Escribe Susana Merlo

Buenos Aires, 30 de setiembre (PR/21) .– Argentina necesita dólares, pero restringió otra vez las exportaciones de carne (al menos U$S 450 millones en 5 meses); deprime la producción de biodiesel mientras debe importar energía; limita las importaciones de insumos con lo cual ya hay faltantes de muchos elementos clave, incluyendo el vidrio para envases (¿donde pensarán que se puede poner parte importante de la producción de procesados que tanto dicen alentar por el “valor agregado”?), o sigue cayendo la producción de soja, que para esta campaña ya se estima en 44 millones de toneladas, cuando llegó a superar los 60 millones.

Hablando en plata, unos U$S 7.000 millones menos. Suponiendo que la sequía redujera el volumen a la mitad, alrededor de U$S 3.500 millones.

Si se agrega la falta de otros productos como herbicidas, insecticidas, etc, es probable que también se resientan los rindes de la cosecha final.

Seguramente en el barrio alguien hubiera preguntado: ¿Quién les escribe los libretos, muchachos?

El único sector capaz de tener una respuesta positiva casi inmediata, y mucho más en tiempos de pandemia, cuando varias actividades se tuvieron que discontinuar, fue, y es, el campo, la producción de alimentos que, a su vez, es uno de los poquísimos rubros que ofrece balanza comercial positiva ya que las importaciones que requiere, son infinitamente menores a los montos que exporta. Además, y a diferencia de muchos de los de la “industria convencional”, tampoco requiere casi de reintegros para poder salir al exterior. Al contrario, aún es competitivo con el regresivo impuesto a las exportaciones, conocido como “retenciones”.

No queda claro si hay fundamentalismo, ignorancia, animosidad, o alguna otra cosa; lo cierto es que la Argentina productiva prácticamente está estancada desde hace más de una década, y casi sin posibilidades para que la multiplicación económica que genera este rubro a lo largo de todo el país, pueda ser sustituida ni fácil, ni rápidamente por otros potenciales, como la minería, el turismo, etc.

Si a esto se agrega que aún en las épocas más negativas, el “campo” invierte alrededor de U$S 20.000 millones ¡¡por año!! solo para producir granos, cifra que se eleva sustancialmente si se considera la totalidad de la cadena agroindustrial, se concluye que las políticas cortoplacistas que vienen imponiendo los últimos gobiernos, son absolutamente incomprensibles ya que, a contramano del resto de los países competidores, mientras los demás crecen consistentemente, y con independencia de sus situaciones internas; la Argentina se sigue achicando.

Por caso, en el mismo lapso en que Argentina perdió más de 16 millones de toneladas de producción de soja, Brasil aumentó 50% su cosecha, mientras que en el ciclo actual, en el que Argentina volvería a caer, ahora a 44 millones de toneladas, el vecino mayor del Mercosur va a aumentar otros 10 millones para llegar a los ¡144 millones de toneladas! “Apenas” 100 millones de diferencia, solo en soja….

Pero lo grave, y que puede ser una trampa para los productores que ahora se volcaron fuertemente al maíz, o a la cebada, entre otros, es que a algún funcionario voluntarista se le ocurra aumentar las retenciones de los otros productos, al comprobar la caída de ingresos de divisas y de aportes fiscales que comienza a implicar la disminución de los volúmenes de soja.

Lejos, por supuesto, estarían de pensar en la onerosa capacidad ociosa instalada de la oleaginosa, en la caída de la actividad económica en distintas regiones, u otras cuestiones mucho más constructivas.

Por supuesto que en medio aparecen distintos manejos con los mercados como el de trigo que aunque formalmente está abierto, tal situación es apenas virtual, y lo mismo podría llegar a pasar también con el maíz, lo que deprime artificialmente las cotizaciones al forzar una “desaparición” de una de las patas de la demanda, nada menos que la exportación.

Por eso, aunque la mayoría de las declaraciones oficiales generalmente apuntan en el buen sentido (“hay que aumentar las exportaciones”, “buscamos más rentabilidad en los productos”, “queremos ser más competitivos a nivel mundial”, etc.), sin embargo las acciones van a contramano de los dichos. Y seguramente esto seguirá siendo así mientras no haya políticas de Estado de mediano y largo plazo, no aumente el control de la sociedad sobre el accionar de funcionarios y legisladores, y se siga dejando que los tiempos políticos se impongan (sin costo para los responsables) a los tiempos de la República.

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Fuente: Campo2.0