Tres términos que pueden generar confusión: espíritu, alma y fantasma, pero que se refieren al mundo invisible y desconocido que también fue creado por Dios

España, domingo 2 noviembre (PR/25) — En el Credo rezamos que Dios Padre es el creador de todo lo visible y lo invisible, y aunque es poco probable que no tengamos una idea clara de lo que esto significa, podemos pensar que hay diferencias entre el alma y el espíritu, y en cierto modo, relacionamos el ámbito de la fantasía a la palabra fantasma.

Veamos en qué se distinguen cada uno de estos términos.

Un fantasma o aparecido

La Sagrada Escritura nos regala varios pasajes en los que se habla de visiones sobrenaturales, por ejemplo, cuando los discípulos vieron caminar sobre las aguas al Señor Jesús y estos gritaron de terror creyendo que se trataba de un fantasma (Mt 14, 26).

En este caso, podemos entender que se relaciona el término fantasma con la aparición de una persona muerta. Y en general, ese es el sentido que se le ha atribuido en todas las culturas.

La Iglesia evita utilizar este término para referirse a las visiones que han tenido algunos santos y místico, precisamente por el sentido negativo que el vocablo ha adquirido coloquialmente, hasta cierto punto supersticioso.

Los expertos explican que lo que ha ocurrido en esas ocasiones especialísimas es que, por voluntad de Dios, tuvieron contacto con algunas almas de la Iglesia purgante o con algún demonio, sin embargo, no nos adentraremos más en el tema.

El alma

Ahora bien, de acuerdo con la Enciclopedia católica, nos encontramos con que:

«El alma puede definirse como el principio interior fundamental por el que pensamos, sentimos y deseamos, y por el que nuestros cuerpos son animados».

Es importante destacar que el ser humano está compuesto por cuerpo y alma. El Catecismo de la Iglesia católica menciona que:

«El hombre ocupa un lugar único en la creación: ‘está hecho a imagen de Dios’; en su propia naturaleza une el mundo espiritual y el mundo material» (CEC 355).

Cuando estos dos elementos se separan es porque la persona ha fallecido.

San Agustín escribió en El espíritu y el alma que «el alma es substancia espiritual, simple e indisoluble, invisible e incorpórea, pasible y mudable, carente de peso, figura y color».

Y el Catecismo explica:

«A menudo, el término alma designa en la Sagrada Escritura la vida humana (cf. Mt 16,25-26; Jn 15,13) o toda la persona humana (cf. Hch 2,41). Pero designa también lo que hay de más íntimo en el hombre (cf. Mt 26,38; Jn 12,27) y de más valor en él (cf. Mt 10,28; 2M 6,30), aquello por lo que es particularmente imagen de Dios: ‘alma’ significa el principio espiritual en el hombre» (CEC 363).

El espíritu

Con lo anterior, comprendemos que alma y espíritu no son dos entidades distintas ni separadas en el ser humano. El mismo san Agustín lo comenta:

«Que espíritu es lo mismo que alma lo proclama el evangelista, cuando dice: tengo poder para entregar mi alma, y tengo poder para recuperarla. De esta misma alma del Señor el recordado evangelista lo reveló al decir: e inclinada la cabeza entregó el espíritu. ¿Qué es dejar ir el espíritu, sino poner el alma?»

El obispo de Hipona prosigue:

«En efecto, en el hombre, que es uno, no es una la esencia de su espíritu, y otra es la de su alma; sino que es completamente una y la misma la sustancia de la naturaleza simple».

Finalmente, el Catecismo despeja cualquier duda que pudiera quedar aún:

«A veces se acostumbra a distinguir entre alma y espíritu. Así san Pablo ruega para que nuestro ‘ser entero, el espíritu […], el alma y el cuerpo’ sea conservado sin mancha hasta la venida del Señor. La Iglesia enseña que esta distinción no introduce una dualidad en el alma. ‘Espíritu’ significa que el hombre está ordenado desde su creación a su fin sobrenatural, y que su alma es capaz de ser sobreelevada gratuitamente a la comunión con Dios» (CEC 367).

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Fuente: Aleteia