Buenos Aires, jueves 28 agosto (PR/25) — Para San Agustín, el santo que celebramos hoy y Doctor de la Iglesia, la conversión es el retorno del hombre a Dios a través de un proceso de transformación del corazón y la voluntad que implica un reordenamiento de los afectos, pasando de amar a las criaturas a amar a Dios en primer lugar, a quien el corazón humano está destinado a descansar

Este itinerario, ejemplificado en sus Confesiones, demuestra cómo la gracia divina guía pacientemente al individuo, incluso a través de errores, para que se vuelta hacia Dios y viva en Él. 

Aspectos Clave de la Conversión Agustiniana
  • Un llamado a un reordenamiento de amores:

    El ser humano tiene un corazón inquieto que solo encuentra descanso en Dios. La conversión es la ordenación de los afectos para amar primero y con mayor intensidad a quien se debe amar. 

  • Un proceso intelectual, afectivo y moral:

    Implica un entendimiento intelectual de la verdad de Dios, un enamoramiento espiritual de Él y un cambio en la forma de vivir, con una transformación del corazón. 

  • Asistencia de la gracia y cooperación de la libertad:

    La conversión requiere la ayuda de la gracia divina y la cooperación activa de la libertad humana, que se abre al llamado de Dios. 

  • Una vuelta a Dios, no un alejamiento:

    Dios nunca se aleja, pero el hombre, a través del pecado, se aleja de Él. La conversión es el movimiento del hombre para volver a reconocer a Dios que siempre está presente. 

  • El ejemplo personal de San Agustín:

    En sus Confesiones, San Agustín narra su propio camino de búsqueda de lo efímero, su posterior encuentro con la verdad de Cristo y el profundo cambio que experimentó, pasando de amar el peligro y los placeres a amar a Dios por encima de todo. 

  • Significado para el hombre de hoy:
    La conversión agustiniana enseña que siempre es posible comenzar de nuevo y volver a Dios, independientemente de los errores cometidos. 

El P. Alejandro Moral Antón OSA, referente de la Orden de San Agustín, explicaba hace unos años que San Agustín fue un brillante orador, filósofo y teólogo, autor de numerosos textos de importancia capital para la historia del cristianismo y de la cultura occidental en general. Entre estos siempre destacan las “Confesiones” y «La ciudad de Dios«.

El prior de los agustinos, en el mismo mensaje, recuerda con insistencia la necesidad del acompañamiento de la Iglesia -comunidad de los bautizados- para alcanzar la meta que tanto anheló San Agustín y que mantuvo su corazón siempre “inquieto”: “Ayudémonos mutuamente para que al llegar al culmen de nuestro camino de conversión y de descubrimiento del inmenso amor de Dios podamos exclamar también nosotros, con la misma alegría y persuasión de nuestro padre Agustín: ‘Ahora te amo solo a ti, a ti solo sigo y busco, a ti solo estoy dispuesto a servir’ (Soliloquios, 1005.5)”.

Una conversión auténtica es un cambio radical, una transformación del corazón y de la mente según la medida de Cristo. Es un proceso exigente -dejar aquello que nos impide llegar a Dios- que requiere de la asistencia de la gracia, por un lado, y de la cooperación de la libertad humana, por el otro. Sabio es Dios que conoce y atrae el corazón humano:

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Fuente: IA/ ACI Prensa