Orar y rezar parecen sinónimos, sin embargo, la forma en la que realizamos cada una conlleva grandes diferencias que podemos distinguir fácilmente

España, jueves 23 octubre (PR/25) — El cristiano promedio poco acostumbra a rezar y quizá, menos a orar, por eso cree que es lo mismo, sin embargo, existen algunas diferencias entre estas acciones con las que podemos distinguirlas fácilmente y que explicaremos a continuación.

¿Qué es rezar?

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En primer lugar, es importante entender cada uno de estos términos. En este sentido, cuando decimos «rezar», nos referimos a repetir de memoria algunas oraciones compuestas por la Iglesia, los santos o, en el caso del Padre nuestro por el mismo Señor Jesús (Mt 6, 9).

Una manera de rezar muy eficaz es el Oficio Divino o Liturgia de las Horas. El Institutio generalis de Liturgia Horarum n° 108 dice:

«Quien recita los salmos en la Liturgia de las Horas no lo hace tanto en nombre propio como en nombre de todo el Cuerpo de Cristo, e incluso en nombre de la persona del mismo Cristo».

Otro ejemplo lo tenemos en el rezo del santo Rosario, las coronillas, novenas, etc., que nos ayudan a pedir a Dios algún favor a través de sus santos o de manera directa a nuestro Señor Jesucristo.

También tenemos la Lectio Divina, en la que se lee la sagrada Escritura haciendo una meditación y obteniendo un propósito para aplicarlo en la vida cotidiana.

O bien, la liturgia sacramental y especialmente la santa Misa, que es una oración perfecta en la que nos presentamos enteros ante Dios y repetimos algunas fórmulas que la Iglesia ha compuesto y que nos ayudan a participar plenamente del misterio que celebramos.

Estos casos antes mencionados son parte de la enorme riqueza de devociones y oración que tenemos en la Iglesia y que nos ayudan a avanzar espiritualmente.

¿Qué es la oración?

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Hasta este momento hemos hablado de la oración oficial de la Iglesia, de las oraciones aprendidas de memoria y articuladas vocalmente por los cristianos, por eso explicaremos las diferencias y el modo en el que debemos ejecutar ambas acciones.

Orar tiene que ver con el diálogo directo que entablamos con Dios. O como lo enseña el Catecismo de la Iglesia católica:

«Una relación viviente y personal con Dios vivo y verdadero. Esta relación es la oración» (CEC 2558).

Y para que se dé esta relación es importante abrirse a Dios y dirigirse a Él con confianza y humildad. No es necesario usar palabras rebuscadas, lo más importante es la actitud del que ora. Así lo sentía santa Teresa del Niño Jesús:

«Para mí, la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como en la alegría» (CEC 2558).

Lo que brota del corazón llegará a Dios y Él nos dará lo que necesitemos. Por eso, tanto para rezar como para orar será indispensable estar dispuestos a entregarnos por completo al diálogo con humildad y confianza, como dice el Catecismo: «La humildad es la base de la oración» (CEC 2559).

Ya sea con nuestras propias palabras o con palabras prestadas, ya que el Espíritu Santo es el que nos inspira este don, pero nunca perdamos nuestra relación con Dios.

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Fuente: Aleteia