Escribe Susana Merlo

Buenos Aires, 1 de febrero (PR/22).- Alrededor de los ´70, la Argentina y Brasil contaban con un stock ganadero similar, de alrededor de 60 millones de cabezas. La diferencia, sin embargo, era que por entonces, Argentina era un reconocido exportador mundial de carne vacuna de tipo europeo de muy alta calidad, mientras que Brasil apenas abastecía su mercado interno con cortes provenientes en gran porcentaje de ganado Nelore, índico, de muy baja calidad.
El inmenso país vecino era muy fuerte en azúcar, jugo de naranja, maíz y poco más. Por el contrario, Argentina era un importante productor y operador de granos, carne y leche que, incluso, había sido referencia internacional en el mercado de maíz a la par de Chicago.
La inmigración europea había permitido un rápido desarrollo agrícola que, junto a avances técnicos y mecánicos, acompañados de muy buenos suelos y un clima muy variado, permitieron producir prácticamente todos los rubros.
Era la promesa del Hemisferio sur.
De entonces ahora, además de años, transcurrieron muchas cosas, aunque ambos países, limítrofes, también compartieron avatares políticos, sanitarios, climáticos, internacionales, y sociales de distinta índole que los afectaron simultáneamente.
Pero a la hora de los datos duros, el mero hecho de describir la realidad actual muestra resultados diametralmente opuestos. Así, mientras Brasil ronda los 220 millones de cabezas vacunas, la Argentina se ubica por debajo de 60 millones, o sea, menos de los que tenía hace 5 décadas atrás.
A su vez, Brasil se transformó en uno de los mayores exportadores de carne vacuna, junto con Estados Unidos y Australia, dejando muy relegada a la Argentina que aún no llega al millón de toneladas de carne exportada por año.
Y no solo en calidad avanzó el país vecino, sino también en cantidad de rubros productivos que lo convirtieron en uno de los 3 primeros exportadores mundiales de alimentos, a pesar de que buena parte de su territorio tiene clima tropical, y un gran porcentaje de sus suelos son regulares, muy distintos de la casi “incomparable” Pampa Húmeda.
La pregunta obligada ante esta descripción es entonces: ¿Qué pasó?
¿Cuáles fueron los hechos tan determinantes para que se revierta la situación en ambos países de manera tan drástica?.
Se pueden ensayar varias respuestas, aunque seguramente la mayoría coincide en que, como dice el refrán, “no hay vientos favorables cuando no se sabe hacia adonde ir” y, evidentemente, Brasil tuvo siempre muy claro cual era su objetivo de crecimiento. Tanto así que logró mantener políticas sectoriales muy estables a lo largo del tiempo, sin importar los distintos tipos de gobierno que se fueron sucediendo.
Por supuesto que la agroindustria no fue una excepción, pero si un buen ejemplo.
Y en ese sentido el caso argentino es totalmente distinto, con marchas y contramarchas; con castigos impositivos en lugar de alicientes fiscales; con normas e intervenciones en los mercados que hacen perder credibilidad y transparencia, e impiden que los productores reciban los precios plenos, con inestabilidad e inseguridad jurídica, etc.
Pero, ¿Qué hubiera pasado si, volviendo al ejemplo de la carne, no se hubieran aplicado las históricas restricciones que se aplicaron al comercio interno como vedas, controles de precios, normas distintas por provincias, y hasta por localidad?
¿Qué hubiera sucedido si a lo largo del tiempo el mercado cambiario hubiera sido el adecuado, sin intervenciones artificiales, y sin aplicar quitas arbitrarias como las mal llamadas retenciones, o impuestos a la exportación?
¿Cuál hubiera sido la reacción productiva si no se hubieran cerrado las exportaciones, primero en 2006, y luego nuevamente en 2021?.
¿Qué resultado hubiera dado no elegir a la carne vacuna como una de las patas de “la mesa de los argentinos” (tal como hizo Uruguay en la Era Mujica, y ganar los mercados que perdía la Argentina)…
En ese caso, ¿Qué hubiera pasado con la producción de carne vacuna argentina?
No es muy difícil imaginar la respuesta…

Fuente: Campo 2.0

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