Por Susana Merlo* .
Buenos Aires, 27 julio (Especial para NA) — El aniversario número 11, el 17 de julio pasado, del “No, positivo” del entonces vicepresidente Julio Cleto Cobos, que catapultó las pretensiones del Poder Ejecutivo de aquel momento, de imponer las retenciones móviles al campo mediante la Resolución 125 remite, además, al conflicto político más largo de la Argentina moderna.
Aquella situación también constituyó el punto de inflexión del Poder K que, hasta ese momento, había logrado mantener su tendencia creciente desde 2003.
Pero además de la infrecuente reacción que surgió desde el interior, por la excesiva presión impositiva, el conflicto que cobró al menos 3 cargos nacionales (el ministro de Economía, Martín Lousteau; el secretario de Agricultura, Javier de Urquiza; y el jefe de Gabinete, Alberto Fernández), dio origen también a la constitución de una nueva organización político-gremial: la Mesa de Enlace Agropecuaria.
Conformada por la Federación Agraria Argentina, la Sociedad Rural, CRA y Coninagro, corrió con suerte dispar desde entonces.
Sin embargo, la “reaparición juntos” de los cuatro titulares de las organizaciones del campo hace pocos días se prestó a varias interpretaciones, todas ellas políticas.
Es que “el campo” como tal tiene poco peso relativo ante los políticos debido a los comparativamente pocos integrantes que tiene frente a otros sectores, pero fundamentalmente por su gran dispersión geográfica que licua muchas de las protestas excepto, claro está, que lleguen a las puertas mismas de Agroindustria, al Obelisco o a la Plaza de Mayo.
Sin embargo, su peso político se multiplica en época de elecciones, entre otras cosas, porque la mayoría de las economías provinciales depende fuertemente de la incidencia del campo, incluyendo a la provincia de Buenos Aires, y esto pasa a ser clave en los casos en los que las principales fuerzas aparecen polarizadas y pelean voto a voto.
Ante eso, nadie está dispuesto a perder una sola adhesión, ni siquiera el kirchnerismo, cuyo enfrentamiento con el campo marcó toda una época y que ahora debe desandar el camino (o, al menos, aparentar que lo hace).
De tal forma, la reciente presentación de la Mesa de Enlace, si bien apareció como el compromiso gremial de las entidades enumerando los “pendientes” con el campo, también fue vista por algunos como una primera jugada que posiciona al campo ante lo que viene.
¿Y qué significa esto?.
Pues bien, debido a los antecedentes, es claro que ante un eventual triunfo del “cristinismo”, el agro no estaría dispuesto a esperar de brazos cruzados la reinstalación de una política antiproductiva como la que llevó al país a perder un cuarto del rodeo bovino o a la superficie más baja en el cultivo de trigo en un siglo, entre otras muchas cosas.
El trabajo conjunto, los alertas tempranos, el ascendiente sobre los legisladores nacionales y provinciales de manera orgánica parece estar entonces entre los principales objetivos de las organizaciones.
En cambio, si el triunfo fuera del actual oficialismo y se diera la “continuidad”, los dirigentes saben que habrá llegado la hora de terminar con las postergaciones de políticas a favor del Conurbano bonaerense (que acumula la mitad de la población del país) en detrimento de las provincias y de la producción genuina, en especial, de los lugares más alejados.
Las idas y vueltas con medidas económicas como las retenciones, indefiniciones como la Ley de Semillas, demoras en adoptar alguna política sobre la lechería que se quiere (más allá de las bruscas oscilaciones que impone el mercado, justamente, por la falta de una política acorde de mediano-largo plazo) o las previsiones para la ganadería que, aunque en la “foto” es muy buena, está gestando un desfase de magnitud por la excesiva faena de vientres, sin que los parámetros de producción despeguen en forma efectiva.
Son sólo algunas de las alarmas que se están activando, y eso sin hablar de la imposible presión fiscal que se aplica sobre los sectores productivos y los números de la inflación que erosionan las posibilidades de algunos sectores como el campo, mientras otros parecen tener una actualización automática, caso los combustibles.
En síntesis, se sabe que cualquiera sea el resultado de las elecciones, se impone el postergado achicamiento del Estado y del asistencialismo sin fondo, en favor del verdadero crecimiento económico que viene de la mano de la producción, con generación de trabajo genuino que sustituya los planes sociales clientelistas por ingresos dignos a partir de un activo mercado laboral.
Y para esa cruzada que se debe producir, la dirigencia del campo parece haber vuelto al esquema de “sumar” esfuerzos en la Mesa de Enlace antes que a “dividirlos” a partir de presencias individuales que no aportan al conjunto.
(*) Ingeniera agrónoma. Periodista especializada.

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