¿A dónde nos lleva el placer? ¿Nos ofrece paz y felicidad, o tal vez no conduce a peligrosas adicciones y a peder nuestra libertad?

España, sábado 8 noviembre (PR/25) — Nadie dice que el placer sea negativo. Lo que es perjudicial es buscarlo a toda costa. El placer está en la comida y la bebida, pues consumidas prudentemente nos empujan a alimentarnos y sobrevivir. Y a socializarnos al compartir una buena mesa en buena compañía.

Disfrutar de una buena película puede ser muy positivo: nos descansa, nos entretiene y nos hace compartir buenos momentos con la familia y amistades. Hablar por teléfono móvil con un amigo lejano puede favorecer que ese lazo se mantenga en momentos donde es imposible verse.

Sin embargo, estos placeres sencillos, de vez en cuando, no buscados en sí mismos -una bebida de cola, un pastel, una copa de vino, el beso apasionado de la persona que amas, algunos juegos de azar una tarde de verano, ir al cine, una conversación por el chat- pueden sacarse de quicio si se descontextualizan.

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El placer por el placer

Cuando esos pequeños placeres diarios se descontextualizan dejan de ser un peldaño para un bien y pasan a ser un tirón que nos lleva a buscarlos en sí mismos.

Es cuando se busca en solitario el placer por el placer. O también en compañía de cómplices, pero no de amigos. Son los que te llevan a beber para alcanzar un placer desmedido sin reflexionar para nada en que aquella conducta tiene una parte oscura.

Depender de Instagram, de los likes, del último TikTok colgado en la red, de, en definitiva, ser el centro de atención también perturba y exige constantes dosis de protagonismo.

La felicidad y la paz

La felicidad no se logra a través del placer. La felicidad llega si el objetivo es la vida comunitaria, la entrega, el don de sí, estar pendiente y atento a las necesidades de los demás.

La amistad es una de las grandes formas de la felicidad. Los objetivos compartidos que buscan el bien común son la felicidad y la paz con uno mismo.

Los placeres más corporales suelen, no siempre, ser individuales. Comer en exceso, el famoso atracón, beber o comprar de forma compulsiva, curiosear horas y horas videos o fotos de las redes sociales.

En este sentido el móvil bien puede ser un instrumento para usar a los conocidos como si fuéramos espectadores de sus vidas, objeto de nuestro chismorreo fisgón.

Una felicidad duradera

HAPPY, FACE, BOY

La auténtica felicidad es entregarnos a una tarea más grande que nosotros y que da sentido a nuestra vida. La felicidad no es fugaz como el placer: es más nos ofrece una sensación de paz que nos hace decir quiero que continúe esta situación para siempre:

«Entonces Pedro dijo a Jesús: Señor, bueno es para nosotros que estemos aquí; si quieres, hagamos aquí tres tiendas: una para ti, otra para Moisés, y otra para Elías» (Mateo, 17:1-8).

Frente a esta satisfacción honda y suave de la felicidad, el placer buscado por sí mismo no quiere parar: se dice a sí mismo: “Más, más, quiero más y más fuerte”. Este tipo de placer es insaciable.

¿Nos venden el placer porque la felicidad no se puede comprar?

Ser materialista, hedonista, buscar la última novedad a cada esquina no sale a cuenta. Es como una montaña rusa. Y los riesgos de adicción no son una broma: desde el azúcar hasta la cocaína: estamos ante el enganche, la pérdida de libertad.

Hay un mercado de las cosas necesarias y constructivas que nos permiten vivir humanamente para llevar a cabo nuestras empresas vitales: familia, trabajo, descanso. Este mercado ofrece desde un grifo y una silla hasta la alta cultura, el buen cine, la belleza en todas sus manifestaciones.

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Fuente: Aleteia