¿Qué hacer cuando hay desacuerdos en la pareja y ambos quieren ser escuchados y entendidos? Hablemos del arte del diálogo con amor y sin discutir.
España, sábado 22 noviembre (PR/25) — En toda relación —y más aún en una relación de pareja— existen dos fuerzas silenciosas que se enfrentan: el ego que quiere tener la razón y la conciencia que busca comprender. De tal manera, que es importante tener un diálogo con amor y respeto.

Del predominio de una u otra depende no solo la paz del día, sino la salud espiritual de toda una familia. Cicerón enseñaba que «no debemos buscar la victoria, sino la verdad». Y cuánto bien haría recordarlo justo cuando el corazón se enciende y las palabras quieren salir como flechas.

Discutir no es dialogar

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Discutir es entrar a la contienda emocional intentando imponer un punto de vista, defender el territorio del «ego» como si estuviera en juego la dignidad. El diálogo, en cambio de la humildad que abre ventanas para dejar entrar la luz de una versión distinta, aunque duela.

Las discusiones no son neutrales

Quien discute, consciente o no, quiere demostrar algo: mejor memoria, superioridad moral, más lógica, más victimismo… algo que confirme su sensación interna de estar en lo correcto. En la discusión, la verdad queda relegada; lo que se defiende es el orgullo.

Por eso discutir desgasta tanto. Cada palabra se vuelve flecha, cada gesto, una armadura, cada silencio, una trinchera.

Y aunque nadie lo desea, la discusión abre la puerta a esa cadena dañina: ofensas, gritos, reproches, lágrimas y heridas profundas. Muchas parejas coinciden en que «no fue el problema lo que nos separó, sino cómo lo hablamos».

Discutir convierte a la pareja en adversarios

Nada destruye más rápido el amor que la sensación de tener que defenderse de quien debería ser refugio.

1Dialogar es otra cosa

Es más sereno, más maduro, más humano. En el diálogo nadie entra a pelear: se entra a comprender. En inglés existe una palabra preciosa: compromise. No significa perder, sino ceder un poco cada uno para que la relación siga respirando. Es la sabiduría del “ni tú ni yo, sino lo mejor de ambos”.

Dialogar es presentar una versión sin exigir que sea aceptada como absoluta. Es permitir que el otro también narre lo ocurrido, aunque su mirada contradiga la nuestra. Es entender que la verdad tiene más ángulos que los que alcanzan los ojos heridos por el ego.

Cuando las emociones se exaltan, la razón se apaga. Una frase dicha desde la ira cae como una piedra en el alma; una frase dicha en calma abre caminos. Los sabios de diversas tradiciones coinciden: el tono es tan importante como el contenido.

Un problema pequeño, hablado a gritos, se vuelve un monstruo. Un problema grande, hablado en voz baja, se vuelve manejable. Hablar en calma es decirle al otro: «lo que nos une vale más que lo que nos separa».

2Elegir dónde hablar: el entorno también educa el alma

Aunque parezca contradictorio, el hogar —lugar íntimo y sagrado— no siempre es el mejor espacio para tratar un tema sensible. La intimidad puede facilitar que las emociones se desborden. En cambio, un lugar público actúa como regulador natural: un café, un parque, un pequeño restaurante tranquilo.

La presencia de otras personas modera el impulso de levantar la voz, elegir palabras hirientes o caer en dramatismos innecesarios. En espacios públicos solemos comportarnos con la mejor versión de nosotros mismos. El ambiente influye en el alma: suaviza, templa, invita al respeto.

Elegir un buen lugar no resuelve el problema, pero crea el clima para que el corazón no se desboque y la conversación sea constructiva.

3Lo que jamás debe ocurrir: discutir frente a los hijos

pareja discutiendo

 

Aquí no hay matices.

No vale el «se me salió»,

ni el «ellos no entienden»,

ni el «solo fue un momento».

 

Los hijos sí entienden, sí sienten y sí registran cada palabra como un temblor emocional. Presenciar discusiones les roba seguridad, los carga de angustia y puede hacerlos sentir responsables de conflictos que no les pertenecen. Además, aprenden —inconscientemente— que las dificultades  se resuelven con gritos o humillaciones.

 

Ceder no es perder.

Ceder no es debilidad.

Ceder no es resignación.

 

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Fuente: Aleteia