La palabra virtud ha perdido su sentido original, tal vez porque el mundo de hoy poco hoy lo aprecia, pero su significado, fuerza, nos anima a seguir luchando
La virtud es fuerza
Si consultamos el diccionario, encontraremos que la palabra virtud quiere decir: «Actividad o fuerza de las cosas para producir o causar sus efectos». Por supuesto, ahondando más en su sentido descubrimos que la Real Academia Española se define también como: «Hábito de hacer el bien y comportarse de acuerdo con la moral».
Nuestro objetivo es centrarnos en el primer significado: la virtud es la fuerza a través de la cual se producen efectos positivos en quien la ejerce.
Por eso, el Catecismo de la Iglesia católica dice acerca de la virtud:
«La virtud es una disposición habitual y firme a hacer el bien. Permite a la persona no solo realizar actos buenos, sino dar lo mejor de sí misma. Con todas sus fuerzas sensibles y espirituales, la persona virtuosa tiende hacia el bien, lo busca y lo elige a través de acciones concretas».
Virtudes infundidas por Dios
Recordemos que Dios nos hizo como lo mejor de la creación (Gn 1, 31) y que con el pecado original el ser humano perdió los dones preternaturales que lo despertaron a la concupiscencia. Por eso tenemos una inclinación al mal y el desorden imperó desde ese momento.
Fue el Señor Jesús quien nos rescató de la condenación eterna con su muerte en la cruz. Esta historia a conocemos desde que comenzamos a instruirnos en el catecismo. Pero es necesario que, de vez en cuando, refresquemos la memoria y renovemos nuestra fe.
Porque si ya recibimos el Bautismo y luego en la Confirmación, tenemos las fuerza necesaria que nos fortalece para afrontar los embates del demonio, el mundo y la carne gracias a las virtudes teologales y cardinales.
Y tenemos también las virtudes humanas:
«Las virtudes humanas son actitudes firmes, disposiciones estables, perfecciones habituales del entendimiento y de la voluntad que regulan nuestros actos, ordenan nuestras pasiones y guían nuestra conducta según la razón y la fe. Proporcionan facilidad, dominio y gozo para llevar una vida moralmente buena. El hombre virtuoso es el que practica libremente el bien» (CEC 1804).
Hagamos uso de nuestras virtudes – humanas, teologales y cardinales – en todos los ámbitos de nuestra vida cotidiana.
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Fuente: Aleteia