Perdido en la montaña, estrenada en Prime Video, cuenta una historia real acaecida en 1939, cuando Estados Unidos aún arrastraba las pérdidas económicas de la Gran Depresión y en el horizonte no había muchas esperanzas de resurgir: el planeta estaba a punto de entrar en la Segunda Guerra Mundial. En ese ambiente un niño se extravía en las montañas, en una región de bosques tan espesos que quienes rastreaban la zona ya lo dieron por muerto desde el principio.
La decepción de Donn y Ryan es evidente, más aún cuando el padre anuncia que la economía no avanza y que deberá volver a la carretera a trabajar. No puede llevarlos de pesca. A cambio, y para compensar, les dedicará un día de excursión por las montañas. Durante esa travesía, Donn, dolido y rabioso por la ausencia inminente del padre, se escapa corriendo por el monte. Pronto descubrirá que se ha perdido, y que quizá muera entre esos parajes naturales.
“Debes tener fe en algo más poderoso que tú mismo”

Lo más interesante de Perdido en la montaña no es el relato de la supervivencia del chico, que tampoco ocupa mucho metraje, sino la relación con ese padre frío y severo que, en cuanto el muchacho se extravía, admite que ha cometido errores en el trato con sus hijos y debería subsanarlos. Es la historia de una ausencia y cómo un incidente puede depararnos otra oportunidad para reparar los daños. Sobre cómo advertimos que queremos mucho a alguien justo cuando ese alguien corre peligro.
Por fortuna, Donald enseñó a sus hijos tres reglas primordiales para resistir en el bosque: “Primero: no pierdas la cabeza”. “Segundo: sigue un arroyo, porque un arroyo siempre conduce a un río y un río siempre lleva a alguna parte”. “Tercero: cuando las cosas se ponen difíciles, sigue adelante”. En estas plegarias tampoco falta la madre, Ruth (Caitlin FitzGerald): “No hay que rendirse. Y debes tener fe en algo más poderoso que tú mismo”. Para ella, que Donn sobreviviera solo pudo ser un milagro.
En Perdido en la montaña, basada en el libro de Donn Fendler y Joseph B. Egan, se alternan las secuencias ficticias de los actores con las entrevistas grabadas a los protagonistas reales de aquellos eventos, cuando ya son ancianos. Se despliega así, una vez más, ese doble vistazo a la realidad y a la recreación que tanto gusta en el cine de los últimos tiempos. No hay un exceso de bustos parlantes, de tal modo que esas intrusiones en la narrativa no molestan.