España, domingo 9 noviembre (PR/25) — El amor no muere; se transforma. Lo que muchas veces se desvanece no es el amor mismo, sino la forma humana de vivirlo, ¿Qué podemos hacer? Aquí la respuesta.

 

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El verdadero amor…

El enamoramiento es un resplandor inicial, un hechizo de idealizaciones que nos eleva por encima de la realidad. Pero el amor verdadero no se nutre de espejismos. No idealiza, acepta. No exige, comprende.

No busca la perfección, sino la presencia, con los pies en la tierra. Mientras el enamoramiento deslumbra y pasa, el amor permanece cuando los dos aprenden a mirarse con verdad y a sostenerse con ternura incluso en la imperfección y toda clase de dificultades.

El amor nunca muere

La psicóloga y terapeuta de parejas Esther Perel lo ha expresado con claridad: «El amor no muere, lo que muere es la curiosidad». Cuando dejamos de sorprendernos ante el otro, el vínculo se adormece.

Una pareja que se ama de verdad convierte su convivencia en un taller del alma. No se trata de evitar los conflictos, sino de aprender a transformarlos. El perdón, la risa compartida, la oración silenciosa y los pequeños actos de ternura cotidiana son los verdaderos cimientos de lo duradero.

El amor, como todo lo vivo, necesita trabajo, humildad y alimento espiritual. Quienes lo entienden así descubren que no envejece, sino que se vuelve más sabio y más sereno con el paso del tiempo.

 

Las rupturas no anulan el amor; lo desplazan hacia otro plano.

A veces, amar también es dejar ir, reconocer que el ciclo visible terminó y que lo que unió a dos almas sigue vivo en una dimensión más profunda, donde la gratitud reemplaza al apego y el recuerdo se transforma en paz. El amor auténtico no es posesión, es bendición. No es retener, es acompañar. No exige permanencia física, porque su verdad pertenece al espíritu.

El amor humano es reflejo del Amor de Dios, que nunca caduca. Todo amor que nace del bien se inscribe en la eternidad. Las relaciones pueden cambiar, los cuerpos pueden separarse, pero el amor que alguna vez fue puro y sincero no se borra: permanece como huella luminosa en la memoria divina.

Amar, en su forma más alta, es participar del misterio de lo eterno. Es aprender a mirar con los ojos del alma, a servir en lugar de dominar, a agradecer en lugar de exigir. Por eso, cuando parece que el amor se ha terminado, en realidad solo ha cambiado de forma: sigue su curso invisible, regresando a la Fuente de la que nació.

¿El amor tiene fecha de caducidad?

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El amor verdadero no tiene caducidad, porque no pertenece al tiempo. Nace en el corazón de Dios y, como todo lo que nace de Él, perdura más allá de la muerte, de las distancias y de las despedidas. Allí donde la materia se disuelve, el amor continúa, ardiendo con la misma llama sagrada que un día nos hizo tomar la decisión de casarnos.

A quienes hoy atraviesan un momento de desencuentro, vale la pena recordar que el amor que un día los unió sigue ahí, esperando ser escuchado. Antes de levantar muros o pronunciar palabras que hieran, deténganse un instante. Miren en silencio al otro, no con los ojos de la decepción, sino con los del alma que un día creyó, soñó y amó.

Ninguna herida justifica la humillación, ni ningún enojo merece destruir la dignidad de quien compartió la vida y los sueños. Las palabras ofensivas son piedras lanzadas contra el propio corazón. En cambio, la comprensión, el perdón y la ternura son puentes que devuelven la esperanza.

Ser pareja es ser cómplices, no adversarios. Es caminar juntos en la vulnerabilidad, sostenerse cuando uno flaquea, recordarse mutuamente la promesa de no olvidar el amor primero. Las tempestades pasan, pero las raíces profundas permanecen si se las cuida.

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Fuente: Aleteia