El Evangelio nos narra un episodio bastante curioso: santo Tomás, a pesar de haber convivido tres años con Jesús, necesitaba ver para creer. ¿Te pareces a él?
Buenos Aires, viernes 4 junio (PR/25) — Un episodio del Evangelio que reúne a Jesús y a santo Tomás es tan famoso que, incluso, se ha vuelto un dicho popular: “Hasta no ver, no creer”. Y se refiere a tener las pruebas en la mano para dar crédito a algún hecho que puede parecer insólito o tan increíble que no basta la palabra de quien lo narra.
Tomás, el incrédulo
Eso le pasó a santo Tomás, y así lo encontramos en la biblia:
Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes!».
Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. (Jn 20, 19, 20)
Leemos en el Evangelio de san Juan que fue el día de la resurrección cuando Jesús se apareció a los discípulos. No tenemos el número de los que testigos de este acontecimiento, sin embargo, bastaría para no dudar porque eran por lo menos diez personas las que vieron al Señor.
La Escritura continúa narrando:
Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: «¡Hemos visto al Señor!»
El les respondió: «Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré» (Jn 20, 24-25).
Creer sin ver
Por supuesto, el Señor tenía una enseñanza más para Tomás – y para todos los hombres y mujeres de todos los tiempos – . San Juan sigue contando lo que ocurrió:
Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: «¡La paz esté con ustedes!»
Luego dijo a Tomás: «Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe».
Tomás respondió: «¡Señor mío y Dios mío! Jesús le dijo: «Ahora crees, porque me has visto. ¡Dichosos los que creen sin haber visto!» (Jn 20, 26-29)
Nosotros podemos contarnos entre los dichosos porque nunca hemos visto físicamente al Señor Jesús, pero por el testimonio de innumerables cristianos que han vivido la fe, incluso hasta dar la vida, sabemos que no requerimos de las pruebas que pidió Tomás para creer en Él. Basamos nuestra fe en sus promesas de Vida eterna. Que Dios nos ayude a permanecer fieles siempre.
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Fuente: Aleteia