Buenos Aires, 26 de octubre (PR/21) .– Desde el año 2013 la República Popular de China ha desarrollado una política exterior extensiva en marco del relanzamiento de la Ruta de la Seda, posteriormente ungida bajo el nombre de “Belt and Road Initiative”, una estrategia de desarrollo impulsada por el gobierno del actual mandatario, Xi Jinping. Focalizada principalmente en proyectos de infraestructura y el avance hacia una conectividad de características globales, se ha consolidado como un método de inserción y extensión de su influencia con el fin de consolidar su presencia en los mercados del sudeste asiático y del mundo.

A nivel multilateral, China goza de excelentes relaciones con los países del Sudeste Asiático y especialmente con aquellos cuyo cauce del Río Mekong cruza: Birmania, Laos, Tailandia, Camboya y Vietnam. El Mekong se ha convertido no sólo en un espacio que permite la extensión de los lazos de cooperación sino también en un activo estratégico para incrementar la hegemonía de Pekín en la región.

El agua es un recurso vital para los ciudadanos de los países ribereños que dependen del Mekong para poder sobrevivir; de igual forma, se consolida como un bien estratégico que permite la circulación de capitales gracias al intercambio comercial nacional y transfronterizo de los productos y servicios agua-dependientes.

A lo largo del Río Mekong, China ha financiado la construcción de un total de 11 represas hidroeléctricas en el marco del BRI, que actúan como fuentes de energía, como lo son las presas Namlik 1 y 2 en Laos. No obstante, existe un desequilibrio entre las aspiraciones de crecimiento económico de los países donde se encuentran situadas las infraestructuras y el principal patrocinador del aumento de la producción hidroeléctrica en la región. China ha proclamado el inicio de una nueva lucha hacia la hidro hegemonía con el propósito de controlar el curso del agua del Mekong.

La contención del agua río arriba por parte de Pekín se ha consolidado como una amenaza al modo de vida de los habitantes y un obstáculo al desarrollo de las actividades económicas río abajo. En medio de la crisis sanitaria a razón de la pandemia de COVID-19, Laos, Camboya y Vietnam se vieron obligados a declarar la emergencia hídrica a causa de la reducción en los niveles de agua, así como también las provincias de Ben Tre y Ca Mau principales productoras de arroz de Vietnam.

En el año 2010 la Comisión del Río Mekong ya daba cuenta del devastador impacto ambiental que causaría la edificación de represas en la parte baja del río, emitiendo un comunicado donde no sólo resaltaba los beneficios económicos y energéticos a razón del ingreso de inversiones chinas destinados a proyectos de infraestructura, sino que enfatiza el arrasador efecto de su instalación, poniendo en peligro la biodiversidad de la región, causando hasta la extinción de especies como el pez gato del Mekong y el delfín del Río Irawadi.

Los efectos de la manipulación del Río Mekong, sumado al cambio climático, permitieron la aparición de los migrantes climáticos del Sudeste Asiático, quienes se ven obligados a abandonar su residencia habitual porque no pueden contar con el río como medio para su subsistencia.

Es así como la injerencia de China ha conllevado a que el Río Mekong alcance el nivel más bajo en 100 años. Nos enfrentamos ante un panorama desolador: sequía, filtración de agua salada, disminución del volumen de peces y la continua proliferación de las represas hidroeléctricas de capitales chinos. Nos preguntamos: ¿Será la destrucción del ambiente el límite en la búsqueda del poder global por parte de China? No, sólo un medio para un fin.

Mariana Contreras, Miembro del eje Relaciones Internacionales del Centro de Desarrollo Sustentable GEO.

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