Ser fiel a Dios, a la pareja, a los amigos y a otras personas será una tarea muy complicada si no empieza a cultivar la fidelidad contigo mismo
España, miércoles 8 octubre (PR/25) — Una palabra que cada vez gusta menos es «fidelidad», ya que implica compromiso, responsabilidad, y para muchos, atadura y fin de la libertad. Por supuesto, para ser fiel se requiere madurez, pero nada de esto tiene sentido si no se comienza con uno mismo.

La fidelidad y la lealtad

Para comprender la extensión de esta virtud, el Catecismo de la Iglesia católica nos ilumina:

 «La fidelidad expresa la constancia en el mantenimiento de la palabra dada» (CEC 2365).

¿A quién afecta más que fallemos cuando damos nuestra palabra?, es obvio que, en primer lugar, a nosotros mismos porque estaremos faltándonos al respeto ignorando nuestras convicciones y valores. En seguida, a la gente que confía en nosotros; y en el lugar más importante, a Dios.

Cuando prometemos hacer algo es importante que cumplamos porque nuestra palabra va de por medio. La buena fama que nos genera tener un comportamiento coherente con lo que decimos es lo que nos ayudará a que las demás personas crean que somos de fiar.

El libro del Eclesiástico nos advierte:

«Si haces una promesa a Dios, no tardes en cumplirla, pues Dios no se complace en las promesas necias: cumple lo que has prometido» (Ecl 3, 3).

Además, ser leales a nuestras convicciones reafirmará nuestra confianza en nosotros mismos porque cada vez que repitamos una acción relacionada con nuestra palabra empeñada afianzaremos nuestra autoestima y la autopercepción positiva.

Honestidad y constancia

Agregaremos que también se trata de actuar con honestidad. A muchos nos pasa que no sabemos negarnos cuando nos piden algo y por compromiso decimos que sí a lo que sea. Y cuando llega el momento de cumplir, preferimos poner algún pretexto o mentir.

Porque podemos engañar a la gente, pero no a Dios ni a nosotros mismos. Vale más sincerarnos y hablar con la verdad. Nuestro Señor dijo claramente:

«Cuando ustedes digan ‘sí’, que sea sí, y cuando digan ‘no’, que sea no. Todo lo que se dice de más, viene del Maligno» (Mt 5, 37).

Bien sabemos en dónde está nuestra debilidad por eso la constancia es necesaria para combatir la tentación de ser deshonestos.

Por último, recordemos que Dios nos da lo necesario para cumplir con sus preceptos y todo lo que conlleva comprometernos con Él y con nuestros semejantes, y que nos anima a pedirle con confianza cuando sentimos que se nos acaban las fuerzas para continuar en el camino correcto.

Y por si fuera poco, tenemos el consuelo de que Él siempre cumplirá sus promesas, sin importar nuestro comportamiento. El Señor está dispuesto a perdonar a quien se arrepiente de corazón y vuelve a sus brazos.

San Pablo se lo recuerda a Timoteo:

«Si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo» (2Tim, 2, 13-14).

Que esta promesa nos ayude a perseverar en la fidelidad a nuestros compromisos.

Primicias Rurales

Fuente: Aleteia