Buenos Aires, 13 mayo (PR/23) –Cada 13 de mayo la Iglesia celebra a Nuestra Señora de Fátima, una de las advocaciones marianas más extendidas y queridas en el mundo católico.
Fue un 13 de mayo, pero de 1917, cuando la Madre de Dios se apareció por primera vez a tres humildes pastorcitos en Cova de Iría, Fátima (Portugal).
Un portento frente a nuestros ojos
“No tengáis miedo. No os haré daño”, dijo la Virgen María a Lucía, Jacinta y Francisco, los tres niños portugueses que, impactados por su presencia maravillosa, se llenaron de comprensible temor. Aquellos pequeños -como probablemente cualquiera en esta tierra- habían sido sobrepasados por lo que veían sus ojos, aquella “señora vestida de blanco, más brillante que el sol”.
“¿Queréis ofreceros a Dios para soportar todos los sufrimientos que Él quisiera enviaros como reparación de los pecados con que Él es ofendido y de súplica por la conversión de los pecadores?”.
Los pequeños respondieron que sí, por lo que la Virgen, con franqueza y ternura, les advirtió que sufrirían mucho porque los pecados de los hombres eran grandes. Sin embargo, también les consoló diciéndoles que la gracia de Dios estaría siempre a su lado, dándoles fuerza. De inmediato, la Señora abrió las manos y una fuerte luz cubrió a los niños, quienes cayeron de rodillas y empezaron a rezar diciendo: “Santísima Trinidad, yo te adoro. Dios mío, Dios mío, yo te amo en el Santísimo Sacramento”.
Antes de partir, la Virgen pediría: “Rezad el rosario todos los días para alcanzar la paz del mundo y el fin de la guerra”. Dicho esto se elevó hasta que no pudieron verla más.
La Madre portaba un mensaje de paz en días de horror para la humanidad: se desarrollaba la Primera Guerra Mundial y el comunismo empezaba a acechar al mundo como nunca antes.
En los siguientes meses, los niños acudieron a las citas con la Señora, tal y como ella había pedido. Lamentablemente, eso les valdría a los pastorcitos convertirse en blanco de burlas, calumnias, e incluso amenazas de cárcel -el mundo se resistía a creer y aceptar su testimonio-. Es cierto que muchos corazones fueron tocados en ese momento, pero también brotó mucha incomprensión.
Incontables gracias para el mundo
Meses después de ocurridas las apariciones, Francisco y Jacinta Marto -quienes eran hermanos- fallecieron víctimas de la enfermedad. Lucía Santos les sobreviviría y se convertiría en monja de clausura.
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Fuente: ACI Prensa