Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Lucas 9, 22-25

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día».
Entonces decía a todos:
«Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará. ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se arruina a sí mismo?».

REFLEXIÓN

El Hijo del hombre tiene que padecer mucho

Lucas continúa en el capítulo 9 de su Evangelio con su catequesis acerca de la identidad de Jesús y para que pueda comprenderla su comunidad, intercala en su relato una referencia a su pasión, muerte y resurrección y a su seguimiento.

Después de que Pedro ha confesado que Jesús es el Mesías, el evangelista va a precisar está afirmación colocando el primer anuncio de pasión. Jesús verdaderamente es el Mesías, pero no un Mesías triunfante que llega con poder sobre las naciones, sino todo lo contrario, tendrá que padecer y sufrir mucho. El eco del poema del siervo de Isaías (52,13-53,12) resuena en este anuncio en clave de fidelidad y obediencia al plan de Dios. Los responsables, no sólo del sufrimiento sino de la muerte de Jesús, aparecen reflejados en la triada, ancianos, sumos sacerdotes y escribas, las autoridades religiosas de aquel tiempo que condenaran a Jesús porque son incapaces de reconocerle. Pero el Mesías, abre la puerta a la esperanza de la vida. El dolor y la muerte no tienen la última palabra. El aparente fracaso de una vida entregada se tornará en resurrección, al tercer día.

A continuación, Lucas va a insistir en que seguir a Jesucristo no es para llenarse de honores y medallas. Ser discípulo del Maestro implica una serie de condiciones aptas para todos aquellos que quieran compartir su vida y su destino.

La primera es negarse a sí mismo, es decir renunciar al ser el centro de la propia vida, dejar a un lado todo lo que no es auténtico para poder aceptar los valores del Reino, para profundizar en el conocimiento y la identidad de Jesús, para aceptar un fracaso que alcanzará su triunfo.

La segunda condición es tomar la cruz cada día, que evoca la imagen de un condenado a muerte obligado a cargar con el madero de la cruz, como más adelante lo hará Jesús. Cargar con la cruz no es fácil, ni nos gusta. Asumir las contrariedades y contradicciones, aliviar el mal y el sufrimiento que padece tanta gente en nuestro mundo hace que nuestra cruz de cada día se vuelva más ligera.

La tercera condición del discípulo es seguir a Jesús, ir detrás de él en sentido existencial. Estar dispuesto a identificarse con su persona y su mensaje. Acogerle en el otro, especialmente en el pobre y oprimido, en el que carece de paz y libertad, en el hambriento de pan y de sentido.

Si este camino parece duro, pierde sin duda toda su crudeza ante la conciencia que lleva a salvar la vida. El que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará. Este versículo nos sitúa de nuevo ante una elección, como en la lectura del Deuteronomio. Salvar la vida es querer vivir sin riesgos, guardándola para uno mismo, y en consecuencia la persona la pierde, no hace de su vida un servicio para los demás. Perder la vida por Jesús es darle un sentido nuevo, llenarla de plenitud y por ende de bendición y felicidad. ¿Estás dispuesto/dispuesta a seguir a Jesús?

 

Hna. Carmen Román Martínez O.P.
Congregación de Santo Domingo