Buenos Aires, 9 abril (PR/19) — La Iglesia católica celebra hoy el día de Santa Casilda, virgen nacida en la religión mahometana, que ayudó con misericordia a los cristianos detenidos en la cárcel y después, ya cristiana, vivió como eremita.
Falleció en San Vicente, en España, en el siglo XI.
En el cerro que domina el valle, en el santuario actual, descansan desde el 1750 las reliquias de Santa Casilda, -“la virgen mora que vino de Toledo”, muy venerada en Burgos.
La figura de Santa Casilda tiene el encanto de la sencillez y el sabor de lo heroico en el amor; cautivó al pueblo cristiano medieval y le animó a la fidelidad.
No se conoce con exactitud el nombre de su padre, rey moro de Toledo, al que se nombra como Almamún.
La princesita mora es abundante en clemencia y ternura; rodeada de todo tipo de comodidades y atenciones en la fastuosidad de la corte, no soporta la aflicción de los desafortunados que están en las mazmorras.
Un día, cuando llevaba viandas en el hondón de su falda a los cautivos pobres, fue sorprendida por su padre que le preguntó por lo que transportaba, contestando ella que “rosas”: pese a la mentira, esas flores aparecieron al extender la falda.
Los mismos cautivos cristianos fueron los que, viendo lo recto de su conducta, le hablaron de Cristo; correspondieron a sus múltiples delicadezas y dádivas, instruyéndola en la fe cristiana.
Comienza una grave dolencia y la ciencia médica de palacio es incapaz de curarla; el Cielo le revela que encontrará remedio en las aguas milagrosas de San Vicente.
Almamún prepara el viaje de su hija con comitiva real; en Burgos recibe Casilda el Bautismo y marcha luego a los lagos de San Vicente, junto al Buezo, cerca de Briviesca.
Recuperada la salud, decide consagrar a Cristo la virginidad de su cuerpo milagrosamente curado y resuelve pasar el resto de sus días en la soledad, dedicada a la oración y a la penitencia.
Murió de muy avanzada edad y fue sepultada en la misma ermita que ella mandó construir y que pronto se convirtió en lugar de peregrinación.