Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Lucas (6,36-38):

EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante, pues con la medida con que midiereis se os medirá a vosotros».

Palabra del Señor

REFLEXIÓN

Fernando Torres, cmf

La primera lectura nos hace pensar en nuestra historia personal y en la historia de la humanidad (iglesia incluida, naturalmente). Hemos hecho de todo. En nuestro armario guardamos demasiados cadáveres. Esclavitud, colonialismo, opresión de unos pueblos sobre otros, tiranías, abusos, robos, violaciones… No creo que haya cultura o pueblo que pueda chulearse de haber vivido la fraternidad de los hijos de Dios. Todos tenemos momentos oscuros en nuestra historia. La Iglesia no puede tampoco pretender haber sido la santa entre los pecadores. Hemos bendecido guerras, hemos oprimido, hemos excluido, hemos condenado, hemos encubierto. Y todos, vamos a ser sinceros, somos solidarios en el mal. No siempre hemos sido los autores pero sí muchas veces hemos callado y, por tanto, hemos sido cómplices. Como dice el profeta Daniel: “nos abruma la vergüenza”.

Pero también el profeta Daniel dice que “aunque nosotros nos hemos rebelado, el Señor, nuestro Dios, es compasivo y perdona.” Y es verdad. La paciencia de Dios con nosotros es infinita. Y su perdón también. Y su misericordia también. Podemos respirar y levantar la cabeza porque, aunque hemos hecho lo que hemos hecho, Dios, nuestro Dios, es compasivo y perdona.

En el Evangelio Jesús sube un poco-mucho el listón. No se trata solo de darnos cuenta de que nuestro Dios es compasivo y misericordiosos. Hay que ir un poco más allá. Jesús nos invita a ser compasivos y misericordiosos como Dios. Se trata de no juzgar, de no condenar, de perdonar, de dar sin medida. Como Dios no juzga ni condena. Como Dios perdona y da sin medida.

Jesús termina con un pequeño aviso para navegantes: ¡Ojo! Que la medida que uséis, la usarán con vosotros.

Pero no nos debe guiar el temor sino la altura de miras: Jesús nos llama a ser como Dios, compasivos y misericordiosos. Y eso en la vida de cada día, con mis familiares, con mis amigos, con mis compañeros, con la gente de otras razas, pueblos, ideologías, formas de pensar, lenguas, orientación sexual. Porque el amor de Dios es universal. Como su compasión y su misericordia.