«Dios es amor» dice san Juan (1 Jn 4, 8) y los cristianos estamos muy seguros de eso, además, creemos en que su amor por nosotros es infinito – y por ende, su misericordia – como afirma el discípulo amado:
…este amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó primero, y envió a su Hijo como víctima propiciatoria por nuestros pecados (1 Jn 4, 10).
Por eso, en su evangelio, san Juan reitera:
Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna (Jn 3, 16).
Su misericordia es infinita
Ese infinito acto de amor por los hombres de todos los tiempos nos hace entender que no hay nada que no pueda perdonarnos, a pesar de la maldad de los pecados cometidos – algo que la inteligencia humana no alcanza a comprender -. El Catecismo de la Iglesia católica profundiza en esta sublime verdad:
Es precisamente en la Pasión, en la que la misericordia de Cristo vencería, donde el pecado manifiesta mejor su violencia y su multiplicidad: incredulidad, rechazo y burlas por parte de los jefes y del pueblo, debilidad de Pilato y crueldad de los soldados, traición de Judas tan dura a Jesús, negaciones de Pedro y abandono de los discípulos. Sin embargo, en la hora misma de las tinieblas y del príncipe de este mundo (cf Jn 14, 30), el sacrificio de Cristo se convierte secretamente en la fuente de la que brotará inagotable el perdón de nuestros pecados (CEC 1851).
¿Cómo, entonces podríamos abusar de su infinita e inagotable misericordia, si todo lo ha perdonado con su preciosa sangre?
El pecado de presunción
Hasta aquí hemos expuesto lo que Dios ha hecho por la humanidad: ha entregado todo para que nadie sea condenado. Sin embargo, la salvación requiere la colaboración del ser humano.
No se trata de que Dios nos «cobre», puesto que la salvación es un regalo. Pero hay que entender muy bien esto: el Señor no nos puede obligar a salvarnos – recordemos la frase de san Agustín: «Dios que te salvó sin ti, no puede salvarte sin ti» -.
San Pablo lo pone de manera fácil:
…porque él quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1 Tim 2, 4).
Es decir, requiere de nuestro deseo para salvarnos y de nuestra lucha diaria por alejarnos del pecado y hacer la voluntad de Dios, pero de manera consciente y voluntaria. Solo así podremos llegar a conocer la verdad.
Y por el contrario, aquél que pretende que Cristo lo salvará sin esfuerzo de su parte, peca de presunción. El Catecismo lo explica así:
Hay dos clases de presunción. O bien el hombre presume de sus capacidades (esperando poder salvarse sin la ayuda de lo alto), o bien presume de la omnipotencia o de la misericordia divinas (esperando obtener su perdón sin conversión y la gloria sin mérito) (CEC 2092).
Dios nos ama y nos perdona siempre, pero quiere que le seamos fieles para darnos el premio de la vida eterna junto a Él. No abusemos de su misericordia y hagamos lo que nos corresponde para alcanzar la salvación.
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Fuente: Aleteia