Gastón y Nelson Alberto González (hijo y padre)

Por  | 

La familia González aún conserva ese primer campo ubicado al norte de Pavin, entre Adelia María y Huanchillas, que hoy lleva por nombre La Magda, en honor a María Magdalena Barra de González, madre del protagonista de esta historia y abuela de Gastón González, actual presidente de la compañía y a cargo de su trascendencia.

Gastón González en la planta de San Luis del Grupo Tigonbu

Los primeros años del Grupo Tigonbu

El Grupo Tigonbu no solo es propietario de una superficie equivalente a una vez y media la Capital Federal destinadas un 60% a la actividad agrícola y el resto a la ganadería. A lo largo de su historia, la familia González supo acumular otros títulos, como ser propietaria de 17 tractores John Deere e infinidad de maquinaría agrícola, siendo el mayor consumidor de aceite refrigerante del país. A su vez, también fue uno de los más grandes criadores de Aberdeen Angus Colorado, actividad en la que siguen activos.

En el presente, se destaca en la producción de etanol a base de maíz y hasta cuenta con una central eléctrica propia, en la provincia de San Luis. Pero todo esto no podría haber sido posible sin trazar antes la historia de la familia González en la Argentina. 

Nelson Roberto González nació en Magdalena, provincia de Buenos Aires, en 1913. Junto a su padre, una de las primeras tareas que realizó fue la “cosecha” de conchillas en la Costa Atlántica, pero pronto buscó nuevos rumbos. “Papá se mudó a La Pampa, donde trabajó como esquilador y tiempo más tarde pudo comprar su primer campo al norte de General Levalle, en Córdoba”, recuerda su hijo desde su oficina en diálogo con Agrofy News. “Mi abuelo enfermó y las cosas no resultaron, se terminaron fundiendo, perdiendo el campo y el resto de la familia se asentó en La Plata, donde abrieron una especie de pensión”, agrega González lo que fueron los vaivenes de la familia.

Papá decidió volver a Córdoba y fue así como primero con arados tirados por caballos y luego con tractores y nuevas herramientas prestaba servicios a terceros hasta que pudo comprar su primer campo, en 1947”, señala quien en aquel momento tenía solo tres años.

Nelson Roberto González

El ascenso del Grupo Tigonbu

Un par de décadas más tarde, tanto Nelson como su hermano, Juan Carlos, se suman al negocio familiar y de la mano de su padre ingresan como socios minoritarios en Sotein SRL, hasta entonces la administradora de Santa Teresa, una estancia de 4325 hectáreas, que había pertenecido a los dominios de doña Adelia María Harilaos de Olmos.

“Mi padre ya había adquirido un par de campos antes de sumarse a esta sociedad creada en 1937”, precisa González y completa: “ingresó en la estancia comprando la parte de Luis Alberto Peró y, en 1968, adquirimos la totalidad a las familias Cullen y Domeq”.

Siempre en palabras de González, su padre sufrió una hemiplejia poco tiempo después de enviudar lo que aceleró la toma de control por parte de él junto a su hermano.

“Se nos presentó la oportunidad de comprar un campo de 4000 hectáreas en General Acha, La Pampa. En ese momento, mi padre no estuvo de acuerdo con la operación y en el camino, nos enteramos que le compró 800 novillos a Llorente Hnos para así comprometer los fondos y que no podamos adquirir el campo”, revive la historia su hijo y continúa: “la señora del dueño no estaba en la Argentina y tardaba un mes en volver, fuimos a una escribanía y dejamos un cheque de 6 millones de pesos sin fondos, pero de todos modos tenía respaldo, porque sabía que en esos 30 días llegaría a cubrirlo. La otra parte dejó como garantía 700 terneros. Finalmente, pudimos firmar la compra de ese campo y también sumamos los terneros”. No sería la primera ni la última operación. 

En Laboulaye, cerca del campo Santa Teresa, un miembro de la familia Helguera Duhau puso en venta una fracción de la estancia Santa Ana. Otras alrededor de 4000 hectáreas, pero en ese momento los González no contaban con la liquidez suficiente para hacer frente a la operación.  No se amedrentaron. “Viajamos de inmediato hasta Arrecifes a visitar a los hermanos Buratovich y juntos creamos Tierras de González y Buratovich que no es otra cosa que la génesis de la firma Tigonbu para hacernos con ese campo en Córdoba en partes iguales”, rememora el empresario y sigue: “un tiempo más tarde, a la familia Buratovich le salió la oportunidad de comprar un campo lindero a su histórico establecimiento Doña Petrona y recurrieron a nosotros para cedernos el 50% de Tigonbu a cambio de esa operación. Así fue como nos quedamos con la totalidad de la firma y con ella esa fracción de Santa Ana”.

La división de bienes

Los hermanos González sobrevivieron a su padre, fallecido en 1983, y por 15 años trabajaron de forma mancomunada en expandir los recursos agropecuarios heredados. “Si él necesitaba algo de dinero me tocaba la puerta y lo tenía, todo lo hicimos juntos y mirando para adelante”, confiesa el empresario haciendo referencia a su hermano.

En 1998, llegó el momento de la división de bienes. “Nos sentamos en un escritorio de por medio y resolvimos todo en muy buenos términos”, afirma González que tras esa repartija se quedó con 15.000 hectáreas bajo la firma Tigonbu e inició una nueva etapa que no estuvo exenta de nuevas adquisiciones y más inversión.

A partir de ahí, pude sumar varios campos en San Luis y algún pedacito en Córdoba. A Llorente Hnos. le compré un establecimiento de 8050 hectáreas en Buena Esperanza, donde ahora mi hijo levantó una fábrica; además de otras adquisiciones en esa zona puntana y así logré reunir 30.000 hectáreas”, repasa González un ascenso que en menos de dos décadas le permitió duplicar su patrimonio territorial. “Mi hermano conservó la firma Sotein con algunos campos en Córdoba, creció fuerte en Santiago del Estero y a él también le fue muy bien”, confiesa.

Para Gastón González, miembro de la nueva generación y cara visible de Tigonbu, la posibilidad de hacer y dejar ser por parte de su padre es muy importante en el desarrollo personal y de la empresa. Algo que queda materializado en el último paso que dio la compañía.

La nueva generación

La destilería Porta Hnos. fue una fuente de inspiración y asesoramiento para algunos de los productores agropecuarios que eligieron montar plantas de bioetanol en los últimos años.

Gastón González, de Tingobu, se puso en contacto con la firma cordobesa porque necesitaba dotar de valor al maíz que produce en sus 18.000 hectáreas agrícolas.

“Una de las formas de agregarle valor es el engorde de animales a corral, pero aún teníamos un excedente de maíz con el cual perdíamos plata por la distancia a puerto. Fue así que evaluamos la posibilidad de sumar la destilería con capacidad de procesar el equivalente a un camión de maíz por día”, cuenta el actual presidente de la compañía.

“La planta de bioetanol demanda gas (GLP) que logramos suplir con la instalación de biodigestores alimentados por el estiércol del feedlot y maíz picado. A su vez, ese gas alimenta dos motores de 1,2 MW/h, cada uno, para generar energía dentro del Programa RenovAr 2 y como resultado, en las distintas etapas de todo el proceso, obtenemos vinaza, burlanda y biofertilizantes”, resume González que, en el último lustro, invirtió alrededor de US$ 24 millones en Buena Esperanza, San Luis, para levantar un verdadero complejo agroindustrial en el medio de uno de sus 12 establecimientos.

“Solo con los biodigestores, ahorramos $8 por litro de etanol; es decir, unos US$ 470.000 en gas. A su vez, estimamos en otros US$ 900.000 anuales de ahorro gracias a los biofertilizantes”, grafica los beneficios de un proyecto que termina 9000 cabezas de ganado por año y está en plena expansión.

En cuanto a la viabilidad del negocio, el empresario asegura que cada unidad tiene margen de rentabilidad por sí sola, pero al estar en una cadena integrada verticalmente mejora los resultados de la compañía haciendo más eficiente la producción. Sin embargo, admite que, en la Argentina suceden cosas, como por ejemplo, “a partir de la suba del maíz el negocio del biogás se achicó o la carne que enviábamos a restaurantes a China, que nos dejaba muy buen margen, con el desdoblamiento cambiario cayó a la mitad”.

González afirma que toda su inversión se hizo pensando en el futuro, desde la trazabilidad, cuidando el medio ambiente e incluso contando una historia. “Tenemos una cabaña de Angus Colorado con 50 años de trayectoria, es decir, en cada uno de nuestros cortes hay una historia con una huella de carbono muy baja y creemos que es cuestión de tiempo para obtener la recompensa”, señala al mismo tiempo que admite: “Quizás nos adelantamos al hacer todos estás inversiones en la Argentina”.

* Periodista de negocios especializado en empresas de familia (Twitter: @facusonatti)

Primicias Rurales