Jerónimo de Estridón, como también se le conoce, fue el gran traductor de la Biblia en los tiempos antiguos (siglo IV). Por la pulcritud de su trabajo y su profundo conocimiento, tanto de la Escritura como de las lenguas antiguas (el hebreo, el griego y el latín), dejó una huella imborrable en la tradición exegética de la Iglesia.

San Jerónimo tradujo los distintos libros que componen la Biblia (libros canónicos) al latín, tomando como punto de partida los textos antiguos en sus lenguas originales, es decir, las versiones en griego y en hebreo del Antiguo Testamento y del Nuevo Testamento. Como se sabe, el latín fue la lengua más importante de su tiempo y hasta el día de hoy se le considera la lengua oficial de la Iglesia Católica. Esta titánica labor la realizó Jerónimo por encargo del Papa Dámaso I (p.366-384).

Por eso, para la Tradición, este santo representa el amor a la Palabra de Dios por antonomasia, amor que expresó de la siguiente manera: «Ama la sagrada Escritura, y la sabiduría te amará; ámala tiernamente, y te custodiará; hónrala y recibirás sus caricias”.

La Vulgata

Eusebio Hierónimo (Jerónimo) nació en Estridón (Dalmacia) hacia el año 340. Estudió en Roma y allí fue bautizado. Luego se trasladó a Oriente, donde sería ordenado presbítero. Después de retornar a Roma, se convirtió en secretario del Papa Dámaso.

En esa época, por encargo del Sumo Pontífice, Jerónimo empezó a trabajar en una traducción de la Biblia al latín -su lengua materna-. El santo destacaba también en el manejo de las lenguas más importantes de aquellos tiempos y en vista a que los libros de las Sagradas Escrituras estaban originalmente escritos en hebreo, arameo y griego, el Papa vio en Jerónimo la persona más adecuada para realizar esa tarea.

San Jerónimo corrigió la versión latina del Nuevo Testamento (Vetus Latina) y después comenzó a traducir el Antiguo Testamento directamente del hebreo. Se sabe que empleó la  Septuaginta, es decir, la versión de la biblia en griego, conocida como la Biblia Griega o de los Setenta, proveniente de Alejandría.

En medio del proceso de traducción, el santo se trasladó a Belén (Tierra Santa) con el propósito de conocer mejor la cultura y perfeccionar su hebreo -eso lo convirtió técnicamente en una suerte de padre de la filología como disciplina-. Vivió allí por varios años (aproximadamente una década) dedicándose a la par a escribir comentarios e interpretaciones de la Sagrada Escritura. De esta etapa surgieron la mayoría de sus grandes comentarios sobre una variedad de pasajes bíblicos.

La historia de la gruta de Belén

De acuerdo a la tradición, una noche de Navidad, después de que los fieles cristianos se retiraron de la gruta de Belén, el santo se quedó rezando solo en el lugar.

El Divino Niño entonces le dijo: «Jerónimo: regálame tus pecados para perdonártelos». El santo al oír esto se echó a llorar de emoción y exclamó: «¡Loco tienes que estar de amor, cuando me pides esto!».

Septiembre, mes de la Biblia

San Jerónimo murió el 30 de septiembre del año 420. Por eso, cada mes de septiembre -en el que se celebra su fiesta litúrgica- la Iglesia promueve entre los fieles el conocimiento y amor a la Biblia. Decía el santo: “Ignorar la Escritura es ignorar a Cristo”.

Si quieres conocer más sobre San Jerónimo, te recomendamos que leas el siguiente artículo de la Enciclopedia Católica: https://ec.aciprensa.com/wiki/San_Jer%C3%B3nimo