Barcelona, miércoles 15 octubre (PR/25) — Desde hace milenios, el Mar Muerto ha sido más que un lago: ha sido frontera, refugio, santuario y fuente de vida. A su alrededor florecieron civilizaciones que marcaron la historia de Oriente Próximo: cananeos, nabateos, romanos, bizantinos y omeyas dejaron huella en esta región árida y sagrada.
Cada cultura encontró en él algo diferente: unos lo vieron como un símbolo divino, otros como una mina de riqueza natural. Y es que la historia del Mar Muerto no se entiende sin las leyendas que lo rodean.

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Hombre flotando en el mar muerto

En nuestros viajes por Jordania, el Mar Muerto suele ser una pausa entre emociones. Tras la energía moderna de Amman y sus colinas infinitas, este lago hipersalino ofrece el contrapunto perfecto: silencio, calma y esa sensación de eternidad que solo existe donde el tiempo parece detenerse.

Desde la capital, el camino hacia el sur se convierte en una travesía por la historia. Pasamos por Madaba, con sus mosaicos bizantinos, y por el Monte Nebo, desde donde -según la tradición- Moisés contempló la Tierra Prometida. Paisajes bíblicos que preparan el alma para el encuentro con el Mar Muerto. Allí, el ritual es sencillo y mágico: flotar sin esfuerzo, cubrirse de barro mineral, mirar cómo el cielo se funde con el agua.

Después, la ruta continúa hacia el corazón de Jordania: Petra, la ciudad rosa; el desierto de Wadi Rum, donde el silencio tiene otra voz; y, a veces, Áqaba, donde el Mar Rojo nos despide con luz y color.

Cada etapa tiene su propio ritmo. Del bullicio de Amman al murmullo del Mar Muerto, del eco de Petra al horizonte del Wadi Rum, todo forma una misma melodía: la de un país que se revela con elegancia y deja una huella que no se olvida.

Los orígenes bíblicos y las leyendas

Cuenta el Génesis que sus aguas cubren el territorio de las míticas Sodoma y Gomorra, destruidas por el fuego divino. Entre mito y realidad, el entorno del Mar Muerto fue escenario de rutas comerciales que unían Jericó, Petra y Arabia. En sus márgenes, los esenios -una comunidad judía dedicada a la contemplación- dejaron un testimonio inmortal: los Manuscritos del Mar Muerto, hallados en las cuevas de Qumrán. Estas historias de fe y silencio nos conducen al siguiente capítulo: el de los recursos que, desde hace siglos, brotan de sus profundidades.

Un mar de riqueza mineral

Más allá de lo espiritual, el Mar Muerto ha sido un tesoro tangible. Los antiguos egipcios extraían de sus orillas brea natural (bitumen) para embalsamar momias; los romanos comerciaban con sales de potasio y bromuro; y hoy seguimos aprovechando sus minerales para tratamientos cosméticos y terapéuticos.

El barro negro, denso y brillante, se extiende sobre la piel como un ritual de purificación. Se dice que Cleopatra -sí, la crème de la crème de la realeza antigua- pidió a Marco Antonio que le asegurara esta región por sus propiedades curativas. Desde entonces, este mar ha sido sinónimo de belleza y bienestar. Pero su misterio no termina ahí…

¿Por qué el Mar Muerto está a más de 400 metros bajo el nivel del mar?

La respuesta se encuentra escrita en las entrañas de la Tierra. Hace millones de años, una serie de movimientos tectónicos abrió una profunda grieta entre las placas africana y arábiga: es lo que hoy conocemos como el Valle del Rift. Esta enorme fractura geológica recorre desde Siria hasta Mozambique, y en su parte más baja dio origen a la cuenca donde reposa el Mar Muerto.

En realidad, este lago no “bajó”, fue la Tierra la que se levantó a su alrededor. Mientras las montañas crecían y el relieve se deformaba, la depresión central quedó atrapada, sin salida al mar. Con el paso del tiempo, las lluvias y el río Jordán fueron llenando la hondonada. Al no tener desagüe natural, el agua solo podía escapar por evaporación, concentrando poco a poco las sales y minerales que hoy caracterizan sus aguas.

Su altitud negativa, unos 430 metros bajo el nivel del mar, lo convierte en el punto más bajo del planeta accesible por tierra. Allí el aire es más denso, el sol brilla con una luz distinta y el horizonte parece más cercano. Quien llega por primera vez siente algo curioso: el cuerpo flota con facilidad, pero el alma se hunde en un silencio antiguo, casi cósmico. C’est profond, podríamos decir: literalmente, y también en el espíritu.

Y es precisamente ese aislamiento geográfico el que explica su naturaleza singular, su densidad extrema y su fama de mar sin vida.

¿Por qué es tan salado?

La respuesta está en su geografía: el Mar Muerto no tiene salida natural hacia el océano. El río Jordán lo alimenta, pero el agua solo escapa por evaporación. Cada gota que se evapora deja atrás una concentración cada vez mayor de minerales. Así, sus aguas se han vuelto diez veces más saladas que las del océano Atlántico. El resultado es un lago denso, brillante, que refleja el cielo como un espejo de plata. En apariencia, está muerto; pero en realidad, vibra de energía mineral. Ese equilibrio entre lo físico y lo espiritual nos lleva a otro aspecto esencial: las culturas que han sabido convivir con su poder.

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Consejo: ¡sus aguas no están hechas para un chapuzón! Ni una gota debe tocar los ojos o la boca: la sal es pura y poderosa, y no perdona distracciones. Por eso en GrandVoyage recomendamos zonas privadas con duchas, tumbonas y personal que cuida los detalles. La comodidad no es un lujo, es parte del placer.

Entre desierto y espiritualidad

Las comunidades que viven en torno al Mar Muerto -jordanas, beduinas, palestinas- lo consideran un lugar sagrado. Desde los monjes bizantinos que buscaban el retiro en sus colinas hasta los viajeros modernos que acuden en busca de paz, todos encuentran en él algo en común: silencio, luz y reflexión.

Aquí, el cuerpo flota y el alma se eleva. “Voilà!”, diría un francés: el milagro ocurre sin esfuerzo. Pero mientras nosotros lo contemplamos, la naturaleza nos recuerda su fragilidad.

Una joya que debemos preservar

El nivel del Mar Muerto desciende cada año debido a la desviación del río Jordán y a la extracción de minerales. Las grietas que se abren en sus orillas son el testimonio de un ecosistema que pide ayuda. Gobiernos y organizaciones internacionales trabajan en proyectos como el Canal Mar Rojo–Mar Muerto, destinado a devolverle parte de su esplendor.

Por eso, cuando viajamos allí con GrandVoyage, no sólo descubrimos un lugar extraordinario: participamos, de algún modo, en su historia viva. Flotar en sus aguas es comprender que el tiempo pasa, pero hay lugares que merecen detenerlo.

Fuente: Blog Grand Voyage

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