El perdón es una elección. Una decisión profunda del alma que sin duda nos hará ser libres. No es fácil, pero si has tomado la decisión, aquí esta el punto de partida que sana el alma
Pero la realidad es otra: los que más sufrimos el resentimiento somos nosotros mismos. El perdón es un regalo que nos hacemos a nosotros mismos.
Perdonar no es decir que lo que pasó fue justo. No es borrar la historia ni negar el dolor. Es simplemente elegir no seguir viviendo con esa herida. Al perdonar, liberamos a la otra persona, pero sobre todo, nos liberamos a nosotros mismos desde dentro. Soltamos el peso, dejamos que el veneno salga de nuestros corazones, hacemos sitio para la paz.

Los frutos espirituales del perdón:
En la vida espiritual, el perdón es uno de los caminos más fructíferos hacia la curación.
Cuando perdonamos, nos parecemos más a Dios mismo, que es misericordia infinita.
Cristo, en la cruz, nos lo enseñó con su ejemplo más radical:
«Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34).
Al decidir perdonar, incluso cuando todavía sentimos dolor, dejamos espacio para que la gracia de Dios actúe en nosotros. Y esta decisión tiene el poder de restaurar nuestra alma, curar heridas profundas y traer una paz que el mundo no puede dar.
Los beneficios del perdón en esta vida:
Además de los frutos espirituales, el perdón también tiene beneficios concretos para nuestra salud emocional y física. Los estudios demuestran que el perdón reduce los síntomas de ansiedad, depresión y estrés. Guardar rencor, por el contrario, puede provocar enfermedades: insomnio, dolores corporales, taquicardias, ataques de ansiedad. El perdón no borra el pasado, pero transforma la forma en que lo llevamos.
El perdón es una forma de autocuidado. Es una elección consciente para vivir más ligeros, más libres y más plenos. El perdón es un camino, no un sentimiento inmediato.
El camino del perdón
Es importante recordar que perdonar no significa «sentirse» perdonado. El dolor no siempre desaparece de inmediato. El perdón es un proceso, pero comienza con una decisión sincera ante Dios: «Señor, quiero perdonar. Aunque duela, aunque no sepa cómo».
A partir de esta entrega, la gracia de Dios hace el resto. Poco a poco, la herida deja de doler. Con el tiempo, el corazón vuelve a latir en paz.
El perdón es un acto de amor, no sólo a la otra persona, sino a uno mismo.
Es decir: «Elijo no cargar con este peso. Elijo la paz. Elijo seguir adelante».
Que Dios nos dé la gracia de perdonar. Y al hacerlo, que nos sanemos profundamente por dentro. Porque quien perdona se libera. Y los que se liberan pueden volver a amar.
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Fuente: Aleteia