San Josafat de Lituania -como también es conocido- es considerado el patrono de la vuelta a la unidad entre cristianos ortodoxos y católicos, divididos por un cisma histórico (1054) que pese al paso de los siglos clama por una reconciliación definitiva.

Sacerdote católico de rito bizantino

Josafat (Juan) Kuncewicz nació en Volodimir de Volinia, ducado de Lituania, en 1580. Hijo de padres ortodoxos, vivió en tiempos en los que la Iglesia ortodoxa tradicional y la Iglesia greco-católica bielorrusa de rito griego se encontraban en una pugna constante. Esta última -de la que formaría parte Josafat- llegó a restablecer la plena comunión con Roma durante el Concilio de Florencia (1451-1452), reconociendo oficialmente el primado de Pedro sobre el resto de obispos.

Josafat se integró así al catolicismo y fue admitido en la Orden de San Basilio. Recibió el orden sacerdotal en el rito bizantino y posteriormente sería nombrado arzobispo de Polotsk (actual Bielorrusia).

Curar las heridas y reconciliar

San Josafat convocó a un sínodo a los pastores bajo su mando con la intención de enfrentar la crisis, publicó un catecismo, dispuso ordenanzas sobre la conducta del clero y buscó acabar con las interferencias del poder secular en los asuntos de la iglesia local. A la par, trabajó incansablemente por asistir a sus feligreses fortaleciendo la administración de los sacramentos y la atención a los más necesitados, pobres, enfermos y prisioneros.

Unidad bajo el primado de Pedro

De esta forma, Josafat se convirtió en blanco de una serie de conspiraciones para defenestrarlo, e incluso asesinarlo.

El santo, en respuesta al peligro inminente sobre su vida, declaró: “Estoy pronto a morir por la sagrada unión, por la supremacía de San Pedro y del Romano Pontífice». El 12 de noviembre de 1623, al grito de “¡Muerte al papista!”, San Josafat fue atacado por la turba extremista ortodoxa y luego asesinado -cayó atravesado por una lanza-.

El Beato Pío IX, en 1867, fue el encargado de canonizar a San Josafat, convirtiéndolo en el primer santo de la Iglesia Católica de Oriente que pasó por un proceso formal de canonización.

Durante el Concilio Vaticano II, y a solicitud del Papa San Juan XXIII, los restos de San Josafat fueron puestos en el altar de San Basilio, en la Basílica de San Pedro.

El Papa Pío XI, en su Carta Encíclica “Ecclesiam Dei” [La Iglesia de Dios] escribió que San Josafat “comenzó a dedicarse a la restauración de la unidad, con tanta fuerza y tanta suavidad a la vez y con tanto fruto que sus mismos adversarios lo llamaban ‘ladrón de almas’”.