Cuando el desarrollo económico se interpreta en clave consumista y acumulativa, sobrevienen graves desequilibrios en la realización de la vocación humana. En efecto, la acumulación de bienes materiales, producto del consumismo, no hace al hombre feliz. La Iglesia, Madre y Maestra, advierte ello y ofrece el antídoto en su doctrina social

Buenos Aires, sábado 30 agosto (PR/25) — La Iglesia instruye que la economía es moralmente lícita cuando está orientada al desarrollo integral, global y solidario del ser humano (Cf. CDSI, n. 334). Integral, pues no basta con un crecimiento cuantitativo, sino cualitativo, ya que la acumulación de bienes no otorga la plena realización de la vocación humana, abierta a la trascendencia en la comunión con Dios y con el prójimo; global, pues toda economía tiene una vocación social y universal; y solidario, pues esta es la condición para lograr que el desarrollo llegue a todos, conforme a la igual dignidad humana de todos los hijos de Dios.

Esta concepción implica la libertad humana que no debe quedar sometida a la economía, sino al revés: la economía, sujeta a la voluntad humana, conforme al designio divino.

El magisterio de los últimos Pontífices en torno al consumismo

San Juan Pablo II

La libertad constitutiva del ser humano se va empañando cuando los criterios meramente económicos cobran predominio en la vida ordinaria; tantas veces de manera inconsciente, como cuando el consumismo y la usura dominan la vida personal, familiar y social. Bien lo decía san Juan Pablo II cuando advirtió:

“(…) La experiencia de los últimos años demuestra que si toda esta considerable masa de recursos y potencialidades, puestas a disposición del hombre, no es regida por un objetivo moral y por una orientación que vaya dirigida al verdadero bien del género humano, se vuelve fácilmente contra él para oprimirlo.

Debería ser altamente instructiva una constatación desconcertante de este período más reciente: junto a las miserias del subdesarrollo, que son intolerables, nos encontramos con una especie de superdesarrollo, igualmente inaceptable porque, como el primero, es contrario al bien y a la felicidad auténtica.

En efecto, este superdesarrollo, consistente en la excesiva disponibilidad de toda clase de bienes materiales para algunas categorías sociales, fácilmente hace a los hombres esclavos de la ‘posesión’ y del goce inmediato, sin otro horizonte que la multiplicación o la continua sustitución de los objetos que se poseen por otros todavía más perfectos. Es la llamada civilización del ‘consumo’ o consumismo (…). Todos somos testigos de los tristes efectos de esta ciega sumisión al mero consumo: en primer término, una forma de materialismo craso, y al mismo tiempo una radical insatisfacción, porque se comprende rápidamente que (…) cuanto más se posee más se desea, mientras las aspiraciones más profundas quedan sin satisfacer, y quizás incluso sofocadas”

Benedicto XVI

BENOIT-XVI-PAPE-shutterstock

Con ocasión de la XXIII Jornada Mundial de la Juventud, el Papa Benedicto XVI se dirigió a los jóvenes para alertarlos acerca del peligro del consumismo que no sacia los deseos y necesidades más profundos, sino que los lesiona:

“(…) hay heridas que marcan la superficie de la tierra: la erosión, la deforestación, el derroche de los recursos minerales y marinos para alimentar un consumismo insaciable” (Discurso en la Ceremonia de acogida, Sydney, Australia, Jueves 17 de julio de 2008).

Tres años antes, en su homilía para la clausura del XXIV Congreso Eucarístico Italiano, el Papa, reflexionando sobre los mártires de Abitina, señaló que “desde un punto de vista espiritual, el mundo en el que vivimos, marcado a menudo por el consumismo desenfrenado, por la indiferencia religiosa y por un secularismo cerrado a la trascendencia, puede parecer un desierto no menos inhóspito que aquel ‘inmenso y terrible’ del que nos ha hablado (…) el libro del Deuteronomio (8,15). En ese desierto, Dios acudió con el don del maná en ayuda del pueblo hebreo en dificultad, para hacerle comprender que ’no sólo de pan vive el hombre, sino que el hombre vive de todo lo que sale de la boca del Señor’ (Dt 8, 3)”

(Benedicto XVI, Barí, Italia, 29 mayo 2005).

En efecto, la cita del Deuteronomio va prefigurando el Pan Vivo eucarístico, verdadero antídoto contra el consumismo egoísta pues se trata de Jesús vivo, el pan nuestro de cada día —en plural— que nos hermana en la mesa de la gran familia eclesial.

Francisco

El Papa Francisco calificó el consumismo como un peligroso virus porque “mina la fe desde la raíz, porque te hace creer que la vida depende sólo de lo que tienes, y así te olvidas de Dios que viene a tu encuentro y de los que te rodean. El Señor viene, pero tú sigues los apetitos que te vienen; el hermano llama a tu puerta, pero te molesta porque trastoca tus planes y esta es la actitud egoísta del consumismo”. El consumismo, sigue diciendo el Papa Francisco, “anestesia el corazón”:

“Entonces se vive de cosas y no sabe para qué; se tienen muchos bienes pero ya no se hace el bien; las casas se llenan de cosas pero se vacían de niños (…). El tiempo se desperdicia con pasatiempos, pero no hay tiempo para Dios ni para los demás. Y cuando se vive para las cosas, las cosas nunca son suficientes, la codicia crece y los demás se vuelven obstáculos en la carrera y así se termina por sentirse amenazado y, siempre insatisfechos y enfadados, sube el nivel de odio. ‘Quiero más, quiero más, quiero más…’. Lo vemos hoy allí donde reina el consumismo”.

León XIV

El Santo Padre León XIV tocó este tema en términos de plenitud de la existencia, advirtiendo que el consumismo no es el camino para ella:

“(…) la plenitud de nuestra existencia no depende de lo que acumulamos ni de lo que poseemos, (sino de) aquello que sabemos acoger y compartir con alegría (cf. Mt 10,8-10; Jn 6,1-13). Comprar, acumular, consumir no es suficiente. Necesitamos alzar los ojos, mirar a lo alto, a las ‘cosas celestiales’ (Col 3,2), para darnos cuenta de que todo tiene sentido, entre las realidades del mundo, sólo en la medida en que sirve para unirnos a Dios y a los hermanos en la caridad, haciendo crecer en nosotros ‘sentimientos de profunda compasión, de benevolencia, de humildad, de dulzura, de paciencia’ (cf. Col 3,12), de perdón (cf. ibíd., v. 13) y de paz (cf. Jn 14,27), como los de Cristo (cf. Flp 2,5)”

Ser vs tener

El mayor riesgo del consumismo es que lanza a su presa al feroz e interminable torbellino del ‘tener’, descuidando la construcción del ‘ser’. Este torbellino genera una insatisfacción persistente, producto de la esclavitud de la acumulación de bienes materiales. Ante ello, el magisterio de la Iglesia instruye:

“(…) es necesario esforzarse por construir estilos de vida, a tenor de los cuales la búsqueda de la verdad, de la belleza y del bien, así como la comunión con los demás hombres para un crecimiento común sean los elementos que determinen las opciones del consumo, de los ahorros y de las inversiones. Es innegable que las influencias del contexto social sobre los estilos de vida son notables: por ello el desafío cultural, que hoy presenta el consumismo, debe ser afrontado en forma más incisiva, sobre todo si se piensa en las generaciones futuras, que corren el riesgo de tener que vivir en un ambiente natural esquilmado a causa de un consumo excesivo y desordenado”

La cultura que los cristianos debemos promover es la de la caridad social en la solidaridad, la sobriedad y la libertad interior. Sólo ella —la caridad— es capaz de instalarnos en la verdad y la virtud, conforme a la común dignidad de hijos de Dios.

Fuente: Aleteia

Primicias Rurales