Moro pensaba que no hay posibilidad de que una comunidad política ande bien si sus miembros no son respetuosos de la fe, la ética y la moral, empezando por el rey, quien es el que detenta el poder y quien debe dar el ejemplo. “El hombre no puede estar separado de Dios, ni la política de la moral”, afirmaba el santo, sugiriendo que así como el ser humano si se aparta de Dios está condenado a la perdición, de la misma manera, el ‘ámbito de los asuntos humanos’ (la organización social y política) desconectados de los límites y frenos morales se convierte en abuso, tiranía, injusticia e infelicidad generalizada. Tiempos aciagos como los que hoy vive el mundo hacen que sentencias como la de Moro cobren actualidad inusitada.
Lamentablemente, en los tiempos de Moro se multiplicaban las formas de pensamiento que se remontaban al pasado precristiano buscando fuentes de inspiración que susciten originalidad y renovación, no todas ellas compatibles con el cristianismo y algunas ciertamente anticristianas. Por otro lado, la cristiandad padecía una crisis real que habría de desembocar en la Reforma Protestante y la proliferación del rechazo a la autoridad secular del Papa y la Iglesia en su conjunto. Para Santo Tomás Moro el rechazo de la moral, o la ruptura entre esta y lo político representaba, paradójicamente, el más grave de los errores políticos, equiparable, en el ámbito espiritual, a la ruptura con Dios.
Tomás Moro nació en Londres en 1477. Se graduó en la Universidad de Oxford como abogado e hizo una carrera exitosa que terminó llevándolo al parlamento inglés. Contrajo matrimonio con Jane Colt, con quien tuvo un hijo varón y tres hijas mujeres. A la muerte de la madre de sus hijos, Lady Colt, el santo se casó por segunda vez, con una dama de nombre Alice Middleton.
La esperanza, el “motor” del político
Aquel texto ha quedado perennizado en la historia del pensamiento occidental por su riqueza filosófica, política y teológica, así como por su valor literario -que terminó definiendo al género denominado utópico-. La obra fue bien recibida en su tiempo y llamó la atención del monarca inglés, Enrique VIII, quien convocó a Moro a ser parte de la administración pública.
Amigo sí, pero más de la verdad
Posteriormente, Moro se dedicó a la defensa de la ortodoxia católica, y junto a su amigo, el Obispo San Juan Fisher, se opusieron al rey, ahora autodenominado “cabeza” de la Iglesia (anglicana). Ambos santos, fieles a Cristo, serían acusados de traición a la corona y llevados a prisión. Meses después, San Juan Fisher sería ejecutado y, a los pocos días, Santo Tomás seguiría el mismo destino.
Cristo es quien nos da la libertad
Santo Tomás Moro murió martirizado el 6 de julio de 1535. Su fiesta se celebra cada 22 de junio, junto a San Juan Fisher.
“La historia de Santo Tomás Moro ilustra con claridad una verdad fundamental de la ética política. En efecto, la defensa de la libertad de la Iglesia frente a indebidas injerencias del Estado es, al mismo tiempo, defensa, en nombre de la primacía de la conciencia, de la libertad de la persona frente al poder político. En esto reside el principio fundamental de todo orden civil de acuerdo con la naturaleza del hombre” (San Juan Pablo II).
Santo Tomás Moro fue declarado patrono de los gobernantes y los políticos por el Papa San Juan Pablo II en el año 2000.