Por Virginia Busnelli*

Buenos Aires, 14 septiembre (PR/20) –Los primeros días de calor se asoman y también las recurrentes frases “me tengo que poner en forma para el verano”, “arranca la primavera y cierro el pico”, “leí una dieta re copada para adelgazar 10 kilos en un mes”, entre tantas otras.

El NO a las dietas, el NO a las restricciones alimentarias NO son un capricho, todo lo contrario. Experimentos históricos demuestran que la inanición severa tiene síntomas que se asemejan a los conocidos trastornos de la conducta alimentaria (TCA) ¿Conoces el Experimento de inanición Minessota? ¿Sabés cuáles fueron los síntomas? ¿Qué efectos tuvo? Mirá la relación que hay entre este ensayo y por qué los profesionales de la salud insisten en dejar de prohibir los alimentos.

El Experimento de inanición Minnesota se realizó entre noviembre de 1944 y diciembre de 1945 y se publicó en 1950. Con este estudio –de 400 voluntarios- se evaluó el impacto de la restricción alimentaria en personas sanas y su objetivo fue someterlos a inanición severa, observarlos y realimentarlos de nuevo, todo ello bajo un estricto monitoreo. Surgió en el contexto de la segunda Guerra Mundial, con la intención de paliar los efectos de la hambruna provocada por la situación, y encontrar las claves para una recuperación más eficaz de lo que era considerado una catástrofe humanitaria.

El experimento contó con 4 fases: control, restricción severa, recuperación restringida y rehabilitación sin restricciones. En todas ellas hubo controles tanto físicos como psicológicos ¿Cuáles fueron los resultados más destacables? En la fase 1, los voluntarios llegaron a perder el 25% de su peso y experimentaron mareos, pérdida de cabello, disminución de masa muscular, agotamiento, sensibilidad al frío, trastornos gastrointestinales, hormigueo en manos y pies, edema, dolores de cabeza, dificultades de concentración y comprensión, además de preocupación obsesiva por la comida, y con cualquier cosa relacionada con la alimentación. En la fase 2, empezaron a desarrollar singulares rituales al alimentarse, se aislaban para comer, tardaban horas en comer su exigua ración, reorganizaban una y otra vez los alimentos en el plato, diluían la comida en agua para que pareciera más abundante y llegaron a consumir tantos chicles, café o té que tuvieron que limitarlo. En la fase 3, pese a que las raciones iban aumentando progresivamente, el hambre constante no parecía disminuir. En la fase 4, cuando se les permitió comer con normalidad, la mayoría no podían parar de comer, incluso meses después del final del experimento, como consecuencia de la necesidad de recuperarse del déficit. Esta hiperfagia era como si hubieran perdido el control sobre el apetito, referían hambre constante, incluso cuando terminaban de comer.

La historia y la actualidad demuestran que el mundo probó miles de “dietas mágicas” con las que algunas veces se ha logrado esa figura soñada, pero estos regímenes bajos en calorías, excluyentes de hidratos de carbono, endiablando las harinas, restringiendo lácteos, carnes o realizando huelgas de hambre, corrompen totalmente el vínculo con la comida, olvidando cuál es el sentido real de comer.

Los hábitos alimentarios no son mágicos, son consecuencia de un trabajo consciente y un compromiso constante con nuestro bienestar. Por eso es importante transmitir, sobre todo en esta época, en la que nos comenzamos a ver más holgados de ropa, que la magia no existe y que la adquisición de una alimentación, completa, adecuada, oportuna, justa y la realización de ejercicio físico son la clave.

Argentina es uno de los países que con más “dietas y recursos para bajar muchos kilos en 10 días”, tenemos dietas de 700 kcal diarias, batidos de diversos sabores, dieta paleo, la cetogénica, panqueques en polvo, viandas, jugos adelgazantes, celebrities recomendando píldoras, fanáticos por el ayuno intermitente y los instagramers dando consejos sin aval profesional. Por desgracia, muchas personas las aceptan, acceden a ellas, arrancan convencidos con la dieta que eligieron y ahí coincide el comienzo de la privación. Es por eso que los especialistas en nutrición repetimos hasta el hartazgo que “hacer dietas es una batalla perdida”.

Si retomamos el experimento, podemos concluir que los efectos de la inanición inducida son muy parecidos a los síntomas experimentados por personas con anorexia restrictiva o bulimia que utilizan el ayuno como conducta compensatoria, o en personas que se someten a dietas prolongadas. Parece que el cuerpo tiene una tendencia natural para revertirlos, dato importante a tener en cuenta en las dietas hipocalóricas o “mágicas”, y que podría explicar el efecto rebote de las mismas.

No caben dudas que los problemas alimentarios y las restricciones son el talón de Aquiles de los pacientes. Es por eso que los profesionales tenemos que cuidar lo que comunicamos y lo que divulgamos. Estamos en una era en la que le decimos No a las dietas y buscamos poner foco en que la sociedad reaprenda a comer. La clave está en cambiar nuestro chip, buscar el equilibrio, buscar ayuda profesional y promover los hábitos saludables.

*(MN 110351), Médica especialista en nutrición y directora del Centro de Endocrinología y Nutrición CRENYF.

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Fuente: Eikasía Comunicación Corporativa