Buenos Aires, jueves 20 de noviembre (PR/25) — El santo del 20 de noviembre, según el santoral católico y la información de ACI Prensa, es San Edmundo Rey, mártir de Anglia Oriental en el siglo IX. El rey al que los vikingos cortaron la cabeza.
Saber los salmos de memoria ayudó al rey de los anglos a resistir a los invasores. Durante su
pasión no dejó de invocar a Jesús
Fue un rey que defendió su reino de los daneses, se negó a rendirse y fue torturado y martirizado por los invasores. 
  • Quién fue: San Edmundo fue el último rey de Anglia Oriental, un reino en el este de Inglaterra.
  • Su reinado: Se destacó por ser un gobernante justo y piadoso, preocupado por los pobres y por mantener la paz en su reino.
  • Su martirio: En el año 870, durante una invasión vikinga, fue capturado, torturado y martirizado, recibiendo flechas antes de que le cortaran la cabeza.
  • Su legado: Es venerado no solo por los católicos, sino también por ortodoxos y anglicanos, y se le considera un ejemplo de fe, perseverancia y servicio. 

Entre la historia y la leyenda se desarrolla en el siglo IX la vida de san Edmundo, rey y primer patrón de Inglaterra mucho antes de que la Corona británica se separara de Roma. Edmundo fue el hijo menor de Alcmundo, rey de los anglos, pobladores del este de la Inglaterra actual.

Eran descendientes de tribus llegadas del norte de Europa en el siglo VII. Prosperaron durante un tiempo, pero dos siglos después fueron eclipsados por otros pueblos. Como son los ganadores de las guerras los que escriben la historia, el nombre de Edmundo habría quedado sepultado en el tiempo si no hubiera sido porque, tras su muerte, alcanzó una notable fama de santidad.

Las crónicas que hablan de él tienen como fuente principal a san Abón de Fleury, un monje que escuchó su historia de labios de un obispo, que a su vez la recibió de un anciano que afirmaba haber sido su escudero. Por ellos se sabe que Edmundo ascendió al trono de los anglos del este el día de Navidad de 855, a los 14 años. Como rey se apoyó en la fe recibida de sus padres, e incluso llegó a retirarse un año para aprender de memoria los salmos. Fue un retiro providencial, porque nada más salir de él tuvo que enfrentarse a su mayor desafío como monarca. Eran los tiempos de las temidas incursiones vikingas contra las costas de toda Europa. Sabedores de la riqueza que atesoraban los monasterios, los buscaban como principal objetivo de sus saqueos; pero no despreciaban pueblos y ciudades si podían obtener un buen botín.

Fue patrono de Inglaterra
Ruinas de la abadia

Edmundo fue enterrado en una capilla de madera cerca de donde murió. En el año 924 se trasladó su cuerpo a una abadía construida para darle culto y, al exhumar el cuerpo, se descubrió que habían desaparecido todas las marcas de las flechas. Su cabeza apareció unida al torso, como si nunca hubiera sido decapitado.

En el año 1010 sus restos fueron llevados a Londres para protegerlos de los ataques de los vikingos. Allí estuvieron tres años antes de ser devueltos a la abadía, hoy en ruinas. Durante la Edad Media Edmundo fue considerado patrono de Inglaterra, hasta que fue sustituido por san Jorge en el siglo XIV.

En otoño de 865, un ejército de más de 5.000 invasores desembarcó en Anglia Oriental. En un primer momento, Edmundo trató de negociar con ellos y obtuvo la paz en sus fronteras a cambio de un buen número de caballos. Pero no fue suficiente: los vikingos querían cada vez más.

Tres años después, ni siquiera volvieron a casa en invierno, quedándose en Inglaterra y exigiendo cada vez más compensaciones. Volvieron por el reino de Edmundo destruyendo todo a su paso, especialmente los monasterios. Los comandaba un caudillo danés, Hingwar, que envió al rey de los anglos un mensajero con la siguiente demanda: «Mi señor te ordena que repartas tus tesoros escondidos y la riqueza de tus antepasados. Eso, si deseas vivir, porque no tienes poder para resistir». Un obispo aconsejó al rey someterse al chantaje de los vikingos, pero Edmundo respondió así al mensajero: «En verdad, eres digno de muerte, pero no mancharé mis manos con tu sangre impura, porque sigo a Cristo. Alegremente moriré en vuestras manos si Dios así lo ha dispuesto. Parte ahora y dile a tu señor que Edmundo jamás se doblegará ante Hingwar».

La guerra era inevitable. Sin embargo, las fuerzas no eran similares y, en mitad de la batalla, Edmundo disolvió sus tropas para evitar una masacre. Él mismo huyó hacia el interior, pero cayó preso en manos de las huestes de Hingwar. Los paganos lo ataron a un árbol y lo azotaron con varas. El rey no se resistió y, en todo momento, pronunció el nombre de Jesús. Al ver su fe y su valor, Hingwar ordenó dispararle con flechas, y luego mandó decapitarlo y arrojar lejos su cabeza.

Cuando todo pasó, unos campesinos quisieron rescatar su cuerpo para darle sepultura, pero no encontraban su cabeza. Entonces escucharon: «Aquí, aquí» en unos matorrales. Al acercarse, la encontraron entre las patas de un lobo que la defendía de otras alimañas.

Hasta 1849, un viejo árbol se alzaba en el lugar donde se creía que había sido martirizado. Al cortarlo, en su corazón se encontró una punta de flecha y la madera se utilizó para formar parte de un altar de una iglesia dedicada a Edmundo.

Fuente:  IA/Alfa&Omega

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