Julio Berdegué y Mariana Escobar*
En los últimos treinta años, América Latina y el Caribe ha
experimentado avances significativos en la reducción de la
pobreza y el hambre. Sin embargo, aún en los países con
mayores progresos hay territorios rurales que se han
quedado atrás, lugares que parecen detenidos en el tiempo,
donde las personas viven en condiciones sociales que se
asemejan a las que habían cincuenta años atrás. Son
territorios olvidados, condenados por simple omisión o por
haber sido objeto de políticas que no fueron pertinentes a
sus condiciones y necesidades. Están muy lejos de los
centros de poder, pero ya no son pasivos o silenciosos.
Muchas veces desafían a sus países con caravanas de
migrantes que huyen de la pobreza y la violencia,
hospedando economías ilegales, o bloqueando inversiones
que son vistas como una agresión más.
Según la Comisión Económica para América Latina
(CEPAL) y la Organización de las Naciones Unidas para la
Alimentación y la Agricultura (FAO), en catorce países de la
región hay casi dos mil municipios en territorios rezagados,
los cuales albergan a casi cuarenta y seis millones de
personas. La mitad de esta población vive en el campo y el
resto en pueblos y pequeñas ciudades. Casi uno de cada
cinco son indígenas o afrodescendientes. Y uno de cada
cinco de sus hogares tiene jefatura femenina. Dependiendo
del país, la población de estos territorios rezagados
representa entre el cuatro y el dieciséis por ciento de la
población nacional. Son lugares en países como Colombia,
Perú, República Dominicana o Brasil, que en general han
reducido fuertemente la extrema pobreza y el hambre a nivel
nacional, aunque en sus territorios olvidados aún hay niños
y niñas que se mueren de hambre, y muchísimos más que
crecen con sus vidas mutiladas por la desnutrición crónica.
Hay quienes proponen que la solución a estos territorios es
simple: sólo habría que vaciarlos de gente. Convertir a sus
campesinos, indígenas y afros en pepenadores en los
basureros, o en vendedores ambulantes en las calles de las
ciudades. ¿Pero las ciudades de estos catorce países están
listas para recibir a cuarenta y seis millones de personas?
La migración –cuando es voluntaria– sin duda es parte de la
solución, pero plantea sus propios desafíos. No hay que
olvidar que miles de campesinos han emigrado en las
últimas seis décadas desde las montañas de Guerrero en
México, pero ello no ha evitado que muchos miles sigan allí,
cultivando la amapola con que se produce la heroína,
enriqueciendo los cofres de los capos del crimen
organizado. Los territorios rezagados de América Latina y el
Caribe no son un mal sueño que va a desaparecer de un día
para otro. Y las consecuencias de su abandono no se van a
deshacer por arte de magia. Porque esos territorios, aunque
han sido olvidados, descuidados, explotado y desatendidos,
son parte de nuestros cuerpos nacionales, y tenemos que
empezar a tratarlos de la forma en que corresponde.
En la FAO creemos que no hay otro remedio que el
desarrollo. Que los millones de hombres y mujeres que
viven en estos lugares sean tratados como ciudadanos y
ciudadanas que tienen derechos inalienables, no es mucho
pedir. Ni siquiera se trata de invertir muchísimo dinero más;
la clave está en mejorar sustancialmente la calidad de las
políticas y los programas dedicados a estos territorios. Ello
significa menos clientelismo, mejor focalización y fórmulas
de innovación apropiadas a las circunstancias de esos
lugares y de su gente. También implica acercarlos a los
mercados y, sobre todo, mucha, mucha, mucha
participación social. Una verdadera participación social que
reconozca el valor que posee la gente que habita estos
territorios. Después de todo, son mujeres y hombres
resilientes que responden si se les da la oportunidad.
Porque vivir así no es fácil: se necesita mucha inteligencia
social para seguir de pie en condiciones tan adversas.
Para fomentar esta transformación urgente, en la FAO
estamos impulsando la estrategia 100 Territorios Libres de
Hambre y Extrema Pobreza. 100 Territorios busca que se dé
reconocimiento político real a estos lugares, desarrollando
soluciones prácticas, innovadoras y apropiadas, que
amplíen las oportunidades económicas de los sujetos que
habitan las zonas olvidadas. 100 Territorios trabajará para
fortalecer esas sociedades territoriales y ayudar a los
gobiernos locales a ser más competentes y eficaces,
creando puentes que conecten estos territorios a lo largo de
nuestro continente, para que aprendan unos de los otros.
¿Es difícil? Sí, es muy difícil. ¿El resultado es incierto? Por
supuesto. ¿Requiere mucha voluntad política frente a
poblaciones que pesan poco electoralmente? Sí, así es.
¿Pero cuál es la alternativa?
*Julio Berdegué, Subdirector General, Representante
Regional de la FAO para América Latina y el Caribe
Mariana Escobar, consultora de FAO, especialista en
desarrollo rural
Primcias Rurales