Buenos Aires, lunes 13 de octubre (PR/25) — Hoy 13 de octubre se celebra a la beata Alejandrina María da Costa, una mística portuguesa conocida por su profundo amor a la Eucaristía. Este día también conmemora al obispo San Narciso de Jerusalén, un santo que vivió en los primeros siglos del cristianismo, en el siglo III. 

La beata portuguesa Alejandrina María da Costa (1904-1955), laica y mística, cuyo paso por este mundo fue un testimonio fehaciente del poder del amor de Dios presente en la Eucaristía, alimento perfecto para el alma.

“¿Quieres encontrarme, hija mía? Búscame en tu corazón y en tu alma, ahí habito, en tu corazón como en mi tabernáculo. ¡Si supieras cuánto me consuelas y cuánto socorres a los pecadores al ofrecerte como víctima!”, le dijo Jesús, Nuestro Señor, a Alejandrina, en uno de los innumerables éxtasis por los que pasó, sufriendo en carne propia los dolores de la Pasión de Cristo.

De cuna pobre

Alejandrina nació en Balazar (Portugal) en 1904. Fue educada cristianamente y permaneció con su familia hasta los 7 años, cuando fue enviada a la ciudad cercana de Póvoa de Varzim para que asista a la escuela. En aquella ciudad costera hizo su Primera Comunión a los 11 años y, un año después, la Confirmación.

Posteriormente, forzada por las circunstancias, regresó a Balazar, a la casa familiar, donde volvió a vivir con su madre y su hermana. Alejandrina tuvo que abandonar la escuela -la que nunca terminó- ya que su familia requería que ayude con los trabajos del campo y los quehaceres del hogar. La situación económica de la familia había decaído significativamente.

Víctima de la insanía y la maldad

Alejandrina, aterrorizada, saltó por la ventana para evitar ser violada. Si algo pasó por su mente en ese momento era preservar a toda costa su pureza y virginidad. Lamentablemente, la ventana estaba a unos cuatro metros del suelo, de manera que la caída le provocó graves lesiones.

Desde aquel trágico día, la pequeña niña se fue deteriorando físicamente: empezó a desarrollar una parálisis que paulatinamente la dejaría postrada para siempre.

Por la expiación de los pecados: Eucaristía, milagro de amor

En esas difíciles circunstancias, Alejandrina empezó a profundizar en el mensaje de la Virgen de Fátima: eso le cambiaría la vida. Confiada en la Virgen, se ofreció a Cristo como “víctima” de expiación por la conversión de los pecadores, por amor a la Eucaristía y por la consagración del mundo al Inmaculado Corazón de Nuestra Madre.

Los últimos 13 años de su vida los pasó postrada en cama. Sin duda, este sería más que un periodo duro que puso a prueba tanto su paciencia y su fe, como las de su familia. Sin embargo, no todo quedó allí. Aquellos también fueron años marcados por una presencia sobrenatural muy fuerte: durante todo ese periodo el único alimento que probó Alejandrina fue la Eucaristía, que recibía a diario.

Muchísimas personas acudieron a su casa para visitarla y recibir de ella alguna palabra de consuelo o compartir un momento de oración. Por recomendación de su director espiritual, Alejandrina, que entendía que la vida que Jesús escogió para ella era en sí misma un apostolado, pidió ser cooperadora salesiana.

“Reciban la Comunión; recen el Rosario todos los días” (Beata Alejandrina)

El 13 de octubre de 1955, exactamente treinta y ocho años después del famoso “milagro del sol” acontecido en Fátima, la Beata Alejandrina Da Costa partió al encuentro definitivo con Dios. Antes de morir, pronunció unas palabras que constituyen su legado: “No pequen más. Los placeres de esta vida no valen nada. Reciban la Comunión; recen el Rosario todos los días. Esto lo resume todo”.

El que ama de verdad se sacrifica

El Papa San Juan Pablo II beatificó a Alejandrina da Costa en una hermosa ceremonia celebrada en el año 2004.

En la homilía el Pontífice dijo: “En el ejemplo de la Beata Alejandrina, expresado en la trilogía ‘sufrir, amar y reparar’, los cristianos pueden encontrar estímulo y motivación para ennoblecer todo lo que la vida tiene de doloroso y triste con la mayor prueba de amor: sacrificar la vida por quien se ama”.

También se celebra a San Eduardo, el confesor

Después del abandono, las luchas y la opresión durante el reinado de los dos soberanos daneses, Harold Harefoot y Artacanuto, el pueblo inglés acogió con júbilo al representante de la antigua dinastía inglesa, San Eduardo el Confesor.

Las cualidades que merecieron a Eduardo ser venerado como santo, se referían más bien a su persona que a su administración como soberano pues era un hombre piadoso, amable y amante de la paz.

Eduardo era hijo de Eteredo y de la normanda Ema. Durante la época de la supremacía danesa, fue enviado a Normandía cuando tenía 10 años y regresó a su patria en 1042 cuando fue elegido rey. A la edad de 42 años contrajo matrimonio con Edith, la hija del Conde Godwino, la mayor amenaza para su reino. La tradición sostiene que San Eduardo y su esposa guardaron perpetua continencia por amor a Dios y como un medio para alcanzar la perfección.

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Fuente: ACI Prensa