Guarda do Embaú, una coqueta villa cercana a Florianópolis, sigue atrayendo argentinos. Tipo de cambio favorable, paseos en góndola, médanos y la oportunidad de ver ballenas.

 

Buenos Aires, viernes 8 agosto (PR/25) — Pocas veces un destino es aún más lindo e interesante que en sus canales de promoción. Es el caso de este pueblito, que conjuga una belleza natural única con la tranquilidad de sus 2.000 pobladores estables, enmarcado también en aires un tanto hippies, un tanto refinados. Ubicada 50 kilómetros antes de cruzar a la siempre tentadora FlorianópolisGuarda do Embaú recuesta su pequeña urbanización sobre el morro Do Urubú, allí donde su mayor atributo se presenta: el río Da Madre.
Se trata de un ancho lomo que alterna un caudal cristalino-ocre que ingresa desde el este, pero antes de confluir con el mar sorprende con un giro horizontal al oeste, formando una barrera de agua dulce hasta dar con la roca del morro, lo que deja la playa cortada al medio.

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Eso hace posible que, en un mismo balneario, convivan la quietud de una laguna con olas perfectas para el surf. Por esto mismo, entran en acción las barcazas con remeros parados en la proa a lo gondolieri, ofreciendo el traslado “al otro lado” por unos 8 reales, para disfrutar del mar abierto. “Es nuestro gran distintivo”, subraya Telma Vieira de Zululand Bangalôs (www.zululand.com.br), un complejo de hospedajes mimetizado con la selva.

Más allá del agua

El río ofrece un remanso de frescura y seguridad para las familias con niños pequeños. Básicamente, el placer de nadar en agua dulce y la cercanía con los bolichitos y restaurantes de la costa. También, esa posibilidad de la navegación, con tintes románticos para los enamorados y, en plano de diversión, para los jóvenes que, gomón o salvavidas mediante, se dejan llevar por la tenue corriente. 
Hay quienes se animan a cruzar a pie hacia las arenas de olas abiertas, pero el canal, en ocasiones, suele superar los dos metros, por lo que demanda un tramo a nado, sí o sí. Superado aquello, la bravura del océano se presenta sin dilaciones, y allá van los surfers, envalentonados desde que el lugar se instaló como la novena Reserva Mundial de Surf (primera de Brasil) desde octubre de 2016. Así que allí se los suele ver en tribu, analizando las olas cuando el terreno comienza a elevarse hacia el Este, formando grandes médanos.
Ese otro lado tiene mucha vida, más allá de los surfers, y basta ver la docena de paradores que ofrecen alquiler de sombrillas, carpas, botes y tablas de stand up paddle, a los especializados en bebidas y comidas playeras, con el choclo y las coxinhas (bolitas de pollo frito) como emblema. Esa cotidianeidad en torno a la arena fina y clara, al río y el mar, es apenas un aspecto del balneario invernal. “Aquí casi todo continúa funcionando en invierno. Y el público que nos visita es algo distinto al del verano: si bien gusta de disfrutar la playa, se enfoca más a los paseos, la vida tranquila y la gastronomía costera que tan bien nos caracteriza, en especial con la fiesta de la Taihia. Y para quien llega a fines de julio, se suma el espectáculo de las ballenas”, asegura Vieira.

Trilhas y ballenas

El paseo céntrico se impone como un punto de partida. Intrincadas callecitas de tierra cubiertas de vegetación ladean hostales, posadas y la escuela pública camino al mar. En las dos o tres manzanas centrales aparece el supermercado de la cadena Santos y una media docena de restaurantes. Desde allí, y en abanico, se despliegan locales de ropa y artesanías, tiendas con productos regionales y dos heladerías donde el açaí ofrece sus mágicos nutrientes.

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Y es la rúa Cándida María dos Santos la que invita a sumergirse en el morro que lleva a las diminutas playas laterales Da Barra, por el sendero que es, asimismo, base para otras caminatas. La Pedra do Urubú, una roca situada en la cima del morro, es una de ellas. Y se llega allí por un sendero bien marcado que demanda 30 minutos de subida hasta dar con las vistas más impresionantes de la playa. En la piedra en cuestión hay marcas y apliques de escalada, por lo que oficia de mirador y pared de rappel al mismo tiempo. Desde la rúa inicial se puede llegar a la Prainha (Playita) por la trilha central, completando una hora de caminata, y al Vale da Utopia (Valle de la Utopía) completando dos.
El recorrido más largo desde Guarda do Embaú es a la vecina Pinheira, al otro lado del morro, que demanda tres horas de duración atravesando selva, llanos y un tramo de playa. En todos los casos, el camino se inicia sobre el morro donde el río Da Madre se enfila al mar, y todo está muy bien señalizado. “Muchos de nuestros senderos ecológicos, que conducen a impresionantes vistas del mar y los cerros, se tornan miradores de ballenas en esta época. El récord fue en 2022 cuando se vieron 16 acá en la playa. Fue una locura”, cuenta Jorgihno, uno de los remeros que suma millas a diario en sus inquietantes recorridas a un lado y otro del río. Efectivamente, en los meses invernales, a estas playas se suelen acercar algunas ballenas francas que transitan su temporada de reproducción. Un fenómeno natural que atrae tanto a los avispados amantes de la vida marina como a los desprevenidos turistas que se sorprenden al ver la imagen emblemática de una inmensa cola alzada y en forma de “Y” sobre el agua.

De fiesta

Durante el invierno se destaca aquí también el calendario de eventos, y en él, una tradición que se originó entre los pueblos indígenas y que aún forma parte de la identidad de muchas localidades costeras. Se trata de la pesca artesanal de tainha, caracterizada por la participación comunitaria con decenas de pescadores apostados en distintos sitios y listos para expandir las redes. La actividad es patrimonio cultural del Estado de Santa Catarina, y va más allá de lo mero económico que implica para las familias pesqueras: en Guarda do Embaú y las playas cercanas, así como en la cabecera del propio municipio de Palhoça, escenarios con música en vivo se alternan con la destreza para el armado de redes, nuevas y viejas técnicas de pesca, y la mejor gastronomía costera expuesta en parrillas improvisadas o los mejores restaurantes.

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Ya en julio se sumó la Festa Julina, organizada por la Asociación Comunitaria y otras entidades locales, en la que niños del Colegio Olga Cerino son protagonistas con sus trajes típicos, y que incluye música en vivo, presentaciones artísticas, comidas típicas y una tradicional fogata.

Cerquita

Quedan las playas cercanas como otro gran atractivo. No sólo está Pinheira y su perfecta herradura de 8 kilómetros de cara al mar, a la que se llega por la conectora Adelina Rodrigues Martins. Allí hay un pequeño centro y un refugio de pescadores, la iglesia y los puestos de feriantes. Pegadita, Praia de Cima, ofrece 300 metros de intimidad entre dos morros y una particular belleza.

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También se pueden disfrutar las aguas de Praia do Papagaio, su morro y la pequeña isla del mismo nombre y, desde allí, Praia do Sonho, concatenando kilómetros y kilómetros de arena y agua, tanto para bañistas como para caminantes y ávidos observadores.
Un poco más lejos, pero no menos importante, la Reserva Biológica da Serra do Tabuleiro alberga especies muy ricas de flora y frutas silvestres, con dos pequeñas playas de no más de 100 metros de extensión, divididas por la inmensa vegetación que ofrece una tranquilidad pocas veces conseguida. Además, en las inmediaciones existen estrechas riberas como Enseada do Brito (fundada hace más de 250 años) en honor a Nuestra Señora del Rosario, y que constituye un hito local al ser una de las tres primeras parroquias creadas en el estado.

Primicias Rurales

Fuente: Weekend Turismo