El reciente informe Nº 223 de Ciccra deja en evidencia una triste realidad: la participación de hembras representó un 49,5% de la faena total en lo que va del año. A la vez muestra un dato no menor: el cambio de composición de dicha faena, donde de las 576.000 hembras sacrificadas, el 60% correspondieron a la categoría vaquillonas y el 40% restante a vacas. Mientras la faena de hembras creció a un ritmo del 10,1% anual, la de machos disminuyó a una velocidad del 8,5% anual.

Otro dato interesante es que el número de cabezas sacrificadas aumenta, pero disminuye su peso promedio en 3,7% anual. Por otra parte, el consumo interno –castigado por la devaluación– pierde terreno en kilogramos entregados frente a las exportaciones. Y no se trata de que la carne “esté cara”, sino de la pérdida del poder adquisitivo frente a la misma, llevando a que nuestro principal cliente reduzca su demanda interanual en 7,0 kg/habitante/año.

Ante esto los representantes de los frigoríficos en la última reunión de la Mesa de las Carnes le prometieron al presidente Mauricio Macri no aumentar el precio de la carne (¿en detrimento de lo que recibe el productor?) aún a sabiendas de que el mercado no funciona así y que la cadena minorista se apropiará de ese valor (¿quién podría culparlos?)

Las exportaciones siguen en crecimiento, explicadas en su totalidad gracias al evento sanitario fortuito de la “fiebre porcina africana” registrada en China y su efecto aspiradora, que se lleva tres de cada cuatro kilogramos exportados por la Argentina.

La dinámica de precios en el Mercado de Liniers nos dejó un saldo positivo en términos nominales de papel pintado y muy negativo en moneda dura. Y aunque algunos se esfuercen en hacernos creer que tenemos el precio más competitivo del Mercosur, señores, la realidad es que el valor de nuestra producción se licuó. Se licuó como a mediados de la década del ’80, cuando un par de mocasines Grimoldi representaba el importe de un novillo. ¿Parece una locura? No. Es que los procesos inflacionarios lo distorsionan todo.

Lo hasta aquí expresado nos debería llevar al siguiente análisis, como si se tratase de la crónica de una muerte anunciada: si bien los ciclos de retención y liquidación de hembras han sucedido siempre, lo cierto es que de un tiempo a esta parte no se ha incentivado más que con palabras bonitas a la producción ganadera. Pero a la vista está que por segundo año consecutivo se están faenando hembras por encima del punto de equilibrio y el productor, ante la falta de financiamiento, el ahogo fiscal y eventos climáticos adversos, terminó vendiendo la fábrica a China a precios baratos en detrimento de la producción futura.

Por otro lado, quedó en evidencia el estéril accionar de la Mesa de las Carnes: manosear el peso mínimo de faena no era la medida correcta, sino la salida fácil. Como resultado y para mantener la producción, debemos sacrificar más cabezas, representando esto un mayor costo de faena, menos kilogramos producidos por animal; ineficiente por donde se lo mire.

Tampoco pudieron resolver la protección desmedida que genera la transferencia de valor de la producción y la industria cárnica al sector curtidor (protección que lleva cuatro décadas).

En lugar de discutir una reducción de la carga impositiva que haga atractivo el blanqueo de los distintos participantes del sistema de carnes, se convirtieron en la Gestapo de los controles, sistemas de cámaras, nueva tipificación, remitos electrónicos y aún así es noticia que días atrás fue suspendido un frigorífico por haberse detectado en un container enviado a China una cantidad de materiales extraños como tapitas de gaseosa y papeles de chicle. Algunos gustan de verlo como producto de un ardid conspiratorio de fuerzas siniestras, como si fuera la primea vez que ocurre una argentinada. Eso sí, en llorar cierres somos nivel experto.

Lo que nos lleva a pensar que en cuanto a eventos sanitarios que hacen que las puertas del mundo se abran o cierren, seguimos tan livianos como en los años 2000/01, cuando ocurre el reingreso de la fiebre aftosa, donde, paradójicamente, en Uruguay esa emergencia sanitaria impulsó el nacimiento de un proyecto innovador de trazabilidad completa que involucra al Estado y al productor en partes iguales, utilizando tecnología de información y comunicación para agregar valor, aumentar la credibilidad y abrir mercados

En la Argentina, por esa fecha, en cambio, se abogaba por la creación de un instituto de promoción de carnes (Ipcva) del que el Estado no se debería preocupar, ya que los costos los asumían productores e industrias y hoy más que nunca nos deja ver que para lo único que sirvió fue para que un grupo de representantes viajen a distintos destinos del mundo (que probablemente el grueso de los productores que lo financiamos no lleguemos a conocer nunca).

Los empresarios ganaderos sabemos que a la hora de hacer negocios es deseable “poner los huevos en distintas canastas”. Pero el Estado y las instituciones gordas que supimos conseguir los han puesto en un mercado interno pauperizado y en cortes exportables de bajo valor destinados a un solo mercado.

El camino es el incentivo a la producción y a la productividad en cualquier tipo de bienes o servicios, independientemente de su grado de procesamiento o valor agregado; ese debería ser el objetivo de una política pública para promover el crecimiento económico e incrementar el bienestar general.

Cada vez que se intenta intervenir el mercado se lo daña. Los problemas en la ganadería Argentina ya cumplieron la mayoría de edad, cuando menos lo pensemos estarán en la etapa jubilatoria y, mientras tanto, nosotros seguimos enmarañados en discusiones fútiles y peleando con molinos de viento sin lograr siquiera que se discutan cuestiones estructurales.

Por Virginia Buyatti Giovanovich. C.P.N. Empresaria ganadera del norte de Santa Fe

Fuente: Valorsoja.com

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