A continuación, la homilía completa del Papa León XIV:
Nos hemos reunido en este lugar para celebrar la conmemoración de todos los fieles difuntos, en particular de los que están sepultados aquí y, con especial afecto, de nuestros seres queridos. En el día de la muerte ellos nos han dejado, pero los llevamos siempre con nosotros en la memoria del corazón. Y cada día, en todo lo que vivimos, esta memoria está viva. Muchas veces hay algo que nos hace recordarlos, imágenes que nos llevan a los momentos que vivimos con ellos. Muchos lugares, incluso los perfumes de nuestras casas nos hablan de aquellos que hemos amado y que nos han dejado, y tienen encendido en nosotros su recuerdo.
Hoy, sin embargo, no estamos aquí sólo para conmemorar a los que han pasado de este mundo al otro. La fe cristiana, fundada sobre la Pascua de Cristo, nos ayuda a vivir la memoria más que como un recuerdo del pasado, como una esperanza futura. No es tanto un volverse hacia atrás, sino más bien un mirar hacia adelante, hacia la meta de nuestro camino, hacia el puerto seguro que Dios nos ha prometido, hacia la fiesta sin fin que nos aguarda. Allí, en medio del Señor Resucitado y de nuestros seres queridos, gustaremos la alegría del banquete eterno: «En aquel día —hemos escuchado en la lectura del profeta Isaías—, el Señor de los ejércitos ofrecerá a todos los pueblos sobre esta montaña un banquete de manjares suculentos […]. Destruirá la Muerte para siempre» (Is 25,6.8).
Esta “esperanza futura” anima nuestro recuerdo y nuestra oración en este día. No es una ilusión que sirve para aplacar el dolor por la separación de las personas amadas, ni un simple optimismo humano. Es la esperanza fundada en la resurrección de Jesús, que ha vencido la muerte y ha abierto también para nosotros el paso hacia la plenitud de la vida. Él —como recordé en una reciente catequesis— es «el punto de llegada de nuestro caminar. Sin su amor, el viaje de la vida se convertiría en un vagar sin meta, un trágico error con un destino perdido. […] El Resucitado garantiza la llegada, nos conduce a casa, donde somos esperados, amados, salvados» (Catequesis, 15 octubre 2025).
La caridad vence la muerte. En la caridad Dios nos reunirá junto a nuestros seres queridos. Y, si caminamos en la caridad, nuestra vida será una oración que se eleva y nos une a los difuntos, nos acerca a ellos, en la espera de encontrarlos nuevamente en la alegría eterna.
Queridos hermanos y hermanas, mientras el dolor por la ausencia de quien no está ya con nosotros permanece impreso en nuestro corazón, confiémonos en la esperanza que no defrauda (cf. Rm 5,5); miremos a Cristo resucitado y pensemos en nuestros seres queridos difuntos como envueltos por su luz; dejemos resonar en nosotros la promesa de vida eterna que el Señor nos dirige. Él eliminará la muerte para siempre. Él la ha vencido para siempre abriendo un paso de vida eterna —es decir, haciendo Pascua— en el túnel de la muerte, para que, unidos a Él, también nosotros podamos entrar en él y atravesarlo.















