Desde que fuimos creados por Dios, nos hizo para Él, y aunque somos libres de elegir, desde el bautismo recibimos la vocación universal a la santidad.
Por Mónica Muñoz

España, miércoles 12 noviembre (PR/25) — Cuando escuchamos la palabra «santidad», ¿qué imaginamos? quizá que es algo muy lejanos a nosotros y que solo se hizo para los elegidos de Dios. Sin embargo, es importante saber que es una vocación universal a la que todos somos llamados.

Dios nos llamó a la vida

Cuando Dios creó a Adán y Eva los llenó de dones y les entregó la tierra y cuanto había en ella para que lo aprovecharan:

Dios creó al hombre a su imagen; lo creó a imagen de Dios, los creó varón y mujer. Y los bendijo, diciéndoles: «Sean fecundos, multiplíquense, llenen la tierra y sométanla; dominen a los peces del mar, a las aves del cielo y a todos los vivientes que se mueven sobre la tierra» (Gen 1, 27-28).

Es fue el primer llamado que recibieron: número uno a la vida y en seguida, a vivir en santidad. Pero después del pecado original, Dios los expulsó del paraíso, no sin darles una promesa al mismo tiempo que maldecía a la serpiente:

 «Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo. El te aplastará la cabeza y tú le acecharás el talón» (Gen 3, 15).

Dios amaba tanto al ser humano que no quiso que se perdiera. Pudiendo eliminarlo, en un acto de infinito amor eligió un pueblo en el que nacería su Hijo para salvarnos con su Pasión, Muerte y Resurección. Y Jesús, durante su vida terrena, preparó a sus discípulos para que transmitieran sus enseñanzas a través de su Iglesia y los sacramentos.

El llamado a la santidad

Por eso, desde el bautismo recibimos el llamado a la santidad. Y es universal porque es como la Iglesia. En la Enciclopedia católica encontramos el significado: «la palabra católico (katholikos de katholou—a través de todo, es decir, universal)». Es para todos.

El único requisito para entrar en su Iglesia lo dio Cristo: creer en el evangelio y bautizarse (Mt 28, 19-20).

Por eso, muchos que antes habían renegado se convirtieron al saberse amados y perdonados. Y si al morir entraron al cielo, lograron ser santos.

Nadie dijo que el camino es fácil, pero el Señor nos da lo necesario para conseguir la vida eterna, si así lo queremos. Por supuesto, tenemos la ayuda de la Santísima Trinidad, en primer lugar, y también de los ángeles y los santos, especialmente de la Santísima Virgen María.

Una elección personal

Pero la elección la hace cada uno. Dios no nos fuerza a seguirlo ni a creer en Él. En un acto de incomprensible generosidad, deja que ejerzamos nuestra libertad y que voluntariamente lo sigamos. Y Él nos sigue amando, aún con nuestros pecados e imperfecciones.

Sólo hay que decidirse: si cumplimos todo lo que Él ha mandado, estaremos trabajando por nuestra santidad. Es lo que nos hace repetir con confianza que todos los bautizados estamos llamados a ser santos y Dios quiere que vayamos al cielo.

Creamos firmemente en esta verdad y trabajemos para lograrlo.

Fuente: Aleteia

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