Buenos Aires, 7 agosto (PR/20) — La producción de leche en América Latina y el Caribe: ¿Cómo estamos en relación con el resto del mundo?

Un informe elaborado por el Observatorio de la Cadena Láctea Argentina -OCLA- compara las producciones del resto del mundo y sus proyecciones de las últimas décadas. Con los últimos datos analizados, se puede inferir que el crecimiento de la producción de leche en la región ALC está “perdiendo fuerza”.

“Nada es bueno o malo si no es por comparación”, dice una cita atribuida por algunos al pensador irlandés Edmund Burke (1729-1797) y por otros, al actor contemporáneo Denzel Washington. Pero independientemente del origen del dicho, el mismo es ampliamente reconocido como criterio de evaluación, es decir, para juzgar dónde estamos parados, si lo que hacemos es mucho o poco, está bien o mal, entonces una primera alternativa es analizar que hacen otros en situaciones comparables.

Trasladando este criterio de análisis para evaluar el desempeño de la producción de leche en América Latina y el Caribe, proponemos como alternativa de comparación analizar qué está ocurriendo en el resto del mundo.

Comenzando por la situación global, las estimaciones de FAO indican que la producción mundial de leche en el año 2019 fue de 851,8 millones de toneladas y la producción para el año 2020 se proyecta de 858,9 millones de toneladas, es decir, un 0,8% de crecimiento, la tasa más baja desde el año 1997.

Según el comportamiento de la producción de todas las especies (vacuna, bufalina, ovina, caprina y camélidos),  para el año 2018 la mayor proporción correspondió a la especie vacuna, con el 81% del total a nivel mundial, seguida por la leche de búfalo, con el 15,1%, y el resto para las otras tres especies. En el caso de América Latina y el Caribe, la situación es diferente, por la importancia prácticamente excluyente de la leche vacuna, que representó en ese mismo año el 98,9% del total (seguida por la leche caprina, y en menor cantidad, la ovina).

De confirmarse estas proyecciones, nuestra región aportaría en el año 2020 el 11,2% de la producción mundial, una proporción menor a la media del trienio 2013-2015, que fue del 12,4% (la máxima participación fue en 2011 con el 12,7%).

Respecto de la participación de la producción de leche de América Latina y el Caribe en el total mundial, la misma comenzó a aumentar desde la década del ´60, cuando se ubicaba en el 5,8% (año 1961, según datos de FAO), hasta llegar al 8,6% a fines de la década del ´80 (año 1990). A partir de allí se aceleró la tasa de crecimiento relativa de la región, pues a fines del siglo XX había llegado al 12,5% (año 1999). Con el nuevo siglo, la participación primero se estabilizó alrededor del 12% y en los últimos años parece incluso haberse reducido algo.

La tendencia relativa entre la producción mundial y regional se estaría manteniendo, ya la estimación para el año 2019 arroja un leve crecimiento para la producción regional (+0,8%), algo menor al crecimiento de la producción mundial (+1%).

Pero sobre todo, con una perspectiva de mediano plazo, comparando la proyección para 2020 con el promedio de los años 2013-2015, mientras que la producción mundial aumentaría un 3,0%, la producción regional se reduciría en la misma proporción, lo que de alguna manera confirma que el crecimiento de la producción de leche en la región de ALC está “perdiendo fuerza”, al menos en comparación con el resto del mundo.

Esta pérdida de participación estaría explicada en gran medida por la desaceleración de la producción en la subregión de Sudamérica, lo que amerita un análisis con mayor detalle, desagregando el comportamiento productivo de los distintos países.

La implicancia de estos resultados para el bienestar económico y social de la región es muy importante, ya que se supone que estos sectores, como el lácteo, basados en el uso de recursos naturales y tecnologías de baja complejidad, debiesen ser los motores del crecimiento y la integración regional a la economía mundial, pero sin embargo, se aprecia que (al menos en Sudamérica), nos cuesta mantener el ritmo de crecimiento que tienen las economías desarrolladas, más maduras, que además tienen ventajas competitivas en la producción de tecnología y servicios, que nosotros no tenemos.

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Fuente: Todo Agro