Buenos Aires ,sábado 5 julio (PR/25) — Ocasionalmente Sylvester Stallone ejerce como productor. Suyas son, por ejemplo, Samaritan y la trilogía de Creed, que sirvió para continuar el legado de Rocky Balboa en otros ámbitos. Y suya es la producción de Lost on a Mountain in Maine, dirigida por Andrew Kightlinger en la que es su tercera película en 10 años.

Perdido en la montaña, estrenada en Prime Video, cuenta una historia real acaecida en 1939, cuando Estados Unidos aún arrastraba las pérdidas económicas de la Gran Depresión y en el horizonte no había muchas esperanzas de resurgir: el planeta estaba a punto de entrar en la Segunda Guerra Mundial. En ese ambiente un niño se extravía en las montañas, en una región de bosques tan espesos que quienes rastreaban la zona ya lo dieron por muerto desde el principio.

Donald (Paul Sparks) es un padre de familia que regresa a casa tras un tiempo trabajando fuera. En el hogar le esperan su mujer y sus cuatro hijos. Los dos mayores, ya adolescentes, Donn (Luke David Blumm) y Ryan (Griffin Wallace Henkel), lo veneran y están ansiosos por el reencuentro. Donald, además, ha prometido llevarlos de pesca durante un par de semanas. Pero se trata de un padre recto, estricto, obsesionado con hacer de sus hijos unos tipos duros, y por eso mismo ni siquiera los abraza cuando se ven: les tiende la mano como si fueran extraños.

La decepción de Donn y Ryan es evidente, más aún cuando el padre anuncia que la economía no avanza y que deberá volver a la carretera a trabajar. No puede llevarlos de pesca. A cambio, y para compensar, les dedicará un día de excursión por las montañas. Durante esa travesía, Donn, dolido y rabioso por la ausencia inminente del padre, se escapa corriendo por el monte. Pronto descubrirá que se ha perdido, y que quizá muera entre esos parajes naturales.

“Debes tener fe en algo más poderoso que tú mismo”

Lost on a Mountain in Maine perdido en la montaña

Lo más interesante de Perdido en la montaña no es el relato de la supervivencia del chico, que tampoco ocupa mucho metraje, sino la relación con ese padre frío y severo que, en cuanto el muchacho se extravía, admite que ha cometido errores en el trato con sus hijos y debería subsanarlos. Es la historia de una ausencia y cómo un incidente puede depararnos otra oportunidad para reparar los daños. Sobre cómo advertimos que queremos mucho a alguien justo cuando ese alguien corre peligro.

En la película ocupan un lugar central los valores religiosos con los que se ha educado la familia. En cuanto Donn advierte su extravío y su soledad, comienza una plegaria: “Dios, juro que seré el niño más bueno del mundo […]. Solo quiero ver a mi madre una vez más […]. Y no dejes que papá se enfade conmigo […]”. Lo mismo le sucede al padre: “Solo le pido a Dios una oportunidad más”, dice mientras se desarrollan las labores de búsqueda.

Por fortuna, Donald enseñó a sus hijos tres reglas primordiales para resistir en el bosque: “Primero: no pierdas la cabeza”. “Segundo: sigue un arroyo, porque un arroyo siempre conduce a un río y un río siempre lleva a alguna parte”. “Tercero: cuando las cosas se ponen difíciles, sigue adelante”. En estas plegarias tampoco falta la madre, Ruth (Caitlin FitzGerald): “No hay que rendirse. Y debes tener fe en algo más poderoso que tú mismo”. Para ella, que Donn sobreviviera solo pudo ser un milagro.

En Perdido en la montaña, basada en el libro de Donn Fendler y Joseph B. Egan, se alternan las secuencias ficticias de los actores con las entrevistas grabadas a los protagonistas reales de aquellos eventos, cuando ya son ancianos. Se despliega así, una vez más, ese doble vistazo a la realidad y a la recreación que tanto gusta en el cine de los últimos tiempos. No hay un exceso de bustos parlantes, de tal modo que esas intrusiones en la narrativa no molestan.

Estamos ante un largometraje correcto, que en ocasiones se acerca un poco a los manierismos del telefilme. No es una gran película del estilo de la que comentábamos aquí la semana pasada (En islas extremas, otra historia de superación), y sin embargo, hay momentos que conmueven por esas escenas sobre cómo un padre y un hijo quieren reparar la falta de cariño y comunicación. Al final, en los créditos, encontramos una dedicatoria: “Esta película es para los padres y las madres de todo el mundo”.
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Fuente: Aleteia