Fray Carlos llevó en carne propia signos físicos del amor de Dios: su corazón fue traspasado por un rayo de luz proveniente de la Eucaristía que le dejó una herida abierta en el pecho hasta el final de su vida.
“Un fracaso escolar” y el consiguiente milagro
Un día, en la escuela, Juan Carlos recibió un fuerte castigo físico -a la usanza de la época- a manos de su maestro por no haber aprendido adecuadamente una lección. Sus padres, decepcionados, pensaron que el muchacho carecía de aptitudes para el progreso en los estudios. Así que decidieron sacarlo del colegio y enviarlo a trabajar al campo, donde -pensaban ellos- el jovencito podría ser de mayor provecho.
Carlos pensó, por su parte, que su fortuna no había sido del todo mala y que podría vivir en el campo por el resto de su vida, lejos del compromiso de tener que estudiar.
Un segundo después, se encontró tirado en el suelo, abrió paulatinamente los ojos, tomó aire y miró alrededor. Los bueyes ya no estaban junto a él; solo pudo divisar sus siluetas a cierta distancia. Se revisó por todas partes. Estaba completamente ileso.
Perseverar hasta el fin
De inmediato, el jovencito se juntó con tres amigos con quienes unos días después iniciaría el periplo hacia la Ciudad Eterna.
Los cuatro llegaron a la casa de los franciscanos en Roma y fueron recibidos por el padre superior. Este, queriendo poner a prueba sus intenciones, los recibió ásperamente y los trató como haraganes -otros más de todos los que tocaban la puerta del convento para asegurarse alimento gratis y un techo-. Acto seguido, el superior los echó fuera.
Los cuatro aceptaron la propuesta, pero, al día siguiente, en vez de ser echados, recibieron un mensaje inesperado del superior. El fraile les mandaba decir que habían pasado “la prueba inicial” y que serían admitidos como aspirantes.
“Todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará” (Mt 16, 25).
Carlos fue nombrado portero del convento. Su costumbre era admitir a todo caminante que pidiera hospedaje por las noches, generalmente muy frías, así como repartir entre los huéspedes la limosna que la gente con más recursos le dejaba. Al principio el superior se lo aceptaba, pero después lo mandó llamar para decirle: «De hoy en adelante no admitiremos a hospedarse sino a unas poquísimas personas, y no repartiremos sino unas pocas limosnas, porque estamos dando demasiado».
«La causa es muy sencilla –respondió el hermano Carlos-, es que dejamos de dar a los necesitados y Dios dejó de darnos a nosotros. Porque con la medida con la que repartamos a los demás, con esa medida nos dará Dios a nosotros».
Esa misma noche Fray Carlos recobró el permiso para recibir a cuanto huésped pobre llegara y para repartir las limosnas generosamente. Dios volvería a enviar a los frailes las habituales y copiosas donaciones, suficientes para vivir y ayudar.
Las puertas del cielo están abiertas para los que practican la humildad
El buen fraile no tenía ni idea de que para estos menesteres son necesarias las censuras y revisiones de los “doctos”. Humillado, se arrodilló ante el crucifijo para desahogar su dolor, cuando, de pronto, oyó una voz que le decía: «Ánimo, que estas cosas no te van a impedir entrar en el paraíso». Esa voz era la de Cristo, que desde la cruz le estaba hablando.
Un corazón traspasado, Tú no lo desprecias (Sal 51, 17)
Había una breve y sencilla oración que el hermano Carlos repetía con frecuencia: «Señor, enciéndeme en amor a Ti». El pedido se convirtió en jaculatoria porque siempre estaba en sus labios o en sus pensamientos. Estas sencillas palabras le ayudaban a expresar cuánto Cristo había transformado su vida y cuán unida a Él se hallaba su alma.
Un día de octubre de 1648, durante la elevación del Santísimo Sacramento, San Carlos vio cómo un rayo de luz brotaba de la hostia consagrada en dirección a su pecho. En ese instante, mientras clamaba a Dios angustiado, sintió que esa luz le traspasaba el corazón.
Después, se encontró anonadado. Sobre su pecho había quedado una herida abierta; una que no cerraría jamás.
La virtud y el arte
San Carlos de Sezze escribió varios poemas de carácter místico, en la tradición de la poesía del amor divino, característica del medioevo italiano. Destacan Las tres vías, El sagrado septenario, y Los discursos sobre la vida de Jesús.
Además redactó, por orden de su confesor, una Autobiografía, la que se considera hoy como decisiva para comprender su alma mística.
En el cielo y en la tierra
San Carlos de Sezze fue beatificado en 1882 por el Papa León XIII, más de dos siglos después de su muerte; y fue canonizado por el Papa San Juan XXIII, el 12 de abril de 1959.
Primicias Rurales
Fuente: Aciprensa