Ciudad del Vaticano, viernes 9 de mayo (PR/25) — Hoy viernes 9 de mayo el Papa León XIV celebró en la Capilla Sixtina su primera Misa como Pontífice y en la que estuvieron presentes los cardenales electores que participaron en el cónclave. En su primera homilía, deploró el declive de la fe en favor del “dinero”, el “poder o el placer”.
Recordó que “Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo, es decir, el único Salvador y el que nos revela el rostro del Padre”.
A continuación, la primera homilía pronunciada por el Papa León XIV:
Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo, es decir, el único Salvador y el que nos revela el rostro del Padre.
En Él Dios, para hacerse cercano a los hombres, se ha revelado a nosotros en los ojos confiados de un niño, en la mente inquieta de un joven, en los rasgos maduros de un hombre (cf. CONCILIO VATICANO II, Const. pastoral Gaudium et spes, 22), hasta aparecerse a los suyos, después de la resurrección, con su cuerpo glorioso. Nos ha mostrado así un modelo de humanidad santa que todos podemos imitar, junto con la promesa de un destino eterno que, sin embargo, supera todos nuestros límites y capacidades.
Pedro, en su respuesta, asume ambas cosas: el don de Dios y el camino que se debe recorrer para dejarse transformar, dimensiones inseparables de la salvación, confiadas a la Iglesia para que las anuncie por el bien de la humanidad. Nos las confía a nosotros, elegidos por Él antes de que nos formásemos en el vientre materno (cf. Jr 1,5), regenerados en el agua del Bautismo y, más allá de nuestros límites y sin ningún mérito propio, conducidos aquí y desde aquí enviados, para que el Evangelio se anuncie a todas las criaturas (cf. Mc 16,15).
Con todo, por encima de la conversación en la que Pedro hace su profesión de fe, hay otra pregunta: «¿Qué dice la gente —pregunta Jesús—sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?» (Mt 16,13). No es una cuestión banal, al contrario, concierne a un aspecto importante de nuestro ministerio: la realidad en la que vivimos, con sus límites y sus potencialidades, sus cuestionamientos y sus convicciones.
«¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?» (Mt 16,13). Pensando en la escena sobre la que estamos reflexionando, podremos encontrar dos posibles respuestas a esta pregunta, que delinean otras tantas actitudes.
En primer lugar, está la respuesta del mundo. Mateo señala que la conversación entre Jesús y los suyos acerca de su identidad sucede en la hermosa ciudad de Cesarea de Filipo, rica de palacios lujosos, engarzada en un paraje natural encantador, a las faldas del Hermón, pero también sede de círculos crueles de poder y teatro de traiciones y de infidelidades. Esta imagen nos habla de un mundo que considera a Jesús una persona que carece totalmente de importancia, al máximo un personaje curioso, que puede suscitar asombro con su modo insólito de hablar y de actuar. Y así, cuando su presencia se vuelva molesta por las instancias de honestidad y las exigencias morales que solicita, este mundo no dudará en rechazarlo y eliminarlo.
Hay también otra posible respuesta a la pregunta de Jesús, la de la gente común. Para ellos el Nazareno no es un charlatán, es un hombre recto, un hombre valiente, que habla bien y que dice cosas justas, como otros grandes profetas de la historia de Israel. Por eso lo siguen, al menos hasta donde pueden hacerlo sin demasiados riesgos e inconvenientes. Pero lo consideran sólo un hombre y, por eso, en el momento del peligro, durante la Pasión, también ellos lo abandonan y se van, desilusionados.
Llama la atención la actualidad de estas dos actitudes. Ambas encarnan ideas que podemos encontrar fácilmente —tal vez expresadas con un lenguaje distinto, pero idénticas en la sustancia— en la boca de muchos hombres y mujeres de nuestro tiempo.
Hoy también son muchos los contextos en los que la fe cristiana se retiene un absurdo, algo para personas débiles y poco inteligentes, contextos en los que se prefieren otras seguridades distintas a la que ella propone, como la tecnología, el dinero, el éxito, el poder o el placer.
Hablamos de ambientes en los que no es fácil testimoniar y anunciar el Evangelio y donde se ridiculiza a quien cree, se le obstaculiza y desprecia, o, a lo sumo, se le soporta y compadece. Y, sin embargo, precisamente por esto, son lugares en los que la misión es más urgente, porque la falta de fe lleva a menudo consigo dramas como la pérdida del sentido de la vida, el olvido de la misericordia, la violación de la dignidad de la persona en sus formas más dramáticas, la crisis de la familia y tantas heridas más que acarrean no poco sufrimiento a nuestra sociedad.
No faltan tampoco los contextos en los que Jesús, aunque apreciado como hombre, es reducido solamente a una especie de líder carismático o a un superhombre, y esto no sólo entre los no creyentes, sino incluso entre muchos bautizados, que de ese modo terminan viviendo, en este ámbito, un ateísmo de hecho.
Este es el mundo que nos ha sido confiado, y en el que, como enseñó muchas veces el Papa Francisco, estamos llamados a dar testimonio de la fe gozosa en Jesús Salvador. Por esto, también para nosotros, es esencial repetir: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16).
Es fundamental hacerlo antes de nada en nuestra relación personal con Él, en el compromiso con un camino de conversión cotidiano. Pero también, como Iglesia, viviendo juntos nuestra pertenencia al Señor y llevando a todos la Buena Noticia (cf. CONCILIO VATICANO II, Const. dogmática, Lumen gentium, 1).
Lo digo ante todo por mí, como Sucesor de Pedro, mientras inicio mi misión de Obispo de la Iglesia que está en Roma, llamada a presidir en la caridad la Iglesia universal, según la célebre expresión de S. Ignacio de Antioquía (cf. Carta a los Romanos, Proemio). Él, conducido en cadenas a esta ciudad, lugar de su inminente sacrificio, escribía a los cristianos que allí se encontraban: «en ese momento seré verdaderamente discípulo de Cristo, cuando el mundo ya no verá más mi cuerpo» (Carta a los Romanos, IV, 1). Hacía referencia a ser devorado por las fieras del circo —y así ocurrió—, pero sus palabras evocan en un sentido más general un compromiso irrenunciable para cualquiera que en la Iglesia ejercite un ministerio de autoridad, desaparecer para que permanezca Cristo, hacerse pequeño para que Él sea conocido y glorificado (cf. Jn 3,30), gastándose hasta el final para que a nadie falte la oportunidad de conocerlo y amarlo.
Que Dios me conceda esta gracia, hoy y siempre, con la ayuda de la tierna intercesión de María, Madre de la Iglesia».
Agenda
La Misa de inicio del Pontificado del Papa León XIV tendrá lugar el domingo 18 de mayo a las 10:00 (hora de Roma) en la Plaza de San Pedro del Vaticano.
Además, la Oficina de Celebraciones Pontificias difundió este viernes el calendario oficial con sus principales compromisos previstos hasta el domingo 25 de mayo.

El lunes 12 de mayo, en el Aula Pablo VI, se reunirá con los periodistas y el viernes 18 de mayo, a las 10:00 (hora de Roma), recibirá al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede.
En la mañana del domingo 18 de mayo tendrá lugar la esperada Misa de Inicio de su Pontificado y el martes 20 de mayo tomará posesión de la Basílica Papal de San Pablo Extramuros.
El miércoles 21 de mayo será su primera Audiencia General y el sábado 24 de mayo tendrá un encuentro con la Curia Romana y los empleados del Estado de la Ciudad del Vaticano.
El domingo 25 de mayo, será su segundo Regina Caeli y también la toma de posesión de la Basílica Papal de San Juan de Letrán y de la Basílica Papal de Santa María la Mayor.
Para considerar:
La elección del nuevo sumo pontífice se dio en un contexto de cambios geopolíticos profundos: guerras, polarización y fanatismos serán sus principales desafíos.
La Santa Sede deberá definir su papel frente a conflictos bélicos, crisis migratorias y el ascenso de los extremismos.
El nuevo Papa elige el nombre de León XIV en alusión directa a la doctrina social de la Iglesia
“Claramente la elección del nombre León XIV es una referencia clara a la moderna doctrina social de la Iglesia comenzada con la Rerum Novarum. La encíclica de León XIII que el Papa hizo en ese tiempo”, explicó Bruni a los periodistas acreditados en el Vaticano, subrayando que no se trata de una mera coincidencia o una elección neutra, sino de una evocación directa del compromiso social de la Iglesia.
Así, el portavoz del Vaticano destacó la conexión con los desafíos contemporáneos, especialmente en relación con el mundo del trabajo en el contexto de las nuevas tecnologías: “Y claramente referencia a las mujeres, a los hombres, a su trabajo y a los trabajadores en un tiempo de inteligencia artificial”.
Esto también le conecta directamente con su predecesor, el Papa Francisco, quien advirtió de las posibles consecuencias nefastas de un uso irresponsable de esta tecnología. Una de las más recordadas fue cuando abogó frente al G7, reunido en Italia, por el uso de modalidades éticamente correctas para el desarrollo, uso y gestión de la inteligencia artificial, es decir, una algorética.
Además, también centró el mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2024, que se celebró el pasado 1 de enero en el tema de las nuevas tecnologías: “Si agravan las desigualdades y los conflictos no pueden considerarse verdadero progreso”, escribió el Papa Francisco al referirse también a los graves riesgos de las campañas de desinformación que pueden alimentar el terrorismo o interferir en los procesos electorales.
El Escudo
El escudo adoptado por el nuevo Pontífice es un escudo dividido en dos partes.
A la izquierda, el símbolo estilizado del lirio blanco sobre fondo azul representa la pureza y la inocencia, y a menudo se asocia con la Virgen María.
A la derecha, sobre fondo blanco, el Sagrado Corazón de Jesús –colocado sobre un libro cerrado–, atravesado por una flecha.
El lema, In Illo unum (En un solo Cristo somos uno), retoma las palabras de San Agustín en su comentario al Salmo 127.
Primicias Rurales
Fuente: ACI Prensa/otros