Escribe Susana Merlo

Si algo dejó en claro la pandemia de 2020 fue, por un lado, la fragilidad de la estructura de nuestras sociedades, y también, que los alimentos son “esenciales”, una verdad de Perogrullo, pero que se volvió a manifestar en primera persona como hace décadas no ocurría.
Y en ese sentido, tal vez el único, Argentina tiene un rol preponderante a nivel mundial pero…., por cuanto tiempo?
Cuando hace 25 años se lanzaba el desafío de transformar el histórico “granero del mundo”, en el “supermercado”, ya se estaban previendo cambios que hoy son una realidad.
En aquel momento las ventajas eran “ comparativas” y “ competitivas”, se iniciaba la era de los transgénicos con la soja RR, las comunicaciones registraban un despegue incipiente y aparecían celulares del tamaño de cajas de zapatos que revolucionaban a usuarios que durante décadas no habían logrado tener, siquiera, un teléfono de línea.
Hoy todo eso es historia y la tecnología vence día a día sus propios récords y restricciones ampliando las fronteras productivas, y elevando significativamente los rindes.
Sin embargo, esto mismo que beneficia a la Argentina también ayuda a vencer las limitaciones productivas que tienen otros países.
Antes de ingresar al siglo XXI, Uruguay prácticamente no hacía soja; Paraguay no exportaba casi carne ni la Oleaginosa, y el Brasil de los alimentos era menos de un tercio del gigante mundial que es hoy. Y así se podrían mencionar cantidad de casos.
Obvio que el ingreso en la agricultura de precisión; el advenimiento de la tecnología satelital; la robótica, los vehículos autopropulsados que ya permiten comandar “de lejos” tractores o cosechadoras; los pilotos automáticos, la telemetría, el big data, sin hablar de la inteligencia artificial, o la electrónica, o la ingeniería genética, están permitiendo avances impensados hasta hace muy poco tiempo atrás.
“Hoy ya hay 3 millones de hectáreas conectadas que permiten el manejo a distancia, el control en tiempo real y hasta el diagnóstico no presencial”, se decía en una reunión de maquinaria días atrás, pero esa superficie es menos del 10% de lo que ocupan sólo los cultivos anuales en el país.
Por otra parte, a partir de la globalización, las nuevas tecnologías que van apareciendo, casi inmediatamente están accesibles para todo el mundo y, si Argentina se beneficia con ellas, lo mismo ocurre con otros países.
De hecho, tanto los nuevos materiales resistentes a sequía, como las tecnologías para desalinizar el agua, están ampliando sensiblemente las fronteras agrícolas en distintas partes del planeta. Y eso por mencionar solo un ejemplo.
Pero entonces, qué margen le queda al país para aprovechar sus diferencias favorables como el clima, el suelo, o el agua dulce?
Es una pregunta difícil de contestar.
En lo que va del siglo, mientras la Argentina prácticamente estancó su producción agropecuaria global (aún con los avances técnicos), el vecino Brasil más que triplicó los volúmenes que obtenía e, incluso, incorporó nuevas especies a su oferta interna e internacional. Otros países también hicieron lo mismo.
Cual es la diferencia entonces??
Muy simple: primero la definición de objetivos y la elaboración de una estrategia país que sea consistente y estable en el tiempo (ejemplo Chile o Brasil, por mencionar algunos). El segundo requerimiento es aplicar políticas acordes con el punto anterior. Dicho de otra manera, no se puede seguir declamando una cosa y articulando todo lo contrario, menos aún en una actividad como la agroindustrial que requiere fuertes inversiones y sus resultados son de mediano y largo plazo. 

Primicias Rurales

Fuente: Campo2.0