Fidelidad y valentía
San Marcelo padeció la terrible persecución de Diocleciano entre los años 303 y 305, a la que logró sobrevivir manteniéndose fiel a su sacerdocio en medio de las circunstancias más extremas, cuando muchos, por temor, habían incurrido en la apostasía o habían abandonado las prácticas cristianas. Marcelo se distinguió, en ese sentido, por su gran valor.
El miedo al martirio había dejado descabezada a Roma y, por la historia, sabemos que una Iglesia acéfala sufre muchísimo, “como ovejas que no tienen pastor”.
A ellos les puso como condición el arrepentimiento público y la penitencia, de manera que todos tuvieran la opción de volver al seno de la Iglesia. Es sabido que los Papas que se inclinaron por el perdón en esas circunstancias recibieron críticas, especialmente de aquellos que fueron torturados, se les confiscaron sus bienes o vieron morir a tantos entregando su sangre.
Con todo, San Marcelo era consciente de que muchos deseaban volver al redil de Cristo y de que había que trazar una ruta de acuerdo a la justicia y la caridad. Bien aconsejado por hombres santos, decretó el camino penitencial para los que quisieran el retorno.
Dios envía trabajadores a la mies
En paralelo, Marcelo ordenó la reconstrucción de los templos destruidos durante la persecución y se dedicó a reorganizar la estructura eclesial. Se dice que fue un hombre de carácter enérgico, pero moderado. Como organizador, dividió Roma en 25 sectores y puso al frente de cada uno a un presbítero.
Muchos aceptaron la decisión del Pontífice con respecto a los apóstatas, pero algunos promovieron protestas y lo acusaron de conspirar contra el emperador Majencio, quien excediéndose en su función civil, terminó ordenando el destierro del Santo Padre.
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Fuente: ACI Prensa