Fue proclamada “Libertadora de Amberes” (Bélgica) ya que la antigua ciudad de Flandes, que había sido escenario de los enfrentamientos entre católicos y protestantes durante buena parte del siglo XVI, ganó en paz y prosperidad gracias a la fundación del monasterio carmelita descalzo liderado por la Beata Ana.
Tiempos aciagos
Ana de San Bartolomé nació el 1 de octubre de 1549 con el nombre Ana García Manzanas en Almendral de la Cañada (Toledo, España).
Vivió durante el periodo que se denomina el “siglo de oro” español, cuando en América se llevaban a cabo los primeros grandes esfuerzos evangelizadores en el nuevo continente. España libraba una dura y sangrienta batalla en el marco de lo que se conoce como “guerras de religión” ocasionadas por el avance del protestantismo.
Bajo el patrocinio del Apóstol Bartolomé
En ese contexto la joven Ana fue creciendo y madurando la idea de un posible llamado a la vida religiosa. Sin embargo, en un momento determinado su salud se vio afectada y enfermó gravemente. Entre sus hermanos y familiares se suscitó una gran preocupación, así que decidieron rezar una novena al Apóstol San Bartolomé para pedir por su curación.
El 24 de agosto de 1570, día de la fiesta del Apóstol, Ana fue llevada a una ermita dedicada a él y se curó milagrosamente. Ese mismo año, completamente recuperada, ingresó al convento de San José de Ávila como hermana lega y eligió a San Bartolomé como su santo patrono, cuyo nombre tomaría como carmelita descalza.
Santa Teresa de Ávila y el espíritu de la reforma
Siendo novicia, conoció a Santa Teresa de Jesús, impulsora de la reforma del Carmelo. La Doctora de la Iglesia aprobó su profesión y le tomó los votos el 15 de agosto de 1572. Luego la convirtió en su secretaria particular.
Tras el fallecimiento de Santa Teresa, Sor Ana de Bartolomé inició el periplo que la llevaría a Francia, Bélgica y Países Bajos fundando conventos, dejando en muchos lugares hermosos testimonios de su virtud.
En su autobiografía, escrita por obediencia, dejó constancia de las abundantes gracias de las que gozó durante su vida, en especial de los regalos místicos que el Señor le concedió. No falta el recuento de sus luchas contra los ataques y tentaciones del demonio.
Tuvo el don de la bilocación. Cuando se enteró de que su confesor, el P. Juan de San Cirilo, estaba por morir, rezó por él y de pronto se vio a su lado, dándole consejos a su enfermero. También tuvo el don del conocimiento de las almas, que le aprovechó mucho para dar consejo espiritual y asistir con su oración a quienes se le acercaban.
En 1624 Sor Ana de San Bartolomé sufrió una apoplejía, de la que no pudo recuperarse totalmente. El 7 de junio de 1626, luego de haber recibido la Extremaunción y la santa Comunión, cayó en éxtasis por unos minutos y entregó su alma en paz.
Ana de San Bartolomé fue beatificada en 1917 por el Papa Benedicto XV.
Primicias Rurales
Fuente: aciprensa