Por Ezequiel Tambornini
Buenos Aires, domingo 25 mayo (PR/25) — Es evidente que existe un problema de comunicación entre el gobierno de Javier Milei y el agro argentino.
El gobierno, tal como manifiestan los indoctos y maleducados integrantes de la granja de trolls mileístas en redes sociales, cree que los productores lo atacan cuando piden la eliminación de los derechos de exportación, cuando no es el caso, porque la gran mayoría apoya el proceso de ordenamiento macroeconómico que se está instrumentando.
El pedido, en realidad, es un consejo –hasta un consejo de amigo, podríamos decir– porque los productores saben mejor que nadie que sin el robo de las retenciones tendrían recursos suficientes para expandir el área agrícola, aumentar la inversión tecnológica, incrementar la producción y solucionar en apenas un año la restricción de divisas que arrastra el país hace más de una década.
Sin embargo, el ninguneo constante y el disimulado (y a veces no tanto) desprecio que muestra el gobierno hacia el campo se asemeja cada vez más al acervo cultural del kirchnerismo, lo que muestra, quizás, que la conducta en cuestión no es producto de una u otra facción, sino el resultado de un problema sistémico.
Para un observador externo puede resultar extraño que exista tanta saña contra el sector que es responsable de generar la mayor parte de las divisas genuinas que abastecen a la economía nacional. La situación es comparable a la de un grupo de empleados que todos los días insultan y escupen al jefe que les paga el sueldo.
Mientras que en las naciones vecinas –incluso en aquellos que tienen muchos menos recursos que la Argentina– el agro es considerado como un factor de desarrollo social y económico, además de un actor esencial para proteger la soberanía territorial, en el país de Milei y Cristina el campo queda relegado a una mera “caja” de recursos tributarios y cambiarios.
La única manera de comprender tamaña anomalía es deshacernos de todos los preconceptos que aprendimos en la escuela para tomar finalmente conciencia de que no vivimos en un país, sino en un “laboratorio” que opera como módulo de prueba de múltiples iniciativas.
Los argentinos, es decir, los ratones de este particular laboratorio soportamos un corralito bancario implementado en una recesión, creamos un salario básico universal (aunque no lo llamemos de esa manera) y sufrimos una restricción brutal de las libertades individuales que se extendió durante casi dos años, entre otros experimentos.
Los ensayos realizados en el laboratorio requieren que todos los ratones se queden dentro del módulo designado al momento de instrumentar los experimentos; si algunos se escapan, no sólo se complica la operatividad de las pruebas, sino que además se ofrece un incentivo poco apropiado al resto de los sujetos experimentales.
En ese esquema, los empresarios agropecuarios son un estorbo, porque producen bienes biológicos que, además de regenerarse año tras año, constituyen un activo que, por su naturaleza, tiene mayor entidad económica y cambiaria que la propia moneda nacional. La divisa de la argentina es la soja.
Los productores agropecuarios, en definitiva, son los únicos ciudadanos libres que habitan el suelo argentino. Los únicos ratones que tienen lo indispensable para poder vivir fuera de la jaula.
El conflicto registrado en 2008 demostró que las acciones directas diseñadas para exterminarlos resultaron contraproducentes. Lo mejor es “cocinarlos” a fuego lento y mantenerlos vivos con lo justo, para que tengan que emplear todo el tiempo disponible en pensar cómo sobrevivir otro año más, de manera tal que aporten recursos para la causa y no tengan recursos ni ánimo suficientes para arruinar el próximo experimento social. Sólo es cuestión de tiempo saber cuál será.
Primicias Rurales
Fuente: Bichos de Campo