Por Juan Pablo Limodio

Si los colores se deben al manto de la Virgen María o a los del cielo, si eran dos o tres las franjas, si verticales u horizontales, si más azul o más celeste. Podemos centrarnos en estas discusiones o encontrar en los significados más profundos de nuestra bandera todo lo que en ella nos une.

En nuestro paso por la escuela primaria, prometimos lealtad a nuestra insignia patria, reconociéndola como “la expresión de nuestra historia forjada con la esperanza y el esfuerzo de millones de hombres y mujeres”, como la representación de “nuestra tierra y nuestros mares, nuestros ríos y bosques, nuestros llanos y montañas, el esfuerzo de sus habitantes, sus sueños y realizaciones”. Como símbolo de “nuestro presente, en el que, día a día, debemos construir la democracia que nos ennoblece, y conquistar el conocimiento que nos libera; y nuestro futuro, el de nuestros hijos y el de las sucesivas generaciones de argentinos”.

Este es el verdadero significado de nuestra bandera. El símbolo máximo que representa a todos los argentinos por igual, los que fueron, los que somos y los que serán, aun en la diversidad y por encima de las luchas internas del pasado y del presente. Es símbolo del ideario de libertad con el que nació la patria, encarnado en los valores de Manuel Belgrano y nuestros próceres. Es símbolo de nuestra fe al ponernos bajo el amparo de la Virgen, de nuestros sueños al llevarnos a mirar al cielo, y del humilde respeto a nuestra madre patria y lo heredado de ella.

Prometimos lealtad a la bandera, prometimos defenderla, respetarla y amarla, con fraterna tolerancia y respeto. Pero creo que hemos perdido esa emoción que nos daba ir a izarla cuando éramos chicos, ese sabernos privilegiados por el orgullo de haber sido elegidos. En cambio, sí nos quedamos con esa idea de que el abanderado era uno solamente, como si el ser embajador de los valores de nuestra patria estuviera limitado a una única persona. Todos debemos ser abanderados, dejar de esperar o resignarnos a que otros lo sean. No podemos acostumbrarnos a desentendernos, a no aspirar a ser dignos portadores de nuestra bandera y embajadores de lo que ella representa. Belgrano es recordado por ser el creador de nuestra insignia, pero seguramente su mayor mérito no estuvo en eso, sino en ser digno portador de ella.

Dijo Belgrano aquella tarde, frente al río Paraná: “Juremos vencer a nuestros enemigos exteriores e interiores, y la América del Sur será el templo de la independencia y la libertad”. Me gusta pensar que el enemigo interior es la parte de cada uno de nosotros que no se compromete con el bien común, que no es solidario con la patria, que con sus acciones no honra a nuestro país. Eso es lo que hoy estamos llamados a vencer: los obstáculos y las dificultades que, como decía Belgrano, “se vencerían rápidamente si hubiera un poco de interés por la patria”.

Por cuántas banderas pasamos por delante cada día y ni nos percatamos o nos ponemos a pensar, al menos frente a una, qué vamos a hacer ese día por ella. Cuántos balcones quedan vacíos donde muchas veces supimos colgar con orgullo nuestra noble bandera, tiñendo las ciudades de celeste y blanco.

Ojalá que en estos días la bandera nos signifique, nos represente. Que al distinguirnos nos una. Que nos enorgullezca ver su belleza flameando bien alto, belleza que no está en sus colores o su diseño, sino en la gracia del pueblo y la tierra que representa.

El autor es subsecretario de Administración, Ministerio de Ambiente y Espacio Público, GCBA. 

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Fuente: infobae