Hay dones que superan las riquezas materiales, tesoros que no se guardan en arcas sino en el corazón. Entre ellos, la amistad se alza como la cúspide de todas las relaciones humanas

España, viernes 5 septiembre (PR/25) — Es más que un parentesco de sangre, más que la obligación del deber: es el lazo elegido con plena libertad, el vínculo que nace de una decisión consciente de entregarse al otro. Por eso la amistad es más alta que el matrimonio, más íntima que la familia, pues se cultiva como el jardín secreto del alma.

La amistad en el matrimonio

El matrimonio mismo, cuando es verdadero, no es sino una exquisita forma de amistad. En él, dos seres no solo comparten techo, proyectos y cuerpos, sino que se eligen una y otra vez como amigos que se reconocen en lo profundo.

También los hijos, cuando crecen y la relación madura, llegan a ser no solo descendencia, sino amigos entrañables, compañeros de camino que devuelven al padre y a la madre la confianza con la que fueron criados.

La amistad sincera, constante y profunda es refugio y fortaleza. Es bálsamo que cura las heridas y lámpara que alumbra en medio de la noche. No es la amistad pasajera de intereses comunes ni la complicidad ligera de las conveniencias.

Aquella que se convierte en sacramento humano, signo visible de la gracia invisible de Dios. Es la que sostiene en la enfermedad, la que se arrodilla junto al dolor, la que permanece cuando el mundo se derrumba.

Amistad en Cristo

San Agustín, Doctor de la Iglesia, lo comprendió con sabiduría: «La amistad no es verdadera si no une a los amigos en Cristo». Porque en el fondo toda amistad es un río que corre hacia una fuente única: Dios mismo.

Quien ha cultivado una rica vida interior, quien dialoga en secreto con el Amigo eterno en la oración y en el silencio, se convierte en mejor amigo para los demás. La amistad con Dios fortalece todas las amistades humanas y les da un brillo que ninguna distancia ni prueba puede apagar.

1Caminar con un amigo es vivir la hospitalidad del alma

amistad

En los problemas cotidianos, en las fatigas inevitables de cada jornada, el amigo verdadero es quien sostiene cuando las fuerzas flaquean, quien da esperanza cuando la derrota parece definitiva, quien acompaña en el exilio interior que tantas veces sentimos. La amistad es, en ese sentido, un hogar portátil: se lleva en el corazón del otro y allí siempre hay descanso.

En un mundo marcado por la superficialidad de los vínculos y por las relaciones desechables, redescubrir la grandeza de la amistad es un acto de resistencia espiritual. El amigo verdadero es más que un compañero: es testigo del amor de Dios encarnado en la fragilidad humana.

Así, la amistad se convierte en un faro que guía al peregrino, en una fuente que refresca al sediento, en un fuego que no se apaga y que da calor en el invierno de la soledad.

Cultivando amistades

Cada amigo verdadero es un eco de la voz de Dios que nos dice: «Camino contigo». Y cada amistad sincera es, al mismo tiempo, el anuncio de que la eternidad será una comunión, una fiesta de amigos en la que el Amor no tendrá fin.

En el fondo, la amistad verdadera es eso: un pedazo de eternidad ofrecido ahora, en medio de lo cotidiano. Y quien hoy se atreve a abrazar, a reconciliarse, a agradecer, ya está tocando la antesala del cielo prometido.

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Fuente: Aleteia