Escribe Susana Merlo

Desde hace un par de décadas, la estructura de los sucesivos gabinetes que tuvieron los gobiernos de “distinto signo político” que se fueron alternando se caracterizaron por un factor común: la mediocridad. Salvo honrosas excepciones, la mayoría de los funcionarios fueron inexpertos y/o irresponsables, y/o indiferentes, y/o ignorantes de los temas sobre los que debían administrar, y/o corruptos, y varios y/o más.
Sin temor a equivocarse, la calificación es más que aplicable a todos los niveles: nacional, provincial y municipal.
Y, si esto ocurre en el Poder Ejecutivo, que es el que “ejecuta”, que decir del Legislativo???
De no ser así sería casi imposible justificar la abulia en definir, diseñar, y poner en marcha políticas de Estado en que se fue sumergiendo el país, casi desde que comenzó el nuevo siglo.
También sería muy difícil de entender la falta de creatividad que reina, y que justifica gran parte de lo que pasa. De hecho, hasta hubo equipos (o agrupaciones de gente, en realidad) que asumieron -y se fueron- sin haber mostrado siquiera un plan económico, algo que hace algunas décadas atrás (y tampoco tantas), era imposible siquiera de pensar.
Solo teniendo MALOS funcionarios se puede entender que el único instrumento al que son capaces de apelar, tanto entre los que “ejecutan”, como entre los que “legislan”, sean nuevos impuestos, gravámenes, y cargas, al punto de haber convertido a la Argentina en uno de los países con mayor presión tributaria en el mundo.
Tanto es así, que hasta la incapacidad que tuvieron para controlar y evitar las irregularidades fiscales, es una de las razones que impulsó a la adopción de más impuestos que, dada su magnitud, cada vez se hace más complicado afrontar, o atractivo evadir. O sea, en lugar de controlar la evasión, se le aumentan las alícuotas a los que cumplen con sus obligaciones y están dentro del sistema…
Tal es el nivel de irregularidad que en algún caso, hasta las propias autoridades hacen la “vista gorda”, ya que de cobrar lo que corresponde muchos negocios y empresas directamente quebrarían, y eso constituye un gran problema en las provincias (que no pueden emitir como la Nación).
Además del problema por la mano de obra desocupada, ¿Quién les va a pagar si cierran, y con que van a sostener sus inmensas e injustificadas administraciones, ineficientes en la mayoría de los casos?.
Tan perverso es el sistema impuesto por una casta política que no genera nada, y ni es capaz de administrar correctamente, que se favoreció el desmesurado crecimiento de una competencia desleal en la que el que evade es el único capaz de sobrevivir (y hasta crecer), frente a los contribuyentes regulares que cada vez deben soportar mayores cargas, hasta terminar achicándose y quebrando, frente a la indiferencia de funcionarios y legisladores que rápidamente solo buscan con que sustituir los ingresos del caído, sin cambiar en un ápice la situación.
El caso del campo, y sus industrias derivadas es emblemático ya que se trata del sector más competitivo que tiene el país, y el que justifica el grueso de las divisas por exportación que tiene la Argentina (alrededor del 80% en los últimos años).
Aún así, la producción global está estancada hace más de una década y media, solo atenuada por los continuos avances tecnológicos que permiten superar los rindes y restricciones de producción en forma continua, mientras todos los países vecinos, que atravesaron por las mismas circunstancias internacionales, y hasta climáticas, crecieron duplicando, y hasta triplicando, sus volúmenes en el mismo lapso.
Más aún, varios rubros no lograron afrontar tantas cargas y desaparecieron, o van camino a hacerlo, tal como ocurre con la fruticultura, los ovinos, y hasta la lechería, entre otros.
Cada vez más lejos del “supermercado del mundo” que se planteó en los ´90.
No hace falta ser demasiado inteligente o sagaz para percatarse que un sistema con estas características se agota en si mismo, lo que ocurre exactamente en el momento en que los que pagan por trabajar y producir, pasan a ser menos que los que cobran y no trabajan, y que los que evaden.
Y viendo la catarata de gravámenes y propuestas de cargas que se conocieron solo en las últimas semanas (desde el alfajor Jorgito, hasta el Impuesto a la Riqueza; desde el Impuesto al Viento, hasta las retenciones (impuestos a la exportación), o desde la tasa adicional a los créditos en tarjetas en la Ciudad de Buenos Aires, hasta las subas en los inmobiliarios rurales, Sellos, o Ingresos Brutos, etc., etc., etc.), por mencionar solo algunos, se intuye que tal tendencia no puede aguantar muchísimo más.
Es que el drenaje de capital productivo es tal que la disyuntiva entre pagar impuestos o producir, se está convirtiendo en una realidad cotidiana y, en ese caso, la profundización en el achicamiento de la producción es inevitable. Justamente lo contrario de lo que el país necesita.
¿Es tan difícil de entender, o es que, en realidad, sí hay un plan pero no se lo declara?
Pretender que se está luchando contra la pobreza achicando la producción, o sea, la riqueza de un país, es absurdo. Casi tanto como plantear que para que haya “igualdad”, hay que bajar a los que están más arriba, en lugar de permitir que suban los que están más abajo.
Y, a diferencia de lo que creen los que siempre vivieron de la política sin generar prácticamente nada y sin arriesgar tampoco nada, esta vez el barril está tocando fondo aceleradamente…
Ya casi no queda de donde rascar excepto, claro está, que por primera vez se comiencen a cortar los gastos y a buscar la eficiencia en la aplicación de las partidas.
Lindo desafío para funcionarios inexpertos, o para equipos que no son tales…

Fuente: Campo2.0

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