San Ezequiel poseyó tal ardor misionero que no dudó en arriesgarlo todo por la causa más noble: desde cruzar ríos caudalosos hasta soportar las inclemencias del clima tropical, todo con tal de llevar más almas a los pies de la Cruz. El santo se caracterizó por su espíritu fuerte, probado en las penas, frente a la crítica injustificada o en la enfermedad. En virtud a esa entrega apasionada a Dios y a su labor constante, se le considera uno de los más grandes apóstoles de la evangelización de América Latina y las Filipinas.

Cómo se forja un corazón misionero

Ezequiel Moreno Díaz nació el 9 de abril de 1848 en Alfaro, Rioja (España). Sus padres fueron Félix Moreno y Josefa Díaz, ambos de condición humilde, pero de alma devota, conscientes de que la fe católica es el más elevado tesoro de una familia.

Ese espíritu piadoso impreso en el hogar marcó su corazón para siempre. Desde la primera infancia, Ezequiel se sintió atraído por la vida religiosa, lo que no quiere decir que tuviera todo claro desde el inicio. Él, como tantos otros, pasó de la atracción incipiente a la conciencia madura de lo que una vocación implica.

El santo fue un niño como cualquiera: vivaz y muy juguetón, aunque siempre mostró espíritu de sacrificio. Sería durante la adolescencia que empezó a desarrollar un lado menos común: en más de una oportunidad dejó de asistir a alguna fiesta del pueblo -de esas a las que todos van- para quedarse al cuidado de algún amigo o familiar enfermo. Tras una noche velando por el prójimo, en gesto que alguien podría calificar de “heroico”, volvía a ser el chico común que le gustaba cantar y tocar la guitarra.

Filipinas

Con sólo 16 años, siguiendo el ejemplo de su hermano mayor, Eustaquio, ingresó al convento de los agustinos recoletos en Monteagudo, Navarra, el 21 de septiembre de 1864. Un año después hizo su profesión religiosa y cuatro años más tarde fue enviado como misionero a Filipinas. Allí culminó su formación y fue ordenado sacerdote el 3 de junio de 1871.

En 1876, el P. Ezequiel fue nombrado párroco de Lespinasse y cuatro años más tarde predicador conventual de Manila; allí asumió las riendas de una finca de los agustinos recoletos en Imus -fue notable administrador e impulsor de las obras de caridad-.

“Una sola alma vale más que toda mi vida” (San Ezequiel Moreno)

Varias veces, él y todos quienes vivían en el convento redujeron sus raciones de comida para poder abastecer adecuadamente a los mendigos y la gente sin hogar.

‘Dios y Colombia’

Tres años después, a inicios de la década siguiente, el P. Ezequiel volvió a embarcarse como misionero. Esta vez su destino fue Bogotá (Colombia), en América, donde viviría austeramente por cinco años, ocupando el cargo de provincial de su Orden. Allí se dedicó a predicar y atender a los enfermos, y realizó varios viajes a la región de Casanare -zona poco explorada en ese entonces- para evangelizar y administrar los sacramentos.

En 1896, fue nombrado obispo de Pasto. Sus prédicas contundentes contra los malos políticos o la difusión de doctrinas confusas como el liberalismo -muy en boga en esos días-, así como su habitual sencillez en frente del pueblo provocaron la ira de sus enemigos. Penosamente entre estos hubo algunos obispos, quienes lo atacarían por medio de la prensa local. Pese a todo, San Ezequiel trató a sus agresores con misericordia y siempre los incluyó en sus ruegos.

De vuelta a casa

En 1905, le diagnosticaron cáncer y, ante las reiteradas súplicas de sus hermanos y de la gente que lo quería, decidió embarcarse rumbo a España para operarse. Lamentablemente, la intervención fue muy dolorosa y no tuvo éxito. El buen P. Ezequiel se fue debilitando físicamente de manera progresiva, no así el espíritu de oración que brotaba de sus labios: “Dios mío, dame valor para sufrir por ti”.

…Si deseas saber más sobre San Ezequiel Moreno puedes leer este artículo de la Enciclopedia Católica: https://ec.aciprensa.com/wiki/Ezequiel_Moreno.

Primicias Rurales

Fuente: aciprensa