmado de tonterías sobre la Argentina no debería generar mayor preocupación. Pero cuando tales disparates son replicados sin filtropor un medio de comunicación argentino, entonces resulta necesario salir a aclarar algunas cuestiones para intentar evitar la propagación de la confusión.

El domingo pasado La Nación publicó una crítica literaria y una editorial sobre la última novela de Michel Houellebecq, Serotonina, en la cual el protagonista, Florent-Claude Labrouste, un ingeniero agrónomo que trabaja en el Ministerio de Agricultura francés, asegura que el sector agropecuario de esa nación europea –en el escenario de un futuro cercano– resulta dañado por la competencia de productos argentinos, donde además de devaluar el peso “para inundar literalmente Europa con sus productos”, no cuenta con “ninguna legislación restrictiva” (sic).

Las inquietudes del personaje central de Serotonina vuelven una y otra vez sobre la Argentina “Los cereales, la soja, el girasol, el azúcar, el maní, el conjunto de producción de frutas, la carne, por supuesto, e incluso la leche: he ahí todos los sectores en los que la Argentina podría perjudicar mucho a Europa, y en un plazo muy corto”, reflexiona Houellebecq a través de su personaje.

Cualquier argentino con un mínimo conocimiento sobre el sector agropecuario pensaría que la novela del escritor francés es una broma de mal gusto. Pero no: lo dice en serio. Probablemente la haya escrito en 2017,  mientras se negociaba la firma de un Tratado de Libre Comercio (TLC) entre el Mercosur y la Unión Europea, y el lobby ganadero comunitario se encargaba de difundir proyecciones catastróficas sobre el futuro del sector si tal acuerdo finalmente se concretaba. Houellebecq puede dormir tranquilo: la posibilidad de un TLC entre ambos bloques fracasó por completo.

El escritor francés seguramente no sabe que, si bien es cierto que el año pasado el gobierno argentino instrumentó una profunda devaluación de la moneda, la competitividad del agro en particular y de todos los sectores económicos en general se encuentra muy comprometida por una presión impositiva récord histórica, que incluye el cobro de impuestos a la exportación de todos los productos y servicios que exporta el país. Seguramente sea necesario explicarle varias veces a Houellebecq porqué un país endeudado hasta la manija en dólares castiga a las empresas que generan divisas. Probablemente no lo entendería.

Europa es uno de los principales exportadores mundiales de trigo, así que Houellebecq no tiene de qué preocuparse con respecto a los cereales. En cuanto al girasol, Europa aplicó una barrera para-arancelaria para restringir el ingreso de aceite de girasol argentino, el cual fue reemplazado por importaciones provenientes de Ucrania.

Es oportuno también informarle a Houellebecq que las entidades que representan más del 90% de la exportación argentina de frutas frescas (fundamentalmente cítricos, manzanas, peras, arándanos y cerezas) expresaron recientemente que “estamos atravesando una crisis terminal y necesitamos medidas urgentes”. Difícilmente se pueda comandar una invasión exitosa en tales condiciones.

En lo que respecta a la soja, ni Francia ni Europa podrían producir grandes cantidades de carne o leche sin importar harina de soja, pues, al no disponer de un gran territorio productivo, necesitan una fuente vegetal proteica para alimentar animales en entornos estabulados. Houellebecq, lejos de preocuparse, debería agradecer los servicios que los productores de soja sudamericanos prestan a sus pares europeos.

Los lácteos merecen un capítulo aparte. Hasta la semana pasada Brasil aplicaba un derecho antidumping del 14,8% para la leche en polvo europea al cual se sumaba al arancel externo del 28% para integrar una barrera total de casi 43%. En estos días están evaluando implementar una nueva barrera. Si ocurre algo así es porque el sector lácteo europeo es mucho más competitivo que el sudamericano. De hecho, mientras el lobby de la cadena cárnica europea hacía esfuerzos para boicotear el TLC con el Mercosur, el sector exportador de productos lácteos de la UE –integrado en Eucolait– se pronunciaba a favor del acuerdo comercial.

Parte de la competitividad láctea europea se funda en eficiencias de escala y una estructura de costos más competitiva (por ejemplo: tambos localizados en las inmediaciones de las industrias lácteas que son operadores por sus propios dueños). Pero parte también se sostiene en base a subsidios. Además, tienen un marketing global imbatible al contar con una experiencia de siglos en la elaboración de quesos. En cualquier caso, Houellebecq debe saber que en este caso son los argentinos los que tienen miedo de los europeos. Y no a la inversa.

El verdadero temor que debería tener Houellebecq –o cualquier otro europeo– es que algún día Latinoamérica se integre comercialmente con China. Chile y Perú ya dieron el primer paso en ese sentido. Si en algún momento se llegaran a sumar Brasil y Argentina, entonces sí Europa perderá cada vez más relevancia en el mundo hasta transformarse en una sombra de lo que alguna vez fue.

Ezequiel Tambornini – ValorSoja.com

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