Por Emiliano Rodríguez

El presidente Alberto Fernández, partiendo de Rusia rumbo a China tras reunirse con Putin.El presidente Alberto Fernández, partiendo de Rusia rumbo a China tras reunirse con Putin.Foto: NA/Presidencia.

Buenos Aires, 5 febrero (PR/22) — Se sabía de antemano que las relaciones palaciegas podían tornarse complejas en la actual coalición de Gobierno, después de la forzada designación “a dedo” de Alberto Fernández como candidato a jefe de Estado por parte de quien aún hoy ostenta el poder real dentro del Frente de Todos, la vicepresidenta y líder de ese espacio, Cristina Fernández de Kirchner.

Era de esperar que la convivencia entre clanes generara asperezas, con moderados por un lado y dirigentes más radicalizados por el otro compartiendo un mismo ámbito de toma de decisiones en el marco del desposorio por conveniencia que pactaron los Fernández con el objetivo de ganar las elecciones de 2019, lo que finalmente ocurrió.

De todos modos, luego de una serie de ligeras tensiones -de corto plazo- puertas adentro en la Casa Rosada durante los dos primeros años de la gestión de Fernández como presidente, el traspié del oficialismo en los comicios de medio término de 2021 parece haber marcado un punto de inflexión en el matrimonio político que se lanzó a gobernar el país tras haber derrotado a Mauricio Macri en las urnas.

El resultado de la votación del año pasado encendió luces de alarma en un sector del kirchnerismo, más precisamente en filas de la agrupación La Cámpora, que persigue su propio proyecto electoral con vistas a 2023 y que hoy considera al acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) como una amenaza adicional a sus probabilidades de éxito.

En este sentido, la renuncia del camporista e hijo de la vicepresidenta Máximo Kirchner a la jefatura del bloque de Diputados del Frente de Todos (FdT), disgustado con los términos y las condiciones del memorando de entendimiento con el Fondo, concibe un enorme y preocupante signo de interrogación sobre cómo se desarrollará de ahora en más la relación interna entre las distintas facciones del Gobierno: en especial, el vínculo del kirchnerismo con el propio presidente Fernández.

No se sintió “contenido”, intentó explicar la número dos del bloque, Cecilia Moreau, sobre los motivos del portazo de Máximo, cuyo rol protagónico en el Parlamento no alcanzó -en este tiempo-para que el oficialismo lograra avanzar con proyectos clave para el FdT como las reformas judicial y del Ministerio Público Fiscal, y la ley de Presupuesto 2022.

“Tenemos la chance de que el presidente Alberto Fernández sea reelecto el año próximo”, comentó, por su parte, el titular del Banco Central, Miguel Ángel Pesce, tras el anuncio del acuerdo con el Fondo que tanto malestar generó en filas del kirchnerismo más duro: a buen entendedor, pocas palabras.

De cualquier manera, el Gobierno necesita que el pacto con el FMI sea aprobado en el Congreso, ya sin Máximo como jefe de bloque en la cámara de Diputados, pero sí con Cristina al frente del Senado: en este contexto, podría ser determinante el rol que vaya a desempeñar en el Parlamento Juntos por el Cambio (JxC), que insiste en reclamar un “plan económico” a Fernández y aún espera interiorizarse sobre la “letra chica” del trato.

Claramente, el mandato del Fondo que más preocupa al núcleo duro kirchnerista es el relacionado con el achicamiento del déficit fiscal y que prevé un contexto de ajuste en los próximos años, incluyendo un aumento de tarifas; es decir, un escenario poco fértil para el ungimiento de un candidato disruptivo de La Cámpora, obligado a profesar un progresismo de bolsillos flacos.

Antes de emprender un viaje oficial a Rusia y China -que está dejando tela para cortar, por cierto-, Fernández abogó por la unidad del FdT después de la rebelión de Máximo y designó en su reemplazo a Germán Martínez, que será entonces uno de los lugartenientes del Gobierno en el Congreso, junto con Sergio Massa, cuando llegue el momento de discutir los pormenores del entendimiento con el Fondo.

El extraño ofrecimiento del presidente

En Moscú, el jefe de Estado se reunió con el líder del Kremlin, Vladimir Putin, a quien insólitamente ofreció la posibilidad de convertir a la Argentina en una “puerta de entrada” de Rusia a América Latina. También dijo que el país tiene que librarse de la dependencia de Estados Unidos y de FMI.

No queda claro en primer lugar si Fernández, con su extraño ofrecimiento, intenta ubicar a la Argentina en el rol de competidora de naciones como Cuba o Venezuela, que ya mantienen un estrecho vínculo con Rusia, como quedó demostrado días atrás cuando Moscú amenazó con desplegar tropas allí en el marco de las tensiones con EE.UU. por el conflicto con Ucrania.

Y tampoco se entiende con qué necesidad el primer mandatario genera en Washington ruido diplomático con sus declaraciones, apenas días después de haber enviado a su canciller Santiago Cafiero a gestionar muestras de apoyo de parte del gobierno estadounidense en el marco de las negociaciones con el Fondo, organismo al que la Argentina aún le tiene de devolver la friolera de 44.5000 millones de dólares.

Incluso, horas más tarde de la entrevista del presidente con Putin, el jefe de Gabinete, Juan Manzur, se reunió con el embajador de EE.UU. en Buenos Aires, Marc Stanley, que en redes sociales comentó: “Continuamos fortaleciendo los lazos entre Argentina y Estados Unidos. Gran encuentro (…) para conversar sobre la relación bilateral”.

Una vez más, da la sensación de que Fernández, “vistiéndose de rojo” en Moscú y Beijing, intenta endulzar los oídos del núcleo duro kirchnerista y de la militancia más radicalizada con sus comentarios y actitudes, como cuando días atrás volvió a la carga contra la Corte Suprema de Justicia, después de haber elogiado en 2016 su integración y desempeño, de igual manera que la “integridad moral y técnica” de los jueces Horacio Rosatti y Carlos Rosenkrantz, propuestos por Macri.

Otra particularidad del viaje del presidente a Rusia, China y Barbados que al principio pasó casi inadvertida, pero que a la luz de los recientes acontecimientos en el Conurbano bonaerense comenzó a levantar polvareda es la presencia del intendente de José C. Paz, Mario Ishii, en la comitiva oficial.

Allí en su distrito fue detenido esta semana un maleante de origen paraguayo llamado Joaquín Aquino, apodado el “Paisa” y sindicado en principio por la Justicia como el responsable de la distribución de la cocaína adulterada que provocó al menos 24 muertes, en una tragedia de alto impactó mediático y que conmovió en los últimos días a la sociedad argentina.

Este fatal suceso pone al descubierto la fragilidad social en la que sobreviven los sectores más postergados de la población y su situación de vulnerabilidad frente al avance del narcotráfico y a la proliferación del consumo de drogas en barriadas en donde los vecinos reclaman más presencia del Estado.

Y Mario Ishii, en definitiva, se trata del mismo dirigente peronista que quedó capturado en un cámara oculta a mediados de 2020 discutiendo con un grupo de empleados municipales de Jose C. Paz a quienes, según decía, tenía que “cubrir” cuando salían a “vender falopa” en ambulancias en esa comuna.

La muerte de más de una veintena de personas por el consumo de cocaína adulterada generó, además, un inaudito contrapunto entre el ministro de Seguridad de la Nación, Aníbal Fernández, y su colega bonaerense, Sergio Berni, al tiempo que incrementó la tensión entre el oficialismo y la oposición, que exige a la Casa Rosada que brinde explicaciones sobre la estrategia oficial para ¿combatir al narcotráfico? en la Argentina.

Por cierto, en un trámite exprés, el Gobierno dispuso la expulsión del país del “Paisa” y le prohibió su reingreso. Quizás antes de que abandone la Argentina para regresar a Paraguay sería valioso que declare y comente, en todo caso, lo que sabe.

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