Para que un matrimonio ame verdaderamente es necesario contar con tres importantes columnas de amor que demuestran apertura y respeto
España, domingo 14 diciembre (PR/25) — Hay palabras que parecen sencillas hasta que la vida nos pide vivirlas. Respeto es una de ellas. Tan breve, tan cotidiana… y sin embargo, tan frágil cuando el cansancio, los malentendidos o las heridas de la historia personal salen a flote.
Hay tres columnas que sostienen un matrimonio sano: respeto, admiración y confianza. Hoy trataremos al primero, porque allí —en ese gesto silencioso, sutil y cotidiano— se juega el destino de un amor que quiere durar.
Respetar a quien amas es, antes que nada, recordar quién es esa persona para ti. No es cualquier voz, no es un transeúnte, no es un espectador lejano. Es tu compañía en el camino, la mirada que elegiste, la presencia que comparte tus días.
Por eso el respeto no es un trámite ético, es un acto de delicadeza espiritual. Es tratar a tu cónyuge como un misterio sagrado que merece ser cuidado, como un jardín que florece si se le habla con ternura.
Respetar es construir con amor
El respeto empieza en la palabra. En ese instante donde puedes elegir entre construir o herir. No insultar —ni de frente ni en insinuaciones disfrazadas— no es una regla: es un acto de amor. Es resistir la tentación del impulso, del comentario ácido, del chiste que lastima. Cada vez que evitamos una frase hiriente, le decimos al otro: «Tu alma me importa. Tu paz me importa. Tu dignidad me importa».
A veces el daño no llega como golpe, sino como sombra. Una sospecha expresada sin cuidado, una insinuación que siembra duda, una acusación gratuita, una calumnia nacida del mal humor. Estas grietas, aunque parezcan pequeñas, fisuran el corazón.
Un amor libre
El respeto también se expresa en permitir que el otro sea. En no querer corregir cada decisión, no cuestionar cada paso, no reclamar por viejas experiencias. Amar es conceder libertad sin que eso nos parezca una amenaza. Es decirle a la pareja: «Camina como tú eres. Y yo caminaré contigo». Cuando un matrimonio crece, no lo hace por uniformidad, sino por armonía: dos notas distintas que, juntas, producen una melodía que ninguna podría generarse sola.
Respetar es aprender a callar a tiempo. No opinar cuando no te la piden. No debatir por deporte. No convertir cada diferencia en un tribunal. El matrimonio no es una guerra de argumentos, sino un diálogo de almas. «Hablar solo para sumar» podría ser una buena consigna. Si una palabra no construye, si no acerca, si no ilumina, mejor callar.
Respetar es una forma luminosa de amar
El matrimonio no se preserva por discursos, sino por gestos. Por esos pequeños actos diarios que dicen: «Me importa no lastimarte». Un amor práctico, encarnado, que habla con dulzura y actúa con responsabilidad.
Un amor que sabe ejercer la palabra justa, la calma oportuna, la presencia que no agrede ni presiona. Un amor que se hace hogar.
Porque la persona que tienes a tu lado no es cualquier persona. Es aquella con quien decidiste compartir la aventura de lo cotidiano. Y un amor que se honra en el respeto es un amor que florece sin miedo, que crece con el tiempo, que se asienta como un árbol firme cuya sombra da paz, cuyo fruto es bueno, y cuyo aroma permanece aun cuando callan las palabras.
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Fuente: Aleteia















