Son más de una veintena en nuestro país, con áreas planas e irregulares, secas algunas, inundadas y formando espejos otras. En esta nota, las más destacadas para visitar por su belleza y posibilidades.
Pablo Donadío

Pablo Donadío

Foto: Más de una veintena en nuestro país, con áreas planas e irregulares, secas algunas, inundadas y formando espejos otras.

Buenos Aires, domingo 28 septiembre (PR/25) — «Oro blanco”, “tesoro comprimido”, “reino del litio”. Cada vez más famosos por el metal alcalino que llevan consigo, una veintena de sectores que desde el cielo se ven como manchas blancas, rosadas y hasta ocres, añaden a la Argentina turística otro lugar para los paseos, las fotos espectaculares, la curiosa fauna lindante y hasta los recursos económicos que van desde la sal de mesa al combustible de diversos dispositivos electrónicos.

Furor

Con el tiempo, lo que fue una experiencia outdoor es ya un clásico, y si bien del centro al norte se encuentra la mayor acumulación de salinas, en cada rincón del país hay alguna para conocer. Pero… ¿cómo y por qué están allí? La mayoría son, para explicarlo de modo sencillo, antiguos trozos de mar que, luego de los movimientos de placas, dejaron atrapados como lagunas, y conforme a determinadas condiciones climáticas (altitud, presión, humedad, régimen de lluvias) evaporaron el agua y condensaron la sal que vemos.

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Pero también hay otras salinas que son producto de vertientes y afluentes subterráneos, que irrumpen en la superficie y salinifican las cercanías. Unas y otras están al alcance del turismo desde distintas excursiones, y ya no sólo para aventureros.

Un clásico de altura

Contrastando la gama de rojos, ocres y azules que caracterizan a la Quebrada de Humahuaca, las Salinas Grandes (Salta y Jujuy) forman un enorme mar blanco. Decenas de prestadores ofrecen esta salida tanto desde Salta Capital como desde Purmamarca. En este caso, se enfila camino del Paso de Jama y se transita sobre la serpenteante Cuesta de Lipán, en el Abra de Potrerillo, punto más alto de Jujuy a 4.170 msnm. Desde allí se puede ver parte de sus 12.000 ha, que constituyen una de las mayores depresiones de la región, con una costra promedio de 30 cm. El viaje dura una hora y media, y debe hacerse con calma para no apunarse, masticando coca y ejercitando la mandíbula como quien va a bostezar. Al acercarse, la inmensa planicie de sal muestra una escenografía fílmica, con piletas, conos de sal preparados para su retiro, y los obreros y artesanos armando desde miniaturas hasta ladrillos. Es común ver mucha gente de visita, disfrutando del paisaje, caminando, escuchando a los guías o comprando las figuras de animales, portarretratos o juegos de ajedrez hechos con la propia sal. Este espacio funciona también como un gran campo productivo. Desde las piletas, en forma de rectángulo o como panes de sal moldeados con picos, palas y hachas, el oro blanco de la puna parte a diversos destinos del país para uso comercial. Así, los departamentos de Tumbaja en Jujuy y La Poma en Salta, comparten a 3.450 msnm un mar blanco e interminable, que se continúa hacia el norte en las lagunas de Guayatayoc, espejos de agua fuertemente salados y alcalínicos.

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Viator ofrece la excursión de día completo saliendo de Salta por $ 50.000 por persona. Desde Purmamarca misma, se recomiendan los prestadores locales apostados en la plaza céntrica.

Desde Córdoba

160 km al norte de la Docta, las Salinas de San José se expanden en los vértices de Córdoba, La Rioja, Catamarca y Santiago del Estero, y junto a las cercanas salinas de Ambargasta (Córdoba y Santiago), forman un gran territorio salino. Pero San José constituye un gran polo productivo. Lo saben los casi 1.000 vecinos del pueblo apostado sobre la Ruta 60, que trabajan allí en temporada de cosecha, alternando la cría de animales, la venta de leña, el comercio barrial y tareas municipales.

“Es como en el campo, sólo que acá no hay soja sino sal”, cuenta uno de ellos, mientras carga paladas a un gran trompo, que luego envía a un camión. El Estado local ha separado prolijamente las salinas en parcelas, y así cada tramo es explotado por un sector. En general, tiene destino en la industria de la curtiembre, pero también para la producción de aceitunas. Al ser un pantano de terreno blando, las máquinas y carros sólo trasladan y el trabajo fuerte sigue haciéndose a mano.
Así ocurre entre junio y agosto, cuando es recogida con pala, llegando a levantar de 30.000 a 40.000 kilos por campaña.

Pero no todo es comercial. Visto con ojos de turista, el lugar es un escenario mágico e inmóvil, donde se ven las vías oxidadas de los carros de tren, sumergidas en el extenso horizonte salino. Además de las visitas que se pueden hacer en vehículo propio, algunos prestadores organizan cenas de lujo y hasta casamientos, siempre con gestión de prestadores.

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Uno de los preferidos de los visitantes para conocer de veras el lugar es el Salinas Gran Hotel, ubicado a escasos 2 km de la entrada al salar, y que suele organizar safaris y actividades desde el pueblo. Cerca, una ligera porción alargada dentro de la depresión de las salinas compone la Reserva de Vida Silvestre Monte de las Barrancas, un área natural protegida de 7.700 hectáreas, con flora y fauna nativa que emerge en el centro de ese desierto mixto, entre monte y sal. Allí pueden verse suris, flamencos, gatos de monte y lampalaguas. Pero no puede llegar cualquiera: hay que solicitar permiso de ingreso en la Secretaría de Ambiente de Córdoba, con acompañamiento de un guardaparque.

Tucumán x 2

La pequeña y sorprendente provincia norteña ofrece dos visitas relacionadas. A 15 km de su capital, en Las Salinas (Departamento de Burruyacúen), su pueblo muestra un pequeño ojo de sal junto a la planta más antigua (80 años) de Industrias Químicas y Mineras El Timbó. Conocida popularmente como Celusal, se procesa allí el agua salitrosa que brota desde los ríos subterráneos. Sal de mesa, industrial, edulcorante y semillas son parte de sus productos derivados.
Si bien pueden hacerse visitas y ver el complejo sistema productivo, el mayor atractivo de Tucumán queda del otro lado, en las salinas de la soleada Amaicha del Valle. “Estas salinas siguen siendo alimento y punto de reunión de nuestra comunidad, Los amaichas aún utilizamos la sal, así como los yuyos, para uso doméstico”, cuenta Sebastián Pastrana, guía y lugareño que de chico iba con su padre a buscar la sal con cucharas de albañil y bolsas.

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Incluso, algunas familias siguen esa tradición y utilizan el lugar como espacio de encuentro para las fiestas. “Se llena de niños, mayores y abuelos en célebres vichadas, como le decimos nosotros a las reuniones”, cuenta el encargado de Casa Mancay Ecoturismo. El lugar queda a 8 km del pueblo, que pueden recorrerse en moto, a caballo o a pie, ladeando cerros hasta llegar a un espacio irregular, plagado de serruchos y pequeñas depresiones. Un pequeño río cercano, un bosque petrificado y un desierto barroso completan un escenario de aventura en la sal de la tierra.

 

Primicias Rurales

Fuente: Perfil Turismo