Continuamente surgen videntes que aseguran haber tenido una revelación privada, sin embargo no todas son verdaderas, por eso es importante identificarlas
Buenos Aires, sábado 13 septiembre (PR/25) — A lo largo de la historia de la humanidad han surgido personajes que aseguraban haber tenido manifestaciones sobrenaturales.
Pero si hablamos de la era cristiana, nos encontramos con místicos que Dios ha elegido para recibir alguna revelación privada que les ha ayudado en su propia santificación y en la de otras personas.
Por eso, es importante reconocer cuando son verdaderas y cuando no.
No es pecado no creer en las revelaciones privadas
En primer lugar, es fundamental recordar que una revelación privada no añade nada al depósito de la fe – que encontramos en la Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio de la Iglesia – porque Jesús vino a revelarnos todo lo que necesitamos para salvarnos.
De este modo, el Catecismo de la Iglesia católica afirma:
«A lo largo de los siglos ha habido revelaciones llamadas ‘privadas’, algunas de las cuales han sido reconocidas por la autoridad de la Iglesia. Estas, sin embargo, no pertenecen al depósito de la fe. Su función no es la de ‘mejorar’ o ‘completar’ la Revelación definitiva de Cristo, sino la de ayudar a vivirla más plenamente en una cierta época de la historia. Guiado por el Magisterio de la Iglesia, el sentir de los fieles (sensus fidelium) sabe discernir y acoger lo que en estas revelaciones constituye una llamada auténtica de Cristo o de sus santos a la Iglesia.
La fe cristiana no puede aceptar ‘revelaciones’ que pretenden superar o corregir la Revelación de la que Cristo es la plenitud. Es el caso de ciertas religiones no cristianas y también de ciertas sectas recientes que se fundan en semejantes ‘revelaciones'».
(CEC 67)
Así mismo, no es pecado no creer en esas revelaciones, por muy populares y ostentosas que sean.
Una manera de identificar una revelación verdadera
Por otro lado, bien podemos fiarnos de aquella revelación que puede ayudarnos a alimentar nuestra vida espiritual, porque a través de ella conozcamos más a fondo el amor de Dios por nosotros, o nos motive a orar y acercarnos a algún santo o a María Santísima, o al mismo Señor Jesús.
Por eso es vital que tenga la autorización explícita de la Iglesia.
El ejemplo más claro nos lo dio la Santísima Virgen de Guadalupe, cuando encomendó a san Juan Diego que le llevara su mensaje al obispo Fray Juan de Zumárraga, sometiéndose Ella misma a su autoridad:
«Y para realizar con toda certeza lo que pretende Él, mi mirada misericordiosa, ojalá aceptes ir al Palacio de Obispo de México, y le narres como nada menos yo te envío de embajador para que le manifiestes cuan grande y ardiente deseo tengo de que aquí me provea una casa».(Nican Mopohua, 33)
Porque el que obedece a la autoridad de la Iglesia está obedeciendo a Dios.
Fuente: Aleteia